Tiene todas las características de un estadista: una sólida formación intelectual, capacidad de diálogo, liderazgo y visión de futuro. Quizás el hecho de haber nacido en España privó al Uruguay de tenerlo como presidente en algún momento de la historia.
Lo cierto es que el Cr. Enrique V. Iglesias es una de las figuras más importantes de la política y la diplomacia hispanoamericana, artífice de una vasta trayectoria que lo llevó a ocupar cargos de enorme relevancia en los más altos niveles. Con su habitual amabilidad recibió a La Mañana en su oficina de la Fundación Astur en Montevideo. Dado que, además, ejerce la nada sencilla tarea de “asesor especial para Venezuela” nombrado por la Unión Europea y el Grupo de Contacto Internacional, lo cual limita sus posibilidades de hacer declaraciones, accedió a centrar la entrevista en las diferentes etapas de su vida y en los temas que hoy interpelan a la humanidad.
Iglesias valoró el sentido de comunidad y el ambiente de convivencia que facilitó la integración de su familia en el Uruguay de mediados de siglo. Como a la mayoría de los jóvenes de su tiempo le impactó la Segunda Guerra Mundial, pero particularmente lo marcó el nacimiento de las Naciones Unidas, una institución que le abriría, años después, las puertas al conocimiento de América Latina y el mundo. Católico, habló de la Iglesia, el papa Francisco, la crisis del multilateralismo y los desafíos que traen las nuevas tecnologías.
Usted siendo niño llegó con su familia desde Asturias, España, para radicarse en Uruguay, ¿qué recuerda de ese país excepcionalmente próspero que lo recibió y donde creció en las décadas del ‘40 y ‘50?
Para nosotros que veníamos de España de una situación de pobreza aguda fue un impacto encontrarnos mejor a lo que dejábamos atrás. Veníamos del norte de España donde había un panorama difícil en aquellos momentos y por tanto la comparación era muy favorable a Uruguay. Esto no quiere decir que fuera un paraíso, pero de todas maneras encontramos en el país una comunidad afectuosa y receptiva.
Siempre digo que yo no me hice uruguayo, me hizo uruguayo el barrio, el colegio, el almacén de mi padre que fueron vivencias muy impactantes para mí y para mi familia. Fue una época muy influida por el conflicto español que fue muy perturbador. Yo era muy niño, pero lo recuerdo muy bien. En términos generales el país se identificó con la Guerra Civil española que fue la antesala de la gran crisis mundial que se vivió con la llegada de los movimientos fascistas en Europa y que culminaron con la Segunda Guerra Mundial.
En aquella época la sociedad uruguaya era mucho más austera, era mucho más simple. Incluso las expectativas y las demandas eran mucho menores que las que hoy nos contagia el mundo, a través de la televisión o de la computación que multiplican las aspiraciones de la gente.
Recuerdo muy bien el impacto que tuvo la Segunda Guerra cuando desde mi adolescencia observaba su repercusión en el mundo. Pero a mí lo que más me sorprendió en aquel momento fue el surgimiento de las Naciones Unidas, fue una cosa muy esperanzadora.
Optó por la economía como carrera universitaria y luego pasa a trabajar en la órbita bancaria ya en un momento de declive económico del país…
Elegí esta profesión dentro de varias opciones que tenía en aquel momento. Aunque parezca extraño, una de las opciones era la de químico farmacéutico porque mi padre quería pasar del mostrador de madera al mostrador de cristal, pero no logró seducirme.
Mi ingreso a la facultad de Ciencias Económicas fue atraído por la administración como profesión. La verdadera vocación económica la descubrí en las clases de profesores como [José] Domínguez Nocetto que era el decano y después con [Luis] Faroppa, que para mí fue el gran inspirador, y con Israel Wonsewer.
Las expectativas y las demandas eran mucho menores que las que hoy nos contagia el mundo
Hablando de inspiración, ¿cuál fue la referencia fundamental en la creación de la Comisión de Inversiones y Desarrollo Económico (CIDE), más allá del impulso que le da Wilson Ferreira?
