Cualquier estudio que pretenda analizar un fenómeno acaecido en el pasado, no puede cometer el error de sustraerlo del contexto histórico en que se desarrolló. Sería como utilizar un delgado foco de linterna en la penumbra de una oscura noche. Solo se estaría revelando lo que se pretende imponer como verdad absoluta. Es lo que sucede con este