El 15 de noviembre de 1967, exactamente tres años antes de su muerte, Eduardo Víctor Haedo escribió una preciosa columna, “La vieja Mañana”, con motivo de su cincuentenario, y evocando su paso juvenil por la redacción. Por su valor como retrato de una época, la incluí en el libro La Azotea de Haedo, y saludo la reaparición de esta nueva Mañana trayéndola nuevamente a la luz.
Por supuesto, entre los numerosos recuerdos de Eduardo Víctor Haedo que siguen poblando La Azotea, en Punta del Este, abundan los recortes de diarios y periódicos. Enmarcados, pegados al legendario Libro de Visitas, en álbumes laboriosamente preparados, dan cuenta de su actividad política y cultural. Bajo el vidrio del bar que adorna el Conversatorio, en los altos de su taller, una pequeña colección de caricaturas periodísticas lo muestra, a lo largo de décadas, como protagonista de las más diversas situaciones, reflejadas desde la pluma de Peloduro u otros dibujantes de la época.
Y es natural que así sea, porque la prensa fue uno de los ámbitos naturales de su existencia; fue muchas veces noticia, cultivó la amistad de muchos periodistas, se valió de la prensa para su carrera política, y fue él mismo periodista. Entendió siempre que ser eventual objeto de maltrato o de ironías humorísticas era parte de la exposición pública, y eso nunca alteró su simpatía, humor y buen trato con la prensa.
Pero además valoró a la redacción como escuela intelectual y política, y fue consciente de cuánto debía su formación a su paso por imprentas y redacciones. Por eso la reaparición de La Mañana hubiera provocado sin duda su interés y su simpatía.
Viejas anotaciones que evocan a la Mercedes de su infancia incluyen su afición adolescente a las noticias: “Todas las tardes esperaba la llegada de los diarios de Montevideo y de La Nación y La Prensa de Buenos Aires en la agencia de la cigarrería El Toro, en una de las esquinas de la Plaza de Mercedes… Yo leía con avidez las crónicas del parlamento, y todas las relacionadas con la política, en El Siglo y en El Día. Esta lectura tenía para mí un carácter ritual. Fácil es imaginar las discusiones que al día siguiente provocaba en los recreos y a veces en las clases. Eran antagonistas míos Alfredo Alambarri y Luis Sampedro (socialistas), Zoilo Chelle y Jorge Sifredi (colorados). Me había convertido en el mejor informado, gracias a mis lecturas y a mi curiosidad, sin contar la atracción que tuvo siempre sobre mí el periodismo”.
Así retrataba en 1967, la memoria vivaz de un Haedo ya retirado de la vida política, y consagrado a su nuevo oficio de pintor, el oficio periodístico de los primeros lustros del siglo XX:
“La Vieja Mañana” de Eduardo Victor Haedo
“De haberme criado -casi como familiar- en la imprenta El Diario de Don Eduardo Ferrería, y luego en la de El Día de Julio Alberto Lista, para más tarde aprender en La Mañana de Pedro Manini Ríos y Héctor Gómez, y en La Democracia de Luis Alberto de Herrera, me viene sin duda la afición al periodismo…
“No tenía más de quince años cuando conocí en Mercedes a Julio Alberto Lista. Dirigía el diario El Día, propiedad de una sociedad comercial agropecuaria que integraban Tomás Víctor Troche, blanco, herido en Tupambaé, y Antonio Rubio, más que colorado, de aquellos fanáticos idealistas que como en piedra tallaron la prédica de Batlle y Ordóñez. Lista había pasado, mejor dicho, había vivido, del día a la noche en los diarios y semanarios que fundaban y fundían los cruzados del nacionalismo Arturo González Viera, Enrique Ubios, Mario Segredo, Federico Castellanos, Federico Arboleya.
“Venía de Bohemia, la revista metropolitana que hizo con Mascaró, Ernesto Herrera, Ovidio Fernández Ríos, Alberto Lasplaces, Oscar Bellán y que ilustraba Hermenegildo Sabat. Hizo de El Día de Mercedes diario, cenáculo, convivio y ateneo. Eran contertulios los cuatro colorados Salvador Fuentes, Avelino González Viera, Gregorio Mas de Ayala y Salvador Milans. También eran infaltables los jefes y oficiales que se sucedían en el comando del Batallón; de algunos como Eduardo Flores y Julián Mas de Ayala conservo noble recuerdo. Conocí allí la virtud del diálogo. Del que es remanso y del que es torbellino, del que se practica con razones y del que se expresa a gritos…
“En Mercedes conocí también a Pedro Manini Ríos y a Héctor Gómez. Eran para Lista numen y guía… Incorporado a la capital, buscar diario fue una obsesión, quería prolongar y madurar lo que constituía ya una vocación, ¡un diario! El herrerismo, al que me había incorporado, no lo tenía aún. Reencontré en La Mañana lo que había dejado en la ciudad nativa. Todo, ahora, en tono mayor. La casa de la calle Ciudadela fue para mí como El Día de Mercedes. A ella me presenté con una carta de Lista para Gómez. Simón Louniex, grande y noble amigo fraybentino -que como yo había tenido devoción por Manuel Tiscornia- me introdujo en la redacción de La Mañana de la que era secretario.
“Como ya conocía a Gómez, todo me fue fácil. Permanentemente sentía en mí el eco de su amigo Lista, y le atraía dialogar con un adversario joven que le alcanzaba el eco de la calle y miraba de modo diferente el desarrollo de los hechos políticos. Como si fuera poco, de inmediato trabamos amistad fraterna con su hijo el Nene Gómez. De los mejores recuerdos de mi existencia es que con toda la gente de La Mañana, sin excepción, a través de los años, la amistad se hizo duradera.
“De siete de la tarde hasta altas horas -muchas veces hasta que las velas no ardían- la sala de Louniex que compartía Quintero, y que apenas dos escalones separaban de la estrecha y casi monacal de Gómez, se convertía en cátedra, club, café, en donde todos ponían lo suyo y nadie tenía lugar para más de cinco minutos si no tenía gracia, ingenio, avidez de noticias, hambre de información, y ninguno era tolerado si no aportaba algo de inteligencia y de saber. Don Pedro, que no frecuentemente era contertulio, señaló quizás su hacer en dos virtudes sustanciales: 1º tener ideas claras y firmes y encontrar quienes las ejecutaran bajo una dirección que nunca se hacía sentir, y 2º, como sentenciaba Figari en carta a Luis Alberto de Herrera “ser viejo cultor de la justicia y esmerarse en no dejar de serlo”. Así fue como La Mañana funcionaba como reloj”.
(*) Autor de La Azotea de Haedo. Arte, letras y política.
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