Julio es un mes especial para las relaciones entre Belarús y Uruguay. El pasado domingo 7 ambos países cumplieron 27 años del establecimiento de su vínculo diplomático. Si bien en Montevideo no hay una embajada del país eslavo, sí existe una oficina consular. Bajo la jurisdicción de la Embajada de Belarús en Argentina se encuentra Sebastián Asis Andreiuk, Cónsul Honorario de Belarús en Uruguay. El diplomático conversó con La Mañana acerca de su labor realizada hasta el momento y las oportunidades de negocios que comienzan a nacer entre ambas naciones.
Dentro de las líneas de trabajo del Consulado Honorario de Belarús en Uruguay se encuentra la política, que incluye el relacionamiento con nuestro país y sus instituciones políticas, sobre todo, con el Ministerio de Relaciones Exteriores. Pero la esfera económica también es fundamental. “Últimamente hemos notado un interés muy grande tanto en empresas bielorrusas como uruguayas en el comienzo de un mejor flujo económico y comercial”, apuntó Andreiuk.
Durante el año pasado, Uruguay ejerció la presidencia pro témpore del Mercosur. Durante este periodo, se impulsaron acuerdos comerciales con cuatro bloques. Uno de ellos fue la Unión Económica Euroasiática. Según el informe anual de comercio exterior de 2018 de Uruguay XXI, en diciembre de 2018 se firmó un memorando de entendimiento con este conglomerado de países, dentro de los que se incluye Belarús junto con Armenia, Kazajistán, Kirguistán y Rusia. En concreto, este grupo de países reúnen el 6,5% del Producto Bruto Mundial. El total de las exportaciones uruguayas a este bloque se ubicó en US$ 176 millones en 2018.
Los aspectos vinculados a los productos por los que cada país se destaca a nivel de exportación son los más interesados. De esta forma, Belarús produce todo tipo de maquinarias e insumo para el agro, que se podrían utilizar en Uruguay para la producción de carne, vino o commodities. “El nivel de tractores, cosechadoras o fertilizantes son muy buenos”, describió el Cónsul.
A pesar del interés, aún no hay canales abiertos de comercialización, indicó. No obstante, a su visión, esta situación “mejorará muchísimo” cuando finalmente se firme el acuerdo de supresión de Visa para pasaportes comunes entre ambos países. “Esto facilitará que los empresarios de ambos lados viajen sin necesidad de realizar este trámite que, en ocasiones, disminuye el interés de movilizarse”, observó. En el caso uruguayo, actualmente el interesado debe recurrir a la Embajada más cercana, localizada en Buenos Aires, para iniciar la tramitación. En el caso bielorruso, el interesado debe concurrir hacia Minsk para iniciarlo.
Andreiuk comentó que, una vez que el proyecto fue presentado, tuvo demoras en Uruguay, pero agregó que el mismo llegó a la etapa final, luego de haber sido aprobados todos los borradores para ambas cancillerías. Actualmente, sólo falta que se firme y que se ratifique, un proceso que el entrevistado estimó llevará hasta fin de este año.
Más allá de este acuerdo, hay entre Uruguay y Belarús una serie de tratados vinculados a la economía y el comercio. El pasado 28 de junio el Director Nacional de Aduanas, Enrique Canon, suscribió los Acuerdos de Cooperación y Asistencia Administrativa Mutua en materia aduanera con Belarús. El hecho tuvo lugar en Bruselas.
“Se acaba de firmar un acuerdo de cooperación aduanera en Bruselas hace unos días atrás, pero tenemos una batería de unos cuantos tratados –cerca de siete u ocho- que están en carpeta, algunos en la etapa final”, confirmó. Algunos de ellos refieren a tratados de marco político, aduanero, económico, comercial o migratorio, como el caso de la supresión de la Visa.
Por otra parte, Andreiuk manifestó que de los 27 años de relaciones diplomáticas que llevan ambos países, los últimos cinco han sido los más fructíferos, debido al interés colocado en ambas partes para mejorar e intensificar los vínculos.
El autodescubrimiento de una diáspora
Desde hace tres años, la oficina consular inició un registro en el que detectó que la mayoría de los inmigrantes de este país llegaron a nuestras tierras entre los años 1921 y 1939. A la vez, los resultados relevaron que el noventa por ciento de la diáspora bielorrusa en Uruguay es originaria de uno de los seis oblast –o provincias- de Belarús: Brest.
