En la mañana del pasado 31 de julio murió Eusebio Leal, “Historiador de La Habana”. Un gran hombre, reconocido como restaurador del Centro Histórico de la ciudad cubana, que lleva el título de Patrimonio Cultural de la Humanidad desde 1982.
Leal fue nombrado Huésped Ilustre de la ciudad de Montevideo en 2004, y también fue un ciudadano distinguido en Buenos Aires. Doctor en Ciencias Históricas, Máster en Estudios sobre América Latina, el Caribe y Cuba; y especialista en Ciencias Arqueológicas. Además, tenía un currículum que impresiona por el inmenso listado de doctorados, membresías y reconocimientos que recibió; entre ellos, el Doctorado Honoris Causa en Arquitectura por la Universidad de la República Oriental del Uruguay, y el último, en 2019, por la Pontificia Universidad Lateranense.
Sin embargo, el origen del historiador había sido humilde; nació en el corazón de La Habana, el 11 de septiembre de 1942, y tuvo una educación autodidacta de la que se sentía muy orgulloso; porque luego de cuarto grado, no pudo volver a la escuela.
Para alguien que no era bachiller, ingresar a la Universidad, no parecía posible por más que la época lo facilitara. Sin embargo, Leal hizo las pruebas correspondientes, rindió los exámenes, y pudo ingresar en la Casa de altos estudios en 1972 para concluir su formación en 1975: «Me recibí, pagué mi deuda y salí por la escalinata», dijo alguna vez.
Patria y Fe han sido su divisa personal
«La estructura cultural mía se formó en la disciplina de la Iglesia. Y como diría San Pablo, nunca me avergoncé, ni me avergonzaré del Evangelio, porque sería avergonzarme de la buena nueva, que quizás encontré en la victoria de la Revolución, como una respuesta a mis intensas y sufridas inquietudes sociales… fue también muy difícil compatibilizar religiosidad y Revolución… pero para mí nunca existió esa incompatibilidad».
Para Eusebio Leal no fue fácil encontrar el punto de equilibrio donde situarse, al tributar a dos instituciones: La Iglesia y el Estado.
«Habanero, supo amar su ciudad y trabajar en el rescate y prevalencia de sus valores materiales y espirituales»
Para la Iglesia cubana, el valor de la permanencia en su seno era la vida sacramental. Sin esa vida sacramental orientada a lo social y político, los jóvenes católicos entendían que no florecería el don en ellos. Fue así que el camino de Eusebio Leal se consuma en la Acción Católica, formada por diversas ramas: estudiantil, universitaria, obrera y juventud parroquial, de la que formó parte.
«Los miembros de Juventud de Acción Católica nos ateníamos a la idea de ser “sal y luz del mundo”… Siguiendo ese sentimiento altruista, nos afiliaríamos a aquella ala —creo yo, más radical— de jóvenes católicos que vieron con suprema esperanza los cambios que prometía la revolución social, la revolución liberadora… Contenidos en el alegato del Moncada, esos parámetros de justicia fueron abrazados por la Agrupación Católica Universitaria.»
Así algunos decidieron que era posible conciliar la fe y la revolución. Esto no los exceptuó de incomprensiones y de vivir malos momentos en un período sumamente difícil, para la relación Iglesia – Estado.
Leal contó que tuvo un terrible miedo en muchos momentos, incluso en una ocasión lo pelaron para llevarlo a la UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción) que eran campos de trabajo a donde trasladaban a quienes debían ser “re-educados por el gobierno revolucionario”. Pero, gracias a la intervención de Haydée Santamaría no lo llevaron: «Y ella intercedió… y me dijo: “Para que estas cosas no se hicieran, yo fui al Moncada”. Ahora bien, cuántos otros fueron llevados… Sin embargo, cuando todo eso ha pasado, cuando ha quedado atrás, ello supone, al menos para nosotros, cristianos, un desafío muy grande, el más importante de todos los mandatos: el mandato del perdón».
Restaurar La Habana, su vocación
Todo comenzó un día de 1959 conociendo a su gran maestro el historiador Emilio Roig de Leushenring, del cual fue discípulo. Entró con 17 años a trabajar en la Oficina del historiador, ahí respiró ese amor por La Habana.
Comenzó su tarea explicando el Palacio Municipal y sus características. Hasta que, en 1967 las autoridades decidieron restaurarlo para que se hiciera un museo, y así sucedió a su maestro. El trabajo le demandó a Eusebio once años. Y con la restauración del Palacio de los Capitanes Generales comenzó a sensibilizar a todo el mundo con aquellos valores que estaban totalmente ocultos, y que permitían poder descubrir su belleza.
Luego, en los 80, continuó con la titánica recuperación de las fortificaciones del Morro y de la Cabaña, por esta razón, en 1981, el estado cubano reconoce e identifica a la Oficina del historiador como una entidad que puede coordinar los planes de restauración del Centro Histórico.
Para Leal su trabajo fue su vocación, y nunca dejó de “andar La Habana”: «Un andar que nunca ha concluido, y creo que no terminará nunca para mí, ni siquiera con la vida».
«Habanero, supo amar su ciudad y trabajar en el rescate y prevalencia de sus valores materiales y espirituales. Pero al observar en conjunto su obra en esta urbe puede también entenderse la amplitud de su visión. Museos, bibliotecas, escuela, hogares, colegio, le dieron al proyecto una calidez que hizo revivir la ciudad que solo tenía sentido como el hábitat de nuestro espacio humano», escribió el historiador y pedagogo Eduardo Torres Cuevas.
Las siguientes palabras finales de Eusebio Leal expresan su humanidad y su humildad:
«Yo no aspiro a nada, no aspiro ni siquiera a eso que llaman la posteridad; yo no aspiro a nada, yo solo aspiro a haber sido útil. Y le pido perdón a todos aquellos que, a lo largo de la vida, en la búsqueda necesaria de lo que creí mi verdad, pude haber ofendido; y a mis propios errores que cometí con la pasión juvenil en que todo hombre y todo pueblo busca sus propios caminos. Yo creo que al final lo encontré, y que esa luz que veo ahora, ahí, en medio de las tinieblas del ocaso, es finalmente el camino». Eusebio Leal [Entrevista en la Mesa Redonda 2017].
TE PUEDE INTERESAR