Decir que la belle époque, fue un período de gran influencia de la cultura francesa, parece un tanto redundante. No importa que corresponda al decadentismo londinense, como hace notar Ángel Rama. La fascinación de París encandiló varias generaciones de uruguayos. Juan Lindolfo Cuestas fue a morir a París. Los niños venían de París. Hasta a los plátanos de amable sombra y alérgica pelusilla los trajo Luis Ernest Racine de París. Jules Charles Thays, aunque vía Buenos Aires, también llegó de París. Por supuesto la moda venía de París. De París, o algún lugar cercano -como Londres o Madrid- había llegado a estos lares José Buschental.
Buschental, muerto en Londres en 1870, había dejado como única heredera a su esposa doña María Benedicta Pereira. A la apertura de lo que por lo menos era su segundo testamento -había hecho uno en el París de 1857 y otro en Uruguay en 1869- dejaba bienes y deudas. Su viuda vino al Uruguay con un asesor argentino y sin ninguna intención de permanecer en la zona.
No le fue fácil a la noble dama brasileña enajenar sus propiedades. Las turbulencias políticas y sus consecuencias económicas, se hacían sentir duramente. El asesor Adolfo del Campo propuso venderlas al estado. Particularmente el área de la quinta del Buen Retiro resultaba apropiada para un paseo público. No obstante, el erario no estaba en condiciones de afrontar el gasto, de modo que al fin fue el propio asesor el comprador de una parte de esos predios, a los que bautizó con el nombre de «Prado Oriental». Se trataba de un emprendimiento comercial de modo que los abrió al público cobrando una entrada.
Además, se construyó el Hotel Recreo del Prado -«probablemente» por Adolfo del Campo, dice la IMM-, «un pabellón vidriado con columnas rematadas en hojas de palma», que en 1909 se demolió para edificar el actual Hotel del Prado, que en realidad no es un hotel.
Tax
Prototipo y cronista de la belle époque uruguayafue, sin duda, el doctor Teófilo Eugenio Díaz, que firmaba sus notas con el seudónimo de Tax. Había nacido en 1853, doctorado en leyes en la Universidad de Buenos Aires y revalidado su título, comienza su carrera en la magistratura nacional como Juez Letrado de la capital en 1882. Cuatro años después ya era miembro de la Alta Corte de Justicia. También tuvo un destino diplomático de abrupto final.
Pero no sería por su carrera judicial que la historia le tendría reservado su pequeño lugar. Según Alberto Zum Felde, era un «refinado gastrónomo y catador […] a su destreza de leguleyo no le iba en zaga su atrevimiento de galanteador». Escribió: La isla de los talas, Regionales, Lo homogéneo, El clavel punzó, Espadines, Etiquetas de la confianza, Entreactos de la vida oficial, Mi vuelta de Roma y Noches de arte.
Agudo cronista, recoge en Regionales publicado por Barreiro y Ramos en 1902, una interesante nota sobre un «baile blanco» en la residencia de D. Aureliano Rodríguez Larreta. «Mi traje blanco denuncia mi sincero concurso por la felicidad de mis amigos», era el espíritu de la «soirée», explica. Obviamente se trataba de una fiesta para jóvenes. Pero más allá de este necesario contexto, interesa anotar un par de frases de su escrito que definen la cultura de una época.
Cintura de avispa
El estilo reloj de arena, paradigma de la imagen de la mujer distinguida de la época, se componía de: «esa acerada coraza que es el corset […] el corsage opulento y firme como la roca de Gibraltar y el polisón por el que nuestras caderas adquieren una amplitud que no siempre es obra de la naturaleza», enseña Petite Poupée en El Día en 1886.
Aunque hacia el ‘900 ya el polisón no se usara, en esa línea interpreta D. Teófilo: «La mujer […] no siente impresión de tristeza porque las costumbres la obligan a ocultar sus perfecciones, por la forma que la civilización ha dado a los trajes. La civilización sacrifica a la que reúne las líneas de Phriné en honor de la que careciendo de escultura puede con su vestido largo presentarse en concurso». Y agrega: «Esto ha despertado en la mujer una tendencia a considerarse una vegetación de jardín, manteniendo el prestigio de las fábulas que nos describen la personificación de las flores». El resto de la nota es una clase de botánica social: para Matilde y Maria Elena Rodriguez Larreta Arocena, Tax inventa la categoría de Aurelianas.
Hay también una referencia al maquillaje y a los colores de la piel. Una moda heredera de la cultura romántica todavía consideraba que la tuberculosis tenía algo de elegancia, por lo menos en cuanto al aspecto físico. «Los colores de la salud, pálido y rosa, en las clases superiores, no el color de la salud de la aldeana; eran prominentes en…» y nombra a una de las chicas asistentes a la reunión.
En el Prado
El Dr. Díaz asiste a la reunión porque D. Aureliano le había enviado una tarjeta, donde le decía que la fiesta era para jóvenes pero: «tú eres un joven crónico». Además de serlo, estaba vinculado con la familia de los Rodríguez Larreta por su profesión de abogado. Pero no era esa la razón de su presencia sino los estrechos lazos de amistad que se habían forjado. El Dr. Díaz era un hombre de mundo, buen tirador -como lo aconsejaban los códigos de honor- tan dispuesto a dar su consejo profesional como su conocimiento de la psicología y del alma humana. Será él quien mediará en un conflicto matrimonial entre Celia Rodríguez Larreta de Arteaga -nieta de D. Aurelio- y su marido Adolfo Latorre. Así, les recomienda que vayan a pasar unos días al Hotel Recreo del Prado a sellar su reconciliación.
Por desgracia los buenos propósitos de este caballero no resultan como lo esperaba sino una tragedia: Adolfo Latorre mata a su esposa. Los viejos eucaliptus del paseo del Prado serán mudos testigos. Latorre declarará a la policía, según El Día, que ella se había negado «a prometerle que en adelante su proceder no daría lugar a la menor observación». El Siglo, dirá que entonces «tomó el revólver […] que había puesto bajo la almohada…».
Enterado el Dr. Díaz del insuceso se presentó en el Prado y mató de un tiro al uxoricida. El prestigioso abogado y cronista pasó de una página del diario, a otra. Sin embargo, una calle de Montevideo lleva su nombre. Curiosidades de un nomenclátor tantas veces hemipléjico…
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