Esto no es casual, indicó Andreiuk. Entre este periodo de tiempo, Polonia ocupó una franja de territorio lo bastante extensa como para ir más allá de sus propias fronteras históricas, llegando a provincias occidentales bielorrusas y ucranianas. Fue así que personas radicadas en esta zona, mayoritariamente de origen campesino, emigraron a Sudamérica, asentándose posteriormente en Argentina, Paraguay, Brasil y, por supuesto, Uruguay, explicó.
Pero la oleada mayor de inmigrantes tuvo lugar en el año 1923, dado que tanto Brasil como Argentina habían cesado las facilidades otorgadas otrora, mientras que Uruguay continuó con su política de apoyo. Este número comenzó a descender a partir del año 1939, apuntó Andreiuk, cuando las provincias occidentales fueron recuperadas por la entonces Unión Soviética, las que al día de hoy continúan formando parte del territorio bielorruso soberano.
Dentro de este grupo de eslavos se encontraba Grigori Kirilovich Andreiuk, un campesino originario de Barshcheva, una aldea del Distrito de Kamenets, en la Region de Brest, quien desembarcó en el año 1929 orillas uruguayas. Se trataba del abuelo del actual Cónsul. Más allá del tiempo y las distancias, la familia consiguió en el año 2010 retomar el contacto. Sin embargo, esta unión no es siempre sencilla para el resto de los descendientes de los inmigrantes y, ello, es una de las preocupaciones del Consulado.
Andreiuk explicó que dentro de las aristas de trabajo de la oficina se encuentra la preocupación por ayudar a la diáspora a retomar sus orígenes, como lo puede ser encontrar las aldeas desde donde provenían sus ancestros, posibles familiares o traducir documentos.
La auto identificación como bielorrusos aparece aquí como un elemento fundamental. En tal sentido, el Cónsul señaló que la mayoría de los ancestros de la diáspora nacieron antes del año 1917, periodo en el cual Belarús pertenecía al Imperio Ruso. Luego de este año, las provincias occidentales formaron parte de la Segunda República Polaca, por lo tanto, cuando sus ciudadanos emigraron, lo hicieron con pasaporte polaco. “Cuando las generaciones venideras reconocían su origen se identificaban como rusos o polacos, cuando étnicamente somos bielorrusos. Nuestro apellido, nuestras costumbres y tradiciones, y nuestra lengua –que cada vez comienza a aflorar más- es bielorrusa”, comentó. “Es como un trabajo de arqueología, donde desde las capas superficiales se llega a la profundidad y a la esencia. Así descubrimos cuál es nuestra identidad”, observó.
Para llegar a estas personas, la oficina consular debe realizar “un trabajo de hormiga”, basándose en su mayor medida en las redes sociales para poder lograr una mayor difusión. El principal factor que una persona puede tener para sospechar de su origen es el nombre de la aldea de dónde provino su familia.
“Hay un gran interés de las personas que integran la diáspora y están en busca de su origen exacto. Recibimos muchas historias y consultas”, observó. A la vez, este interés es mutuo. Desde el país eslavo también se reciben inquietudes de personas que buscan a su familia en Uruguay. “Existen muchas divisiones del gobierno con un gran interés de interactuar con los bielorrusos en el extranjero”, confirmó.
Por otra parte, se hace cuesta arriba tener un número exacto de las personas que integran la diáspora en Uruguay, debido a que nunca se realizó un control riguroso en este aspecto. “Estimo que entre los bielorrusos que vinieron, los hijos y los nietos puede haber aproximadamente en Uruguay hoy, entre dos mil y cinco mil personas”, comentó.
Si bien no existe un lugar único en el país donde se asentaron, en Montevideo muchos de ellos se radicaron en el barrio Cerro, impulsados por los trabajos en los frigoríficos de la época, aunque los que se dedicaron a la agricultura se dirigieron al Interior del país en busca de tierras. Algunos de ellos llegaron a la colonia de rusos y ucranianos en Río Negro, San Javier, en búsqueda de un idioma o costumbres similares. Muchos otros se dedicaron a los empleos que brindaban el ferrocarril o el telégrafo.