Los uruguayos se vienen acostumbrando desde hace tiempo a los frustrados intentos provenientes de un rincón del periodismo por suprimir la libertad de expresión de una parte importante de nuestra sociedad. Estos seudodefensores de la libertad de prensa se valen de ataques preventivos, escraches públicos, falsos debates y otros métodos pasivos de agresión. Los ataques y las acusaciones vienen con frecuencia maquillados bajo un manto de civilidad, de modo que el adversario reaccione y quede expuesto ante la opinión pública. Un modo de violencia silenciosa y artera que bien podría hacernos recordar a las checas de la Europa Sovietica.
La novedad es que un semanario del prestigio de Búsqueda haya optado por iniciativa propia colocarse en el rincón más distante posible de una tradición que –fundada en dos pilares del periodismo nacional como Danilo Arbilla y Ramón Díaz– permitió que se convirtiera en un referente inevitable de la política y la economía del país.
La salida de Arbilla de Búsqueda fue marcada por la venta de la publicación a un importante grupo supermercadista, controlado por una de las cadenas más importantes de Francia. De allí en más, el medio ingresó en una deriva descendente que solo se ha agravado en los últimos años. La pretendida –e indiscutida hasta entonces – objetividad de Búsqueda comenzó a erosionarse. Si antes tenía una clara línea editorial favorable al libre mercado, ahora parecía alinearse con intereses políticos y económicos que respondían a necesidades empresariales del momento, poco vertebradas en una línea de pensamiento discernible para los lectores.
La cobertura del medio al escándalo del Lava Jato en Brasil ha sido emblemática en ese sentido. Es verdad que en los últimos años sus periodistas-investigadores han dedicado tiempo y tinta a personajes e historias relacionadas con el mayor escándalo de corrupción en la historia del Brasil. Pero cuando uno compara la cobertura de los hechos con la realizada por la prensa brasileña, llama la atención que los vínculos con Uruguay quedaron limitados a cubrir las posibles vinculaciones con el negocio de la regasificadora de ANCAP.
Hubiera bastado con consultar a la Policía Federal Brasileña. O a algún asesor del juez Sergio Moro. Si no querían tomarse el trabajo, podrían haber consultado la prensa norteña, que hubiera podido aportar elementos que evidenciaban que nuestro país no fue un jugador periférico en toda la trama. No era necesario tener vínculos con el GSI brasileño o… el G2 cubano.
En particular, resulta que el mismo Fernando Pimentel que aparece nombrado en la causa OAS (y la regasificadora), recibió según la Policía Federal sobornos millonarios del Grupo Casino. Pimentel fue ministro de Comercio Exterior durante el gobierno de Dilma Rouseff, y poseía gran influencia sobre el entonces presidente del BNDES, el banco de desarrollo brasileño. Resulta que el empresario Abilio Diniz, dueño de la cadena Pan de Azúcar (GPA), había firmado tiempo antes un acuerdo de venta con el Grupo Casino.
En algún momento Diniz se cansó de las arbitrariedades del grupo francés, y decidió embarcarse en la compra de la filial local de Carrefour, otro competidor. Para ello pidió un préstamo en el BNDES, cosa que el Grupo Casino vio como una amenaza. A estos no les bastó con mandatar un virulento ataque mediático contra el respetado empresario paulista. Según surge de los documentos presentados por la PF, decidió contratar los servicios de Pimentel para que el BNDES le rechazara el préstamo. Y con ello, que la venerada cadena brasileña cayera en manos de Casino.
El grupo francés no se caracterizaba precisamente por la transparencia, bien preciado para un medio como Búsqueda, que fatalmente cayó dentro de las redes de influencia de Jean-Charles Naouri, el argelino controlante del Grupo Casino. La empresa fue duramente cuestionada por el fondo británico Muddy Waters, que lo acusó de haber montado una compleja maraña financiera y contable diseñada para esconder elevadísimos niveles de deuda. Fiel a sus métodos, Naouri montó un ataque mediático contra el fondo, pero con ello no pudo evitar que el Grupo Casino se presentara a concordato en mayo del año pasado.
Para salir del concordato, Naouri intentó vender sus supermercados en América Latina, entra los cuales se encontraban Disco y Devoto en Uruguay. Luego de meses de negociar la venta a Tienda Inglesa, la operación se cayó a principios de este año ante las denuncias antimonopólicas presentadas por un competidor.
Como anticipando el interés del grupo que la controlaba, un par de años antes Búsqueda se concentraba en ventilar la vida privada del expropietario de Tienda Inglesa, su principal competidor. En aquella oportunidad sorprendió a los seguidores del prestigioso semanario que este tuviera tiempo y espacio para dedicarse a los asuntos íntimos de alguien con vida. Pero el laberinto del tiempo permitió despejar mejor la niebla que cubría los intereses por detrás de ese aparente desliz.
Es una lástima para el periodismo uruguayo lo que está ocurriendo con Búsqueda. Solo queda esperar que desde su recientemente creada escuela de periodismo no se perpetúe en el mármol esta tan arbitraria y reciente deriva en su forma de ejercer una noble profesión.
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