El 9 de noviembre de 2016 el Gobierno uruguayo elevó una protesta a la embajada de Estados Unidos que “rechaza” y “lamenta profundamente” que en una causa de fraude electoral el juez estadounidense Donald Mosley tildara a Uruguay de “republica bananera”… “El Gobierno de la República lamenta profundamente dichas afirmaciones y manifiesta su rechazo a tan ignorantes e infundadas declaraciones”, dice el comunicado del Ministerio de Relaciones Exteriores, calificando con dureza las expresiones del magistrado.
A su vez la Embajada de EE.UU. en Montevideo le responde al gobierno uruguayo: “En los Estados Unidos de América los poderes ejecutivo, judicial y legislativo están separados y son independientes. Los miembros del Poder Judicial pueden expresar libremente sus pensamientos y opiniones…” “Valoramos la historia de colaboración que hemos tenido con el pueblo de Uruguay, así como las fuertes y saludables instituciones democráticas de las que ambos países estamos justificadamente orgullosos”. Quedando de esta manera superado el diferendo.
La expresión «república bananera» fue acuñada a inicios del siglo XX (1904) por O. Henry, fino escritor – de cuentos- estadounidense que pasó algún período de su vida radicado en Honduras. El creador de este término, le impone a esta expresión una carga política peyorativa, ya que fue inspirada en las constantes intervenciones de su país de origen (big stick) en las pequeñas repúblicas centroamericanas.
Seguramente, por la fecha, la utiliza como denuncia de la escandalosa secesión de Panamá del territorio de Colombia, que con el apoyo de EE.UU. esta provincia del Istmo se declara como estado independiente, dejando al desnudo el no disimulado objetivo de EE.UU. de construir en ese istmo un canal interoceánico.
El término poco tiene que ver con la banana, una fruta de origen asiático (región indo-malaya) que se fue transformando en valioso alimento de las clases populares y que llegó a América de la mano de los colonizadores españoles y portugueses en el siglo XVI, al contrario de la papa -otro nutritivo alimento popular – que originaria de estas tierras, su consumo generalizado, salvó a Europa de numerosas hambrunas.
Como muchas otras expresiones, esta fue perdiendo su sentido original y su uso sacado del contexto puntual que inspiró a O. Henry, se generalizó para estigmatizar ya no sólo a los países caribeños donde la toda poderosa Fruit Company se había extralimitado en su poderío económico y ejercía también el monitoreo político atraves de gobiernos más o menos dóciles. Y a los que no, se los derrocaba.
Hoy es un epíteto descalificante, una manera despectiva de señalar a cualquier país del mundo -controlado desde afuera- que se considere plagado de inestabilidad política, corrupción e ilegalidad en su vida cotidiana.
Se ha incorporado a la jerga de politólogos y periodistas, y ya no guarda relación ni con la superficie del territorio, ni con el volumen de la población, ni con la ubicación geográfica que ocupe en el planeta tierra. Su acepción de lamentable perdida de soberanía, incluso se puede generalizar y extrapolar al pasado, sobre todo a los tiempos del auge del colonialismo decimonónico prioritariamente económico, que se consolidó en el Congreso de Berlín de 1884.
En esa lastimosa situación no necesariamente se nace. Se puede ingresar en determinado momento de la historia de una nación (por un descuido), pero también se puede salir.
China puede ser uno de los ejemplos más representativos. En el siglo XVIII poseía el PIB más elevado del mundo. Y en el siguiente siglo se transformó en un típica “república bananera”.
Esta China que hoy se consolida como la segunda mayor potencia del planeta. La misma que desde 1980 y hasta la actualidad es el país con el más grande crecimiento económico con un aumento del 10% anual de promedio. La misma que ha demostrado ser capaz de estar a la vanguardia en sectores claves como tecnológico y el financiero.
China poseía una cultura milenaria que había sobrevivido a toda clase de enemigos. A partir del V (A.C.) había construido una gigantesca fortificación, La Gran Muralla (hoy elegida como una de las Siete Maravillas del Mundo) de más de 21.000 kilómetros de largo, para protegerse de los ataques de los nómades mongoles y consolidar el Imperio del Dragón.
Y así con distintas dinastías, con “golpes de palacio”, y con todos los avatares del devenir histórico logró mantener incólume su perfil de gran nación, prescindente de Europa, pero sin prescindir del comercio con todo el mundo. Por más que mucho se ha hablado de la “ruta de la seda”, el grueso del comercio se realizó en sentido inverso a partir del siglo XVI, pasó por las Filipinas españolas. El ritmo de intercambio entre China y Occidente se aceleró notoriamente con el “Galeón de Manila” que era la ruta que conducía las mercaderías 1 o 2 veces al año hacía Acapulco, atravesando Nueva España (Méjico) con destino a Sevilla.
Con la irrupción de la nueva concepción colonial de dominación por medio de factores económicos, hace 200 años, China se convierte en una codiciada presa.
Los europeos compraban porcelana, seda, condimentos, tés chinos pero se veían obligados a pagar con plata porque China no manifestaba mayor interés por adquirir productos de Europa.
Para que una nación del porte de China perdiera su soberanía, es imprescindible que su gobierno perdiera pie en proteger a la población y cuando lo quiso recuperar ya fue tarde.
Gran Bretaña salió vencedora de las dos guerras del opio: 1839/42 y 1856/60.
Con la introducción libre del opio en China, se lograba introducir la más eficaz estratagema para lograr la dominación de un pueblo que ya en ese entonces superaba los 400 millones de habitantes.
Por un lado el gran negocio: el opio lo producían en Ia India y lo usaban como forma de pago a los productos chinos.
Pero lo fundamental en este esquema de dominación a largo plazo era quebrar la voluntad de resistencia de la población, mediante la difusion del uso generalizado de un producto letal, que se derramaba en todos los estamentos sociales. Fumaderos públicos y privados.
De ahí a la consolidación de enclaves costeros en cadena y ciudades puertos, con su asegurada extraterritorialidad, en base a concesiones y asentamientos coloniales, hay un breve paso.
Y como siempre ocurre, cuando se logra arrebatar la soberanía de los estados independientes, estas acciones están adornadas de toda una generosa literatura universalista, en defensa de la civilización y de los derechos humanos.
¡Aunque para consolidar este resultado se haya tenido que recurrir a dos ominosas guerras para imponer el consumo del opio!
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