En ese sentido, el director IICA ha insistido sobre la importancia de reconocer el valor estratégico de la agricultura y comenzar a construir el futuro en torno a esa actividad. Esas son dos de las enseñanzas que nos deja el COVID-19, dijo.
La pandemia nos ha mostrado la fragilidad humana, pero también sus fortalezas, y ha servido para que seamos capaces de ver cuáles de todas las actividades que desarrolla la sociedad son verdaderamente necesarias para asegurar la supervivencia del hombre en el planeta. Sin dudas que la producción de alimentos es la más importante de todas y de aquí en más deberíamos ocuparnos, como sociedad global, en cuidar de quienes trabajan para asegurar que cada día haya alimentos en las mesas de todos los ciudadanos.
En ese sentido, el director del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA), Dr. Manuel Otero, ha insistido sobre la importancia de reconocer el valor estratégico de la agricultura y comenzar a construir el futuro en torno a esa actividad. Esas son dos de las enseñanzas que debe dejar la crisis que el mundo está atravesando debido al COVID-19, expresó.
Por otra parte, el subdirector general y representante regional para América Latina y el Caribe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), Julio Berdegué, dijo que producir y distribuir alimentos es clave porque si eso falla las personas no solo dejarán de comer, “sino que se mueven hacia dietas más baratas y por lo tanto menos nutritivas, con más grasas, más azúcares, más sodio, menos frutas, menos verduras, menos lácteos, menos proteínas”.
A veces hay que decir lo más obvio de todo: sin alimentos no hay humanidad posible, y el primer eslabón de la alimentación es el agricultor a partir del cual también se desarrollan las cadenas económicas que generan y dan valor agregado, multiplicando la riqueza que se transformará en desarrollo humano posterior. Además no hay actividad ni rubro estratégicamente más importante para las naciones, que la seguridad alimentaria. Todo esto la humanidad lo conoce desde hace miles de años, no sólo la humanidad, todas las especies animales cargan con ese conocimiento básico, saben que sin él perecen, y por eso cuando éste falta se llegan a extremos a veces impensados para lograr su obtención.
No hay actividad ni rubro estratégicamente más importante para las naciones, que la seguridad alimentaria
La alimentación adecuada tiene que ver no solo con no pasar hambre, también con el desarrollo físico y mental, de la inteligencia y todas las capacidades humanas. Por eso, cuando la pandemia arremetió con todo su potencial destructivo contra nuestras costumbres y modos de vida, una de las mayores preocupaciones de los gobiernos en todo el mundo fue, además del sanitario, la de asegurar la producción y la llegada de los alimentos a la población, y aquellos países en que hubo cuarentena y encierro estricto la agropecuaria siempre fue la excepción. Pudimos dejar de hacer muchas cosas, pero no pudimos prescindir de los alimentos. Así de básico y fundamental es el trabajo rural, en cualquiera de sus modalidades, sectores o áreas de acción.
Pandemia motiva ola global de subsidios agrícolas
Sin embargo el agro no es inmune a la crisis mundial. La pandemia lo ha golpeado afectando los circuitos comerciales, cerrando puntos de salida de sus productos en todo el mundo resintiendo el ya delicado equilibrio económico financiero de millones de productores en todo el mundo. Ese debilitamiento repercute en la capacidad de producir alimento que tienen los países, en la distribución, pero también en la calidad de lo producido y por lo tanto en la inocuidad de los alimentos.
El mundo parece tomar conciencia de eso y ahora que la pandemia estaría controlada y los contagios disminuyen en varios puntos del mundo, las economías comienzan a abrirse lenta y prudentemente, pero también se anuncian planes de ayuda diversos en los que el agro no puede estar ausente.
Diversos analistas advierten sobre las consecuencias económicas y financieras del COVID-19, y no dudan en estimar que será la mayor que se haya sufrido en mucho tiempo, la peor desde la Segunda Guerra Mundial, según un comunicado del Banco Mundial fechado el 8 de junio.
En esa situación, otra vez la agropecuaria ocupa un lugar prioritario porque los gobiernos están obligados a asegurar el abastecimiento de alimentos, para eso deben asumir medidas que reactiven la productividad tanto como sea posible.
Varios países ya han tomado medidas buscando ayudar al sector productivo. Algunos analistas señalan que el COVID-19 impulsó la aparición de medidas proteccionistas que buscan reducir la dependencia exterior además de apoyar los sectores productivos de cada nación. Esa es una tendencia que se incrementaría en el los próximos meses.
Japón, por ejemplo, instrumentó medidas para alentar el consumo de carne wagyu y lograr un efecto contrario con los cortes de carne importada.
Australia ha asignado 80 millones de dólares como ayuda a la exportación de productos varios entre los que se destaca la carne y la leche; otro tanto ha hecho Nueva Zelanda con un monto de más de 200 millones de dólares neozelandeses.
Otros países han otorgado subsidios a los agricultores, productores lácteos e incluso Estados Unidos pagó a sus algodoneros un importante sobreprecio. Son todas medidas que buscan aliviar al sector de las pérdidas por la caída de mercados locales e internacionales. Medidas que tratan de paliar las pérdidas de un sector clave y fundamental que ningún país puede darse el lujo de perder.
La alimentación adecuada tiene que ver no solo con no pasar hambre, también con el desarrollo físico y mental, de la inteligencia y todas las capacidades humanas
Uruguay
El Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca publicó, a través de la Oficina de Planificación y Política Agropecuaria (Opypa), el documento en el que analiza el empleo en el sector agropecuario y los primeros impactos del COVID-19.
El texto señala que nuestro país ya estaba arrastrando una situación de “deterioro desde el año 2014, el cual se profundizó en 2019 con el estancamiento de la actividad económica y la escasa generación de nuevos empleos”.
“El deterioro del mercado laboral uruguayo se reflejó además en los beneficiarios de subsidios de desempleo” que en 2019 tuvieron un importante incremento. El año pasado, entre los sectores productivos con mayor participación en los subsidios de desempleo, se encuentran las industrias manufactureras, el comercio al por mayor y menor, la construcción, y las actividades agropecuarias, los cuales registraron incrementos interanuales de 36 %, 11 %, 9 % y 30 %, respectivamente.
A esa dificultad heredada de 2019, se suma la incidencia por la pandemia COVID-19 de la cual Uruguay no se mantuvo ajeno y sufrió sus efectos a partir de la declaración de emergencia sanitaria en marzo pasado.
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