“Que cada niño que nazca en esta tierra encuentre un lugar para su vida, para sus afanes, para su trabajo, para sus esperanzas”
J. Pivel Devoto
Etimológicamente la palabra amsesia proviene del griego y significa olvido. Aprovechamos para destacar su acepción más conocida: la amnesia (olvido), que es uno de los mayores dramas del animal hombre y mucho más si se expande por el cuerpo social, donde en él se aloja.
La pérdida de la memoria colectiva no es causada por esa penosa enfermedad que golpea a ciertas personas a partir de determinada edad (Alzheimer), y que a veces da lugar a ironías denominándola como el “alemán”, sin medir el drama que significa para el afectado.
El filósofo francés Henri Bergson, en una de sus principales obras Materia y Memoria, en su aguda reacción antipositivista, le responde al filósofo Theodule Ribot, que la memoria no se vinculaba a una determinada región del cerebro porque admitir eso significaba una reducción del espíritu. Para él la memoria era de naturaleza profundamente espiritual. “El espíritu es la morada del pasado sin residir en el presente mientras que el cuerpo es la morada del presente…” Pero el alma se encuentra anclada en el pasado contemplando el presente y el futuro.
Si ese enfoque lo trasladamos a lo social nos deslizamos de la mano de Rodó al mundo vitalista que nuestro compatriota comparte con Bergson. Y así quedaría en evidencia que nuestra amnesia colectiva que empieza por ignorar nuestra historia, no es ni material ni mecánica, sino inducida por oscuras fuerzas que lucran con nuestra desunión. Poderes no visibles de cuño foráneo, especializados en prevaricar situaciones de desunión entre compatriotas, que facilite la dominación económica.
Juan Pivel Devoto, tenaz investigador de los archivos de nuestra historia, con ánimo de contribuir a la pacificación nacional, publicó un libro en 1974 que recién se distribuyó diez años después – cuando las aguas volvieron a su cauce- que tituló La Amnistía en la Tradición Nacional.
“La tarea inmediata que se impone es recimentar la nacionalidad”, sostiene el preclaro historiador. “Porque una nación supone un proceso histórico, un proceso irreversible en el tiempo. Pero no una fatalidad en el tiempo. Por el contrario, ella se constituye, se recrea en cada generación, en cada individuo, por un gesto de libre consentimiento, por un acto de voluntaria cooperación…”.
Esta obra, que solo abarca la historia de los documentos que contribuyeron a la pacificación de nuestro país, desde la emancipación a nuestros días, fue prologada con la transcripción del decreto sobre el “Perpetuo Olvido” expedido por la legislatura el 5 de setiembre de 1825, a los 10 días de nuestra primer Acta de Independencia.
“Considerando que en los diversos períodos calamitosos que ha sufrido este país padecieron en sus terribles sacudimientos hasta los seres más insensibles,” percibieron los diputados de la primera legislatura, “…no dudando que esta amarga experiencia al desenvolverse el actual sistema hizo temer a unos, persuadiéndoles su mismo temor, que era impracticable realizar su libertad… “
“Este decreto los remite a un perpetuo olvido, para que en virtud de él, en el término de un mes corrido desde su publicación se incorporen a las filas de los valerosos defensores de la Patria todos los que hubiesen desertado, o rehusado pertenecer a ellas… En esta inteligencia, ciudadanos, paisanos y amigos, vivid tranquilos, en la confianza de que cuanto se os dice será exactamente cumplido…”.
Francisco Bauzá, ilustre pensador político, (murio en 1900 cuando todo indicaba que iba a ser el próximo presidente de la República) periodista y fino historiador, en ocasión de tratarse en el Parlamento una de las tantas y repetidas leyes de olvido, que buscaban pacificar a nuestro país, luego de una de la endémicas confrontaciones armadas, donde sucedían los más horrorosos desmanes, afirma: “Ya he establecido con criterio firme, que los errores políticos son errores disculpables cuando se operan dentro de la esfera de las contiendas civiles; porque nadie tiene suficiente calma y desapasionamiento para ser actor y juez imparcial en una cuestión política. De manera que eso cae de suyo bajo el criterio común de una amnistía o de un indulto, que siempre es acto necesario después de las grandes conmociones…”
En ese mismo sentido José Espalter, insigne jurisconsulto y parlamentario, expresa “La amnistía es una medida esencialmente política, que tiene por objeto el restablecimiento de la paz y la concordia entre los ciudadanos de un mismo Estado, y consiste en el perdón o en el olvido de los delitos que hayan podido cometerse hasta el momento de decretarla”.
Y el destacado constitucionalista Justino Jiménez de Arechaga (padre) se expide en forma tajante sobre el criterio de esa constante de nuestra historia que son las amnistías: “Nadie ha desconocido hasta el presente la legitimidad y la conveniencia de la facultad de amnistiar… Es una medida política que debe adoptarse, no como un acto de clemencia y de humanidad, sino como un medio de asegurar el orden público y de favorecer los intereses generales de la sociedad”.
Evidentemente que los personeros de los oscuros e inconfesables intereses foráneos tendrán también letrados, bien remunerados que argumenten opiniones opuestas.
En este intento de abatir lo nacional, el trigo no se debe confundir con la cizaña.
Y no debemos permitir que prevalezca la amnesia, por ellos inducida, de no tener claro que nuestra historia siempre se ingenió en cicatrizar las heridas provocadas por las turbulencias sociales.
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