—Yo no vi, no leí, no me enteré, pero se lo homologo, acá se lo firmo y ya está, llévelo al archivo.
Sí, ya sé, le suena conocido, pero no apure caballo flaco en repecho, que ya le cuento.
Esas frases que leyó más arriba eran del dirigente del Club Atlético “El Mormaso” cuando se hizo el pase del más famoso futbolista del pueblo, “el chapita” Gurméndez.
Chapita era muy querido por la hinchada. Se inició en los semillitas e hizo todo el proceso para llegar a primera.
Si había algo que podía ser inimaginable era verlo con otra camiseta que no fuera del glorioso Mormaso. Pero pasó.
Estaba Chapita en lo más alto de su carrera, cuando llegaron los primeros “ojeadores” del fútbol capitalino.
Sorprendidos por la velocidad y poder de resolución del novel futbolista, empezó la danza de los millones en las oficinas.
El fútbol tiene agentes muy hábiles que conocen al dedillo los vericuetos de los reglamentos de pases.
Y el secreto de una buena negociación futbolera es venderlos jóvenes, prometérselos a varios contratistas, así poder recibir ofertas variadas y, si se puede, evadir impuestos.
El presidente del Mormaso era el carnicero del pueblo, “el chuleta” Marin, hombre que no dejaba nunca de trabajar y todo lo vinculaba con su negocio cárnico.
Lo que se precisaba para el club lo conseguía por canje. Cuando se precisaron pelotas para entrenar, de las profesionales, las consiguió con un canje por pulpa de bondiola de cerdo.
A todos lados iba de blanco, con delantal y gorro manchado como prueba del compromiso con su trabajo.
La cuestión es que la venta del Chapita se empezó a complicar y la oportunidad de hacer un buen negocio se esfumaba.
Fue justo ahí que apareció el doctor Gil, abogado, criado en el pueblo, conocido como “el chancho”.
Su apelativo se debía a su escasa cercanía con el agua y el jabón y un exacerbado gusto por los aerosoles desodorantes baratos de dudosa procedencia.
Se dice que las audiencias en las que él participaba terminaban rápido y con mutuo acuerdo de las partes, solo para no seguir soportándolo en un ambiente cerrado.
El Chancho recomendó al presidente que vendiera al Chapita en partes y en porcentajes de pases futuros.
El presidente Chuleta no entendía a qué se refería con venderlo así y por las dudas dijo de entrada que jamás lo cortaría a pedazos.
—El negocio es así, amigo —explicó el abogado con voz calma—. Juntamos cinco socios de confianza, le vendemos el pase, pero nos guardamos todos los derechos, con alguna cláusula en letra chica que nos favorezca por derechos de formación, imagen y quedamos prendidos a futuros pases. Así tendrían que negociar con todos, el precio de venta se eleva y mientras tanto la hinchada grita desaforada “el chapita no se va”. Nosotros quedamos como defensores de los derechos del pibe.
Esta historia terminó como inició:
—Yo no vi, no leí, no me enteré, pero se lo homólogo, acá se lo firmo y ya está, llévelo al archivo.
Hace quince años que vienen currando con el pase.
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