Durante el siglo XVII la literatura francesa experimentó un importante período de esplendor. El teatro fue el género que mejor y durante más tiempo absorbió las características expresivas del barroco, mientras que la poesía y la prosa evolucionaron con mayor rapidez hacia un incipiente neoclasicismo.
En el terreno cultural y literario, la influencia de España e Italia se dejó sentir en la primera mitad del siglo. La moral de la época hace que lo artístico tenga vocación por la ética, por la justicia y sobre todo lo razonable.
En lo filosófico se destaca por un lado el estilo racional de Descartes y por otro la búsqueda de las profundidades del alma de Pascal.
En la narrativa descollaron Madame La Fayette y Cyrano de Bergerac. En prosa se destacaron “Las máximas” de La Rochefoucauld, una colección de epigramas que constituyen un hito del clasicismo francés compuesta por setecientas sentencias morales breves y sutiles. Y en ese sentido apuntaban también las fábulas de La Fontaine y La Bruyère, aportando sabias moralejas que colaboraban a enfrentar la vida cotidiana con prudente sensatez.
Pero si hubo un género que se destacó en ese período, de apogéo cultural, fue el teatro, que estuvo bajo la protección de Luis XIV, el verdadero creador de la Comedie Française, que subsiste con gran suceso hasta nuestros días. Los autores más importantes que ayudaron a potenciar ese género en la cultura fueron Corneille, Racine y Molière. Éste último con la puesta en evidencia de la hipocresía que prevalecía en la corte del “gran rey”, tuvo que sobrellevar grandes dificultades.
La comedia más conocida de Molière es la historia de un impostor al que denomina “Tartufo” (cuyo nombre es el de un hongo escondido bajo la tierra). El preestreno de esta obra, llamada a tener vigencia a través de los siglos, se realizó en el Teatro del Palais-Royale, con la presencia del rey. Esta denuncia fue tal el temor que provocó entre los círculos del poder de aquel entonces que fue prohibida. Y aunque le cambió el título por Panulfo o el Impostor, le llevó cinco años a su autor para que el Rey Sol (que alguna vez meditó en voz alta: “…qué poco podemos los que podemos mucho”) pudiera vencer al partido de los devotos y autorizar su nueva representación con su nombre original de Tartufo.
Otra obra que aborda el tema de la doble vida y de la falsa presunción de fidelidad a los mandatos del Evangelio, es “El avaro”, cuyo personaje central, Harpagón, un voraz usurero, que solo soñaba con fagocitar a su prógimo logró también vida inmortal en los escenarios teatrales porque su presencia cada vez fue más reiterativa en todos los tiempos.
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