A medida que avanza el año -y se va levantando la niebla de la pandemia- vamos observando un panorama económico y social cada vez más preocupante.
La pandemia hizo que concentráramos todos nuestros esfuerzos en el cuidado de la salud, lo que por un tiempo nos permitió dejar a un costado los serios problemas estructurales que venía sufriendo la economía uruguaya.
Agotado el ciclo de alza en el precio de los commodities hace casi diez años, los últimos dos gobiernos del Frente Amplio sostuvieron artificialmente el crecimiento económico apoyados en un tipo de cambio atrasado, que a través de la vieja “ilusión monetaria” fomentó una gran expansión en el consumo de las familias. Creyendo el discurso del gobierno, las familias asumieron estos ingresos como permanentes y aumentaron su endeudamiento con bancos y financieras.
Este crecimiento en el consumo mantuvo elevadas tasas de recaudación de IVA y otros impuestos, lo que permitió al Estado a continuar expandiendo el gasto. Pero el atraso cambiario produjo otro “bonus”, que fue la inflación artificial del PBI medido en dólares. Esto permitió expandir aún más el gasto, financiándolo con nueva deuda, sin que el ratio Deuda/PBI se elevara a niveles que disparara alarmas.
Mientras las familias y el Estado continuaban expandiendo el gasto y la deuda, las empresas tuvieron comportamientos disímiles. Aquellas que vendían productos y servicios al mercado interno o al Estado, mantuvieron sus niveles de actividad y solvencia, hasta ahora.
En el otro extremo se encuentran las industrias exportadoras, aquellas que deben combinar capital y trabajo nacionales para producir un producto competitivo en los mercados internacionales. Estos empresarios se levantan todas las mañanas desde hace varios años para encarar su actividad estoicamente, esperando que en algún momento cambien las condiciones a las que se deben enfrentar.
Estos son los empresarios que tienen hipotecadas fábricas, campos y maquinarias a favor de los bancos, y que vienen sosteniendo la actividad –y el empleo- a costa de aumentar su endeudamiento. Son aquellos actores económicos y sociales que constituyen los nodos centrales del tejido productivo del país, y que permitirán generar la divisas necesarias para que el Estado logre honrar las deudas contraídas en los mercados internacionales.
No se necesita ser un erudito para darse cuenta que el resultado de años de pérdida de competitividad se ve reflejado en los balances del sector exportador. Y esto no tiene nada que ver con la pandemia, ya que vienen sufriendo esto hace casi una década. Pero la pandemia ha inducido un conservadurismo en los bancos y algunas burocracias estatales que arriesga con paralizar el flujo de crédito hacia las mismas actividades productivas de las cuales depende nuestro futuro.
Las normas bancarias están pensadas para clasificar créditos y empresas en situaciones de normalidad. Sin embargo, su aplicación a rajatabla cuando los riesgos tienen naturaleza sistémica, podría llegar a provocar un espiral de quiebras y liquidaciones no deseable para nadie, mucho menos para los bancos.
Es importante destacar que lo que le está ocurriendo al sector productivo no tiene nada que ver con su accionar pasado. Aquellos que advirtieron tempranamente este proceso de destrucción del tejido productivo, vendieron y se fueron del país. Pero no por ello podemos penalizar a aquellos que optaron por quedarse, apostando por el país, ya que constituiría un precedente muy peligroso.
Este ciclo no es novedoso para el Uruguay, por lo que existen antecedentes jurídicos y regulatorios sobre cómo resolverlo. Claro está que ninguna crisis es igual a la otra, pero sí existen patrones de referencia y actores cuya experiencia resulta muy valiosa. Lo que no podemos hacer de ninguna manera es ignorar la historia.
Si vamos a salir de esta instancia que aqueja a las empresas y los trabajadores, será trabajando y expandiendo los mercados para nuestros productos. Solo esto nos permitirá generar las divisas necesarias para poder honrar los compromisos externos asumidos en los tiempos de bonanza.
Estos compromisos no se originan solamente en las deudas de Estado y sus empresas. Debemos agregar también las deudas contraídas por los parques eólicos, las cuales se deben pagar con dólares que paga UTE. Lo mismo con los PPP. ¿O cómo es que se piensa que vamos a originar los USD 150 millones anuales que costará el Ferrocarril Central?
Todo ese andamiaje de pasivos públicos y privados en dólares se sostiene únicamente con los ingresos por exportaciones. Llegó el momento de cuidar a los sectores generadores de divisas.
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