No es necesaria una exposición exhaustiva de los argumentos presentados por los progresistas en nombre de sus propias nociones de libertad académica y de la misión de la universidad. Los principios dominantes de esta doctrina son bien conocidos. Este lado del argumento es ampliamente conocido y el razonamiento (si es que así se lo puede llamar) detrás del mismo se encuentra indeleblemente impreso en las mentes de la mayoría de la “intelligentsia“. En la mayoría de las comunidades, intentar rechazar una medida propuesta por los progresistas resulta inevitablemente en una acusación de violar la libertad académica. Esto se ha convertido en un acto reflejo.
“Dejemos que la verdad y el error luchen en el terreno de las ideas. La verdad vencerá. Que el estudiante y el ciudadano sean testigos de la lucha; que la lucha tenga lugar en sus mentes, y terminarán aliándose con la verdad”. Estos son argumentos incuestionables sobre los que descansa en parte el argumento a favor de la democracia. Pero en su aplicación, son en gran parte incomprendidos, e incuestionablemente tergiversados cuando se utilizan para justificar la educación del “laissez-faire”.
La universidad es concebida como una extensión del terreno de batalla, y la enseñanza es el campo de práctica en el que se enseña a los gladiadores del futuro a usar sus armas, se les instruye en las astucias y estratagemas del enemigo y se les inspira con la virtud de su causa en anticipación del día en que den un paso adelante y se unan a la lucha contra el error. Esto es importante, ya que hasta el estudiante más distraído de historia sabe que, de hecho, la verdad no necesariamente vence. Es más, la verdad nunca puede ganar a menos que sea pregonada. La verdad no lleva en sí misma una vacuna contra la falsedad. La causa de la verdad debe ser defendida, y debe ser defendida dinámicamente.
William F. Buckley en “God & Man at Yale” (Dios y Hombre en Yale, 1951).
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