José Enrique Rodó mantuvo una franca amistad con Pedro Manini Ríos, que se fue incrementando en los tiempos en que el autor de Ariel, acomete la lírica empresa, junto a Juan María Lago y un puñado de jóvenes de unificación y renovación del Partido Colorado. Y ese vínculo se estrechó más aún, cuando decide desde su banca de diputado, dar su voto a José Batlle y Ordóñez para la primera magistratura.
La fecunda y responsable labor parlamentaria del ya famoso intelectual compatriota -dentro y fuera de fronteras- , lo va aproximando a los tópicos sociales que manejaban Batlle, Manini y su entorno político. Es con motivo de la ley propuesta en 1906 por el Gobierno uruguayo, que Rodó lanza aquel maravilloso alegato en defensa de la causa obrera: “…El portentoso desenvolvimiento de la actividad industrial, modificando las condiciones del trabajo, y por otra parte, el despertar de la conciencia de las multitudes, llamadas por el régimen de la democracia a la plenitud de sus derechos civiles y políticos, determinaron, en las ideas como en los acontecimientos, declives que debían, forzosamente, conducir a las reivindicaciones del momento presente.” Parte de la legislación social de avanzada -como la ley de 8 horas- quedó pendiente y se aprobaría más adelante.
En 1911 Pedro Manini Ríos se desempeña como Ministro del Interior (nuevo nombre del Ministerio de Gobierno), al inicio de la segunda Presidencia de Batlle. En ese año se lo designa para presidir la delegación uruguaya a la conmemoración del centenario de las Cortes de Cádiz a realizarse en Madrid el 12 de octubre de 1912, organizada por una España que meticulosamente, buscaba reconciliarse con las nuevas Repúblicas Americanas. Ahí surgió la primera discrepancia entre Batlle y Manini. Y debido a que la lista de la delegación que le presentó la encabezaba José Enrique Rodó. El Presidente tomó un lápiz y tachó su nombre oponiéndose terminantemente a que el insigne intelectual viajara al evento en misión oficial. No hubo forma de explicarle que había una inmensa expectativa en torno a la asistencia de Rodó. Y que la mayoría de la intelectualidad hispano parlante conocía más a Ariel que al Uruguay, pero no hubo caso, no cedió.
Tampoco quiso Rodó, con sobria dignidad, aceptar el pasaje que le ofrecieron sus amigos.
Cuando surge la pugna por el tema del ejecutivo pluripersonal y Manini lidera a los 11 senadores que disienten del proyecto gubernista y conforman la mayoría de un cuerpo que en aquel entonces eran 19 miembros, Rodó se alinea en la primera fila de los anticolegialistas.
No esperó ver el resultado de las elecciones del 30 de Julio de 1916 a las que le dedicó tantos artículos y tantos discursos, y 14 días antes parte rumbo a Europa como corresponsal de guerra de la afamada revista argentina Caras y Caretas, en medio de emotivas despedidas. Como si todos tuviesen la premonición que ya no retornaría.
Antes de cumplirse un año de su partida fallece en Palermo un 1º de mayo.
La noticia llega a nuestro país retrasada 5 días. Y quien con voz sentida lo comunica al Senado, es Pedro Manini Ríos:
“…Siento orgullo de que el eminente compatriota haya sido militante de la causa política a la que pertenezco y vicepresidente del Comité ejecutivo de nuestra agrupación, quiero referirme principalmente al alto carácter con que su personalidad investía algo como las credenciales del entendimiento nacional ante el concierto intelectual de la América Latina.
Todos nosotros hemos sentido sin duda la sacudida grata y vibrante del espíritu patriótico al observar como de manera unánime la intelectualidad del continente dirigía la vista hacia nuestro solar patrio, para ungir a uno de los nuestros con el más alto título de las letras americanas, y como desde afuera de nuestras fronteras surgía clamorosa y espontáneamente la proclamación de un uruguayo a la altísima investidura de maestro de la palabra española”.
“…En lo que me es personal recuerdo con verdadera y profunda emoción, que aquella águila de la tribuna francesa, el gran Jaures en ocasión del banquete que se le diera a su paso por Montevideo, en 1911, solicitó vivamente que Rodó fuera uno de los comensales, porque quería conocer y cultivar al autor de Ariel, libro cuya lectura produjo en su espíritu, según declara la impresión imborrable de ser uno de los evangelios más acabados del verbo latino…”
“Rodó era por encima de todo pensador, sembrador de ideas, el creador de una filosofía grata, reparadora y serena que queda en las páginas inmortales de sus libros. Son enseñanzas para las generaciones presentes y las del porvenir…”.
Al finalizar la jornada de ese luctuoso día, Héctor R. Gómez se acerca a Manini con la familiaridad que le daba haber sido compañero de armas en dos revoluciones y le hace estas contundentes reflexiones:
Ahora ya no tenemos que esperar más el regreso de nuestro esclarecido y brillante correligionario para ponerlo al frente de nuestro vocero partidario. Apresuremos los tramites para poner a rodar nuestro propio periódico o de lo contrario, nuestros adversarios tendrán la satisfacción de lograr desarmarnos totalmente en defensa de nuestros ideales.
A los pocos días se estaban poniendo en marcha los tramites necesarios para el nacimiento de La Mañana. Y su emblema, el gallo que canta.
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