En las homéricas contiendas de la Tierra Púrpurea una estirpe que conjugó la distinción del coraje y el apego sin límites a las altas idealidades republicanas, refulge incontrastable: los Saravia.
En esta nota trataremos de ahondar los perfiles significantes del General Basilicio Saravia, Jefe de la vanguardia gubernista en los combates contra civiles de 1897 y 1904; guerrillero devenido en General de línea, que, como consigna la prensa de la época en los obituarios de 1916, fue respetado y temido por los adversarios; hazañoso, hábil en la estrategia; embebido de la poesía de la entrega al peligro, como quería Hemingway, idolatrado por sus subordinados y hombre de consejo y consulta de sus superiores, como enfatiza unánimemente la prensa al resaltar sus virtudes.
El Día destaca en la oportunidad que, hombre de cuantiosa fortuna, al llamado del ideal y del imperativo de la divisa, se entrega a la dialéctica inexorable de la guerra y el combate, siendo en 1904, con sus acciones militares, factor decisivo a la hora de la victoria.
Mansavillagra, Tupambaé, Paso del Parque, lo verán convertido en símbolo de la vanguardia invicta, allí donde el peligro destacaba sus virtudes guerreras.
Pero este hombre, al socaire de sus atributos bélicos y, por encima de ellos, representaba las virtudes humanas, como la tolerancia, la bonhomía, el respeto irrestricto a los que pensaban distinto, la generosidad con propios y adversarios en el plano económico, el consejo sabio, la afabilidad y el don de gentes.
Así en la paz como en la guerra, resaltaban sus virtudes de hombre integral.
Una anécdota familiar ilustra esta faceta de plenitud humana y tolerancia: cuando se produce la revolución de 1904, uno de sus hijos, Carlos, optó por la divisa blanca. Sabedor el general de esa circunstancia y, respetándole, le dice que “vaya a combatir con sus tíos” si ése es su pensamiento. Carlos le responde que acompañará a su padre pero “no tirará”.
Así, combate con su familia manteniéndose fiel a su opción y figurando, en un retrato previo a la guerra, con golilla blanca, que resalta con las golillas coloradas del General y sus otros hijos.
El culto de la tolerancia, virtud humana, que sostiene y potencia las otras virtudes cardinales emergen nítidas en esta anécdota de antología.
La paz es generalmente más azarosa, riesgosa, peligrosa e inexorable que para el guerrero, en la medida en que requiere virtudes más sutiles y entrañables, obligando a dar la talla de su humanidad integral.
A ese desafío respondió victoriosamente el General Saravia cuando fue nombrado Jefe Político de Treinta y Tres y Jefe de la División II, a la muerte de Justino Muníz. El Día sintetiza su actuación en lo que coincide con toda la prensa de la época: “y así como en la guerra no admitía flojedades, en la paz, desde su puesto administrativo, no admitió ni autorizó jamás la mínima lesión de los derechos y garantías de sus adversarios, que tenían en él un amparo y un amigo bondadoso, noble y paternal”.
Es esa magnanimidad del vencedor, es ese señorío humano, la virtud de la tolerancia radical, lo que conviene enfatizar en épocas necesitadas de que prevalezca lo humano.
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