El plástico no sólo es materia, también es espíritu. Así rezaba una vieja publicidad de la empresa Atma, que señalaba también el vasto proceso de trabajo que hay detrás de un recipiente: inquietud, investigación, desarrollo, sensibilidad y ciencia. La transformación por la que pasa la materia prima hasta convertirse en su punto final tiene un elemento clave: el hombre. Es en toda esta cadena humana y tecnológica donde la empresa se mueve con comodidad.
Su historia es amplia. Atma nació hace 71 años como parte de una red de fábricas en Argentina, Brasil y Uruguay. Su propietario rotaba los moldes entre este triángulo abasteciendo, de esta forma, los tres mercados. Con el paso del tiempo, la fábrica norteña cerró y la argentina viró hacia otros productos luego de venderse en varias ocasiones. En 1965 entró en quiebra y fue adquirida por la compañía uruguaya Bakirgian & Cia (que por ese entonces era una de las principales distribuidoras de textiles uruguayas e incursionaba en nuevos mercados). Su gerente era Víctor Chaquiriand, cuya familia era originaria de Esmirna y Creta. Al asumir el control de Atma, decidió hacer cambios importantes en la gerencia y el manejo financiero. El objetivo era asegurar el futuro del negocio.
Por ese entonces la fábrica se orientaba mayormente a la cajonería y los productos del hogar. Era una época de la industria donde la barrera de entrada estaba en poseer la máquina y el molde, y de hecho lo fue así hasta hace poco tiempo. Pero las innovaciones tecnológicas y la aparición de maquinaria de oriente redujeron significativamente este filtro.
Hace una década y media la compañía fue consciente que tener estos dos elementos no eran suficiente. Pero contaban con algo a favor. Los 60 años de conocimiento y experiencia acumulada hasta entonces los diferenciaba del resto de las empresas de su índole, lo que les aportaba un valor agregado en conocimiento de diseños de productos, la calidad y la capacidad de diseñar y fabricar productos complejos con altas exigencias.
“Somos bastante inquietos. Todos los desafíos son excusas para seguir cambiando. Está en nuestro ADN”, observó Isabelle Chaquiriand
Fue por esa época que Isabelle Chaquiriand se incorporó a la empresa, que ya había estado bajo la dirección de su padre y su abuelo. La hoy CEO de Atma recordó a La Mañana que la compañía tuvo que reinventarse varias veces. “Si hay algo que tenemos claro como parte de nuestra cultura es que nos tenemos que adaptar para sobrevivir. Lo único que no cambian son los valores”, acotó.
Ingresó en el año 2003, cuando la empresa pasaba por un periodo difícil. Eran tiempos de crisis económica. Isabelle, a punto de recibirse de contadora, decidió cambiar de trabajo, pero su padre le hizo una contraoferta y le ofreció incorporarse a la empresa. “Yo ya sabía que la compañía estaba pasando por un momento crítico, pero mi padre veía que había potencial para salir adelante, que había un buen equipo y que precisaba a alguien con mi perfil para sumar al grupo y sacar la empresa de la crisis. En ese entonces yo me estaba por casar, no tenía hijos. Era una decisión arriesgada porque realmente no sabíamos qué podía pasar. Así que después de mucho hablar, entré a trabajar en mayo”, recordó.
Finalmente, soplaron vientos a favor. En el año 2008 se produjo un quiebre en el modelo de negocio orientado hacia la creación de productos a medida para grandes clientes, mediante soluciones personalizadas. Fue así que también ingresó nueva maquinaria y la política de capacitación se tornó aún más fuerte. Esto lo llevó, en parte, a posicionarse como el principal proveedor de soluciones de envases de plástico en nuestro país.
Es que la palabra innovación siempre estuvo en el recorrido de Atma –así lo señalan los antiguos avisos de la compañía- y todo apunta que también lo estará en el futuro. “Deseamos continuar siendo punta de lanza en lo que se refiere a las necesidades de nuestros clientes. Invertimos muchas horas al día en pensar hacia delante e imaginar hacia dónde pueden ir las cosas para adaptarnos a esos cambios”, comentó.
Actualmente, la compañía es el sostén de 150 familias y un centro creativo que incorpora tecnología. La meta es identificar la necesidad del cliente respecto a su producto o proceso. De esta forma, se desarrollan envases tanto para alimentos, como para productos químicos. Todos ellos deben contar con altos estándares de diseño, inocuidad y calidad.
Actualmente, la compañía es el sostén de 150 familias y un centro creativo que incorpora tecnología.
En tanto, la ejecutiva sostuvo que Uruguay es un país de enormes oportunidades, donde las compañías internacionales prueban nuevos productos gracias a que aquí se pueden validar ideas fácilmente sin realizar inversiones mayores que implicarían otros mercados. “Somos un país con facilidades de articulación”, subrayó.
No obstante, afirmó que no siempre se es consciente de estas ventajas o de cómo posicionarse mejor para capitalizarlo. Por otra parte, el nivel de formación de la población no acompaña las necesidades del mercado, indicó, y los sectores con pleno empleo no consiguen suficientes talentos. “No somos ágiles para resolver problemas, especialmente si eso implica articular con el sector público. Y no tenemos una estrategia clara en muchos temas, como por ejemplo, la competitividad. Hay muchas medidas y buenas intenciones de país exportador, innovador y productivo, pero por otro lado hay una mochila de medidas que van en el otro sentido”, manifestó.
Añadió que estos elementos hacen que los empresarios en ocasiones, no tengan en claro hacia dónde ir o trazar estrategias de largo plazo. Ser una empresa manufacturera en Uruguay es de por sí un desafío, pero también una oportunidad de adaptarse mejor a los cambios. Poseer la propia planta de reciclado es una ventaja enorme para lograr la generación de envases y productos más sostenibles. También juega a favor la historia que tiene detrás.
Más que una empresa familiar, Chaquiriand reconoce que son una familia de empresa. “En mi casa nos educaron para ser emprendedores de nuestra propia vida”, comentó. Ser nietos de inmigrantes que llevaron un camino cuesta arriba la llevó a ser consciente de que el único patrimonio con el que cuenta son sus capacidades y no los bienes materiales. Por otro lado, los valores de la empresa se mantienen fuertes, dado que las distintas generaciones han sido guardianas de que se mantengan y trasciendan a lo largo de los años. Dentro de estos se fomenta además el equilibrio personal y familiar de todas las personas que trabajan allí.
La responsabilidad de su labor hace que Isabelle usualmente se encuentre pensando en qué haría en su lugar su abuelo o su padre frente a terminada situación. “Tuve el placer de trabajar con gente que trabajó con mi abuelo, a quien no conocí personalmente porque falleció antes de que yo naciera”, relató. Sin embargo, conoció a Víctor Chaquiriand de una manera diferente: a través de las historias de mucha gente y, sobre todo, de su legado.