Por una parte, era la sensación de crisis que tenía el fin de la bonanza económica después de la Segunda Guerra Mundial, que se empieza a agotar a principios de los ‘50 y en esos años empiezan a aparecer los primeros conflictos sociales. Yo estaba en el Instituto de Economía de la Facultad, con Faroppa de director. Allí comencé a conocer y estudiar los problemas nacionales y sus dificultades. Trabajé mucho como su asistente en el decreto del 3 de agosto de 1956 que fue la primera tentativa de flexibilización del mercado cambiario. Pero en el año ‘59 surge la iniciativa, en especial la Alianza para el Progreso de Kennedy, que lanzan la idea de crear una política de apoyo al desarrollo económico, sobre la base de un plan que nos permitiera al mismo tiempo preparar proyectos específicos de desarrollo económico y social que fueran financiados por el Banco Mundial, por el BID y por la AID de los Estados Unidos. Ese gran mensaje nos llevó necesariamente a pensar en la planificación. Yo en aquel momento estaba muy influido por el pensamiento de la CEPAL, que impulsaba la idea de planeamiento y también me influyó bastante estudiar la planificación francesa que me ayudó mucho para dirigir el Plan de Desarrollo de la CIDE.
Lo importante de la CIDE fue que el plan de desarrollo era una idea integradora porque concebimos como un ejercicio que tuviera el apoyo de toda la comunidad a través de sus partidos políticos, pero también a partir del contacto con la empresa y con los sindicatos. Movilizamos todo lo que se podía para que todo el mundo participara. Yo desde el principio me di cuenta que el tema central era fundamentalmente el poder identificar los reales problemas del país en una visión integral, para lo cual primero había que conocerlo y por eso hicimos un esfuerzo muy grande de creación de estadística, comenzando por las cuentas nacionales. Es decir, conocer el país a través de las estadísticas con reflexiones conducentes a una visión global del país.
Eso fue la CIDE. Algo muy removedor y motivador, que tuvo mucho apoyo del sector privado y del sector sindical. Una de las personas que me ayudó mucho en aquella época fue [Pepe] D’Elía, que fue un gran líder sindical que entendió la necesidad de conocer al país y hacer propuestas concretas que pudieran llevar adelante la dinamización de la economía más allá de las distancias ideológicas.
Pepe D’Elía fue un gran líder sindical que entendió la necesidad de conocer al país y hacer propuestas concretas
Mencionó a la CEPAL. Su función como secretario ejecutivo coincide con la etapa de ruptura democrática en el Uruguay, ¿eso lo vivió como un exilio? ¿le permitió conocer más sobre América Latina?
La CEPAL me permitió fundamentalmente conocer América Latina y a través de ella, el mundo, porque era una plataforma de análisis y propuestas integradora al sector internacional. Lo importante de CEPAL fue la profundización del conocimiento de la región, pero también me permitió conocer las Naciones Unidas en todas sus dimensiones. Por eso fue una experiencia espectacular para mí. La CEPAL en esa época coincidió con un periodo político dramático de dictadura. Aquí, pero también en Argentina, en Brasil y así. Todo eso generó en la CEPAL una situación muy complicada para funcionar. Tuve muchas dificultades, pero lo fuimos resolviendo escudándonos en los principios de las Naciones Unidas. Manteniendo políticas de equilibrio político que había que respetar, pero sobre todo tratando de que la CEPAL fuera en cierta manera un punto de apoyo para seguir pensando y dialogando en libertad. Esa fue realmente una de las grandes tareas para sobrevivir, técnicamente y políticamente.
Pero quizás la más importante de todas las experiencias que yo viví en la CEPAL es haberme sumado a la defensa de los derechos humanos con la bandera de las Naciones Unidas, una tarea de la que me siento muy orgulloso. En un periodo de los grandes dramas de la sociedad chilena las Naciones Unidas mostró su cara más humana para atender los derechos humanos y la libertad.
Julio María Sanguinetti era un presidente muy inteligente y con una enorme capacidad de comunicación
En su regreso a Uruguay usted asume como canciller de la República, en un contexto mundial especial en que se estaba terminando la bipolaridad EEUU-URSS y a la vez en la región comenzaban los acercamientos históricos entre Argentina y Brasil. ¿Cuáles fueron los principales desafíos que usted asumió en esa etapa?
Lo importante era ayudar al país a reinsertarse en la economía y en la política internacional, con un sombrero democrático. El país había perdido su presencia y su activismo en el ámbito internacional. La democracia nos abrió las puertas al mundo. Recibí la invitación de Julio María Sanguinetti un presidente muy inteligente y con una enorme capacidad de comunicación que me facilitó mucho la tarea. Y por supuesto el apoyo de Wilson Ferreira que me estimuló mucho a asumir la cancillería.
En el ‘83 también Argentina recupera la democracia y en el ‘85 lo hace Brasil. Se dio así una trilogía de democracias recuperadas que permitió un diálogo histórico espectacular entre los tres presidentes y hacer muchas cosas juntos. La inserción internacional de ese viento fresco en la región fue realmente muy positivo.
Durante la década larga del ‘90 asume la presidencia del BID en un momento de auge del multilateralismo, aunque asediado por olas neoliberales. ¿Cómo atravesó ese período?
En el BID me tocó enfrentar los dramáticos problemas que nos planteaba el endeudamiento externo. La década del ‘80 la llamé una “década perdida” en materia institucional y de crecimiento, aunque en el fondo lo más importante fue que se recuperaron las democracias. Desde el BID pudimos conocer la realidad de todos los países. Fue una enorme escuela de aprendizaje para mí, pero también para identificar un instrumento para ayudar a la salida de la crisis que estábamos viviendo.
Fuimos muy activos en la salida del tema de la deuda y en el ingreso de la nueva etapa del llamado Consenso de Washington, diseñado por los organismos de Bretton Woods. Muy criticado por algunos sectores, pero relevante en la revisión y actualización de las políticas nacionales para poner en marcha la recuperación de la región. Mientras tanto iban sucediéndose las ideologías y al mismo tiempo cambiaban los desafíos. En el año 1990 hubo algunas soluciones inteligentes que se pusieron en marcha con el llamado Plan Brady para reducir la deuda a través del mercado.
¿Seguía vigente la vía del “nacionalismo latinoamericano” que impulsó el economista chileno Felipe Herrera, quien fuera presidente del BID y del FMI?
Hemos tenido distintas etapas en la forma en que América Latina se vio a sí misma. En los últimos años se dio lugar incluso a la creación de instituciones que por primera vez unían a toda la región como fue la CELAC, sin la presencia de Estados Unidos. Hoy todo ese sistema está atravesando un momento crítico y la crisis del multilateralismo forma parte del mismo síndrome.
El multilateralismo viene muy unido a lo que es la llamada Pax Americana de los setenta años que siguen al fin de la Segunda Guerra Mundial. En síntesis, es una visión del mundo donde los temas centrales deben resolverse globalmente y no solamente por el dictado del más fuerte por quien rige la vida económica, política o militar. Esa fue una inmensa conquista. Hoy el mundo nuevo tiende a descreer de ese multilateralismo, lo que sería muy grave. Un elemento muy perturbador es el que tiene que ver con la OMC que tuvo su nacimiento acá en Punta del Este en 1986 en la conferencia del GATT. Resolver los problemas colectivamente es una conquista enorme en la historia de la humanidad. Me temo que esto está haciendo agua y eso debe preocuparnos a todos.
Desde la Secretaría Iberoamericana (SEGIB) y la Fundación Astur ha hecho hincapié en reivindicar el legado hispanoamericano. ¿Cuál es el aporte cultural universal de Iberoamérica?
Tenemos un continente pobre en algunos aspectos, pero somos riquísimos en la cultura y yo creo que eso hay que reivindicarlo. La cultura no es solamente importante para el espíritu, sino que también es un instrumento importante para el desarrollo económico y social como lo estamos viendo con las industrias culturales. Cuando hablamos de cultura hablamos de la defensa de valores, pero al mismo tiempo tiene potencialidad en el mundo del futuro que son muy importantes especialmente desde el punto de vista económico. Creo que tenemos una enorme riqueza cultural en América Latina, que parte de las riquezas de las culturas indígenas y luego se desarrolla con los aportes que vinieron de Europa y de otras partes del mundo.
Me parece que detrás de todo eso hay factores de una gran identidad para la región. Eso hay que asumirlo. Y ventilarlo como un factor, primero de unidad entre nuestros países, pero además de presencia de América Latina en el mundo como lo estamos viendo hoy en la música o el deporte. Esa riqueza cultural es uno de los grandes capitales que tenemos que valorizar no solamente desde el punto de vista espiritual y de los valores compartidos sino también de lo que significa como factor económico.
El papa Francisco es un pastor honesto que está ejerciendo su función en un momento difícil de la Iglesia
Usted ha estado involucrado en procesos muy importantes de la Iglesia latinoamericana, sobre todo en la época de la Conferencia General del Episcopado de Puebla en 1979. ¿Qué opina del surgimiento del primer papa latinoamericano con Francisco?
Soy católico y en varias etapas de mi vida colaboré con el pensamiento social de la Iglesia y cuando tengo oportunidad lo sigo haciendo. Creo que fue un enorme hito en la historia del catolicismo el tener un papa argentino, a quien yo conocía de antes durante la crisis económica y política argentina. Tuve ocasión de colaborar en actividades vinculadas a la asistencia social. Después continué en contacto, aunque no con la frecuencia que hubiera querido por su apretada agenda. Es un pastor honesto que está ejerciendo su función en un momento difícil de la Iglesia. Pero hemos tenido momentos peores en la historia de la humanidad y de la Iglesia de manera que de todo esto saldremos reforzados.
Estamos en un momento de cambio tecnológico y científico, con debates bioéticos y viajes que se proyectan al espacio. ¿Cuáles serán los grandes temas de discusión en el siglo XXI?
Como decía antes, la ruptura del orden liberal en materia de relaciones internacionales va a tener que, más tarde o más temprano, ser sustituido por algún tipo de orden en el cual podamos vivir en paz y convivir en nuestras diversidades. Ese para mí es un gran desafío porque siempre tendrá que haber algún tipo de Naciones Unidas, aunque no sean las actuales y sean otras, pero tendrá que haber un sistema que regule esa relación entre valores compartidos. Es un tema no pequeño que puede llevar bastante tiempo a la humanización y quizás riesgos de enfrentamientos que no quisiéramos tener.
El otro gran tema es que la tecnología nos está sorprendiendo con sus enormes impactos que son realmente muy prometedores, pero al mismo tiempo muy amenazantes porque son, como se dice en inglés, disruptivos. Y ahí la cuestión del empleo es muy importante. Desafía a toda la historia conocida de la formación de recursos humanos para poner al servicio de las nuevas oportunidades que generará esa tecnología. Una tarea compleja, no necesariamente fácil, pero yo creo que es un tema al cual hay que acercarse a partir de una educación que forme a las nuevas generaciones.
Y una tercera dimensión es que estamos teniendo una invasión de la persona, de su privacidad cuando las nuevas tecnologías ponen por encima de los poderes conocidos a enormes poderes como los grandes complejos económicos. Creo que es importante reclamar la ética en estos momentos para que la gestión de estas etapas esté acompañada por ciertos valores para mantener la convivencia que queremos conservar.
TE PUEDE INTERESAR