Cacho Clavijo era un hombre que sabía hacerle honor al apellido.
Toda actividad en la que se involucraba terminaba siendo un clavo.
Hombre conocido como “buscavida”, de pocos estudios y escaso trabajo, ejerció desde vendedor de tortas fritas, tahúr, hasta mozo de copas. Nunca tuvo un trabajo estable, realmente era un charlatán.
En una oportunidad le hizo creer al viejo Hipólito -que tenía en usufructo la cantina del club- que era un experto en el arte de preparar cócteles y que su copa más famosa la había inventado él y denominado “El avión”, porque “hacía volar” a quienes la tomaban.
Los que alguna vez hemos visitado las noches capitalinas conocemos la existencia de un dichoso cóctel azulado, con ingredientes tales como ron, tequila, coco y azul de curazao.
Una noche de baile, Cacho Clavijo vendía y preparaba en la barra -como gran y novedoso trago- vino tinto estirado con jugolín de frutilla con mucha azúcar.
—Así es más cabezón —decía.
La variedad iba en cambiar el sabor del refresco de frutilla a naranja. Como novedad mayor ofrecía caña con canela y otra de butiá y, para los paladares menos exigentes, grapa con limón.
Don Hipólito estaba encargado de hacer los chorizos en la parrilla, por lo que no prestaba atención a lo que servía su nuevo “bartender”. En la caja, doña Orieta, esposa de Hipólito, solo tenía ojos para los billetes.
El calor de la parrilla, la suarda sudada, con el vino estirado empezó a marear y minar el espíritu de jolgorio existente y empezaron las tomadas de pelo, los reclamos y las miradas amenazantes.
De los primeros reclamos que se escucharon era que los chorizos estaban quemados y que no eran de carpincho como habían prometido.
Otro se quejó de que la Orieta se quedaba con los vueltos y siempre se equivocaba a favor de la casa.
Pero el reclamo más fuerte fue por las copas.
—Nos dijeron que las copas eran una especialidad —reclamó el Topo, que estaba apoyado contra el horcón de la entrada.
Mientras la orquesta seguía tocando “La banda está borracha”, aumentaban los reclamos de los parroquianos.
—Yo solo vine desde Curticeiras para probar el famoso cóctel que dicen inventó Cacho Clavijo —dijo el bayano Wanderley.
—¡Eso mesmo! —aulló el vasco Etchegorri, tanteando el talero, ya dispuesto a la pelea.
—Yo quiero saber cómo es ese asunto del avión de Clavijo. Traiga esas copas y sírvale a la gente –exigió Manucho, que estaba al lado del casín.
—No puedo —dijo Clavijo, tratando de zafar del lío—. Me afanaron las botellas.
—¿Cómo? ¿Me quiere decir que no va a cumplir con eso del avión? —exclamó Lucho, el rematador del pueblo, que andaba con el martillo en el bolsillo del saco.
—No. ¡Un gaucho que estaba a la derecha se peló las botellas! —respondió Clavijo.
—¡Yo lo vi! —dijo la Orieta, como para ayudar.
—Así que entonces nos embromaron a todos con el bendito avión —gritó enojado el Vasco.
¡Qué embromar con el avión de Clavijo eh!
Sí, un verdadero clavo.
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