“Todo está bien, si termina bien”
Así reza una frase atribuida a William Shakespeare. Para muchos puede servir de consuelo por el tiempo transcurrido o de estímulo frente a los obstáculos que todavía deben sortearse y a las incertidumbres que se generan. Días atrás, el Mercosur y la Unión Europea sellaron finalmente en Bruselas los términos del Acuerdo de Asociación y de ese modo concluyeron un proceso interrumpido de negociación iniciado exactamente veinte años atrás en Río de Janeiro. En realidad, la entrada en vigencia y los plenos efectos del acuerdo están todavía lejos de concretarse porque todavía no se conocen las cláusulas expresas y faltan las ratificaciones parlamentarias en cada uno de los países miembros, lo que llevará al menos tres años y seguramente provocará encendidos debates.
Ya se conocieron expresiones de rechazo por parte de sectores de la producción ganadera de Francia, Irlanda, Italia y Polonia, mientras, en menor medida, algunos grupos industriales argentinos y brasileños insinuaron sus temores respecto a las posibilidades reales de adecuarse a las nuevas exigencias de competitividad.
En cuanto la noticia se hizo oficial comenzaron a difundirse fotos y videos en los que podían verse los rostros de satisfacción y alivio de los negociadores, hasta el llanto alegre del canciller argentino Jorge Faurie al comunicarle el acuerdo a su presidente por whatsapp. Saliendo del habitual formalismo y la limitada expresividad que predomina en la alta diplomacia, los gestos claramente transmitieron el ánimo de victoria y los buenos augurios. Podría, desde un análisis acotado a los intereses políticos de los gobiernos involucrados, afirmarse que el triunfalismo responde fundamentalmente a situaciones internas de cada uno de los países.
En Argentina, un gobierno en campaña electoral con pocos éxitos para exhibir se cuelga una medalla y de alguna forma revive la promesa incumplida de la “lluvia de inversiones”. En Uruguay, también en año de elecciones, la cancillería muestra una dosis de pragmatismo para contrarrestar las críticas de la oposición sobre todo por la postura asumida en torno a Venezuela. Y en Brasil, Jair Bolsonaro, en medio de escándalos de algunos de sus ministros y asesores, logra reforzar la posición de apertura económica que también se sugiere a través de acuerdos con Chile, México y EEUU.
Tanto en el Mercosur como en la Unión Europea, el acuerdo es visto como una señal de impulso al multilateralismo y a la autonomía de su agenda exterior
Mientras tanto, en Europa, el presidente saliente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, se anota, a poco del fin de su mandato, un tercer pacto comercial que se suma a los realizados con Canadá y Japón. Varios analistas europeos coinciden en destacar la importancia que tuvo en la gestión del acuerdo el presidente español, Pedro Sánchez, quien parece gozar de una situación más cómoda en el escenario europeo, donde incluso logró colocar a su canciller Josep Borrell como nuevo jefe de la diplomacia europea, que en una interna española fragmentada y sumamente conflictiva.
Desafíos y oportunidades
Difícilmente el cierre del acuerdo, que no deja de ser histórico, logre barrer bajo la alfombra los serios problemas que atraviesan ambos bloques, por distintas circunstancias. Pero sí logra situar algunas discusiones en otros parámetros y esto es una buena noticia.
En el Mercosur las desavenencias internas, en su estructura intergubernamental, han llevado a una situación de estancamiento y retroceso en muchas áreas y es claro que se estaba imponiendo la idea de la flexibilización a través de la derogación de la Decisión 32/00 que obliga a los países miembros a negociar en conjunto cuando se otorgan preferencias arancelarias. De imponerse esa tendencia en los hechos se terminaría con el Mercosur y los países por su cuenta tendrían pocas posibilidades de negociar condiciones con las potencias que, en el formato bilateral, harían valer toda su fuerza, a través de, más que acuerdos, verdaderos contratos de adhesión. En este sentido, el acuerdo con los europeos le quita impulso a esas iniciativas de los detractores de la integración regional y renueva las expectativas de las negociaciones en curso con Canadá y Corea del Sur. Es, en cierto sentido, una dosis de oxígeno.
Otro aspecto importante tiene que ver con el comercio intrarregional en el Mercosur, que viene en caída desde el año 2011 y hoy no supera el 15%, mientras en otras regiones como Asia oriental o Europa representa el 50% y el 64% respectivamente. Es cierto que los productos que se comercializan intrazona en el Mercosur tienen componentes significativos de valor agregado medio y alto, que por lo general no pueden colocarse en otros mercados y que generan muchos puestos de trabajo de calidad. También hay que señalar los peligros que tendría la apertura de importaciones industriales para estos sectores. No obstante, en la medida en que el acuerdo con los europeos supone un plazo de entre 10 y 15 años para liberalizar los sectores más sensibles, ese tiempo de transición permitiría trabajar en una adecuación para la competencia que puede estimular una mayor cooperación y el establecimiento de cadenas regionales de valor. Este horizonte obligaría a ejecutar verdaderas políticas de desarrollo, a trabajar con prospectiva y diseñar líneas estratégicas.
Tanto en el Mercosur como en la Unión Europea, el acuerdo es visto como una señal de impulso al multilateralismo y a la autonomía de su agenda exterior en un contexto de guerra comercial-tecnológica entre Estados Unidos y China, de proliferación de sanciones unilaterales y medidas de proteccionismo. Promover alternativas a una bipolaridad incipiente pareciera ser una de las razones que explican esta súbita decisión de cerrar el acuerdo, cuando nada hacía pensar en tal posibilidad. Diríamos, en términos hamletianos, ser o no ser…
El Gobierno argentino a través de la web de su cancillería dio a conocer un resumen informativo que presenta los principales ejes del acuerdo Mercosur-UE:
Brinda mayor calidad institucional: establece un vínculo político, cultural y económico estratégico y permanente con la UE. Asimismo, presenta una normativa transparente y consensuada que reduce la discrecionalidad en la aplicación de las políticas económicas.
Mejora la competitividad de la economía argentina: dinamiza las condiciones de acceso a bienes, servicios e inversiones, al reducir y eliminar restricciones. A su vez, simplifica procedimientos de operatoria comercial, facilita el acceso a tecnología, insumos y bienes intermedios que son necesarios para producir bienes con valor agregado.
Contempla un tiempo de transición: el acuerdo se implementará en forma gradual en tiempos que garantizan un proceso de adecuación de la economía argentina a la competencia internacional. Para los países del Mercosur los plazos de desgravación arancelaria se extenderán, en promedio, en períodos de 10 y hasta 15 años, mientras que la UE aceptó plazos de desgravación con el Mercosur de forma inmediata, situación sin precedentes en otras negociaciones del bloque europeo.
Favorece la integración regional: implica una nueva etapa en la relación de los países del Mercosur, dinamizando el comercio intrarregional y asumiendo nuevos compromisos en materia de circulación, armonización normativa y simplificación de procedimientos internos.
Establece beneficios para PyMES: contempla programas especiales que facilitan su integración en cadenas de globales de valor, asistencia técnica, participación en compras gubernamentales, joint ventures, partenships, business networks, transferencia de know how y asistencia financiera.
Promueve la atracción de inversiones: facilita el incremento de la inversión extranjera al otorgar certidumbre y estabilidad de las reglas de juego. Otros países o bloques que firmaron acuerdos con la UE incrementaron significativamente la captación de IED.