La realidad es, con frecuencia, dual y complementaria: noche y día, frío y calor, alegría y tristeza… La naturaleza humana, no escapa a esta realidad: el hombre siente con el corazón, y piensa con la cabeza.
Como consecuencia del proceso de secularización que comenzó en el siglo XVI, los hombres empezaron a dejar de lado a Dios –que hasta ese momento era el Absoluto-, y empezaron a absolutizar aspectos parciales de la realidad. Durante la Ilustración, los pensadores del momento absolutizaron la razón: fría, rígida, inhumana. Más tarde, como reacción ante semejante deshumanización, surgió el Romanticismo, que absolutizó los sentimientos. Así se fueron sucediendo diversas ideologías, hasta que en la posmodernidad, reflotó el sentimentalismo; a tal punto que la persona, que en el siglo VI era definida por Boecio como una “sustancia individual de naturaleza racional”, hoy bien podría ser definida como “sustancia individual de naturaleza sentimental”. El peso de los sentimientos, del corazón y las pasiones –en detrimento de la razón- en nuestra cultura actual, es tan notorio como preocupante.
Si bien -como en todos los órdenes de la vida-, es necesario un sano equilibrio entre razón y corazón, lo cierto es que nuestra cabeza está ubicada -quizá como un mensaje del Creador- varios centímetros por encima del corazón. Tal vez sea por eso que cuando los sentimientos priman sobre la razón, la realidad se pone patas arriba.
La persona, que en el siglo VI era definida por Boecio como una “sustancia individual de naturaleza racional”, hoy bien podría ser definida como “sustancia individual de naturaleza sentimental”
Fuera del ámbito profesional, donde la razón es necesaria para trabajar, parecería que quien no hace caso a sus sentimientos, a sus pasiones o a sus instintos, no es auténtico. Quien enfrena sus sentimientos con la razón, a menudo es considerado un hipócrita. Esta realidad puede tener dos causas: o bien se valoran demasiado los sentimientos, o bien se valora demasiado poco el conocimiento. Como consecuencia de una cultura relativista que se siente incapaz de descubrir la verdad, el hombre ha dejado de valorar la razón y se ha encerrado en los mudables mandatos de su corazón.
La falta de equilibrio entre razón y corazón -la falta de guía del segundo por parte de la primera-, ocasionan problemas en la familia, en los estudios, en el trabajo, en la sociedad, en la cultura, e incluso en la vida espiritual. Ni que hablar en el tránsito…
No todos estamos llamados a ser intelectuales, sabios, filósofos o teólogos; pero todos estamos llamados a ser seres humanos racionales, que eso es lo que nos distingue de los animales. ¿Cómo asombrarnos de los comportamientos bestiales de algunos hombres -rayanos en lo salvaje- si luego de matar a Dios, hemos matado a la razón? El hombre, es uno sólo, y por tanto, no cabe usar la razón para trabajar en el mundo y los sentimientos en su vida íntima: en el trabajo, también tienen lugar los sentimientos; y en la vida íntima, también tiene lugar la razón.
Todos sabemos por experiencia, que el corazón, tarde o temprano puede fallar. Y por eso es necesaria la razón: en invierno… ¿quién no quisiera quedarse remoloneando unos minutos más bajo las cobijas, cuando suena el despertador? Si nos guiáramos por los sentimientos, no nos levantaríamos de la cama hasta el mediodía. Es la razón la que nos ayuda a levantarnos puntualmente para cumplir con nuestro deber. Si trasladáramos este ejemplo a todas las realidades que enfrentamos a diario, si domináramos más nuestro temperamento mediante el recurso a nuestra inteligencia, las relaciones humanas mejorarían notablemente.
Ante injusticias que claman al cielo, el corazón llega a sentir odio. Hace poco comentábamos en este mismo espacio el odio que se observa en las redes sociales. En esos casos, sólo la razón puede rescatarnos del abismo, ayudarnos a dominar nuestros instintos y llevarnos a entender por qué el odio, nunca es la respuesta. Del otro lado, ante la misma injusticia, sólo quien tenga un corazón de carne, podrá enfrentarse sin odio, sin rencor, con entrañas de misericordia, ante la debilidad humana. Y es que la justicia, no está reñida con la misericordia. Así lo demostró San Juan Pablo II cuando visitó y perdonó a Alí Agca, el hombre que intentó asesinarlo.
En síntesis, sólo mediante el recurso frecuente a la razón, podremos permanecer firmes ante el huracán del relativismo y ante el tornado del sentimentalismo. Sólo si procuramos guiar nuestros sentimientos con la razón, podremos alcanzar una vida familiar, laboral y social equilibrada, y contribuir a la paz de nuestra nación.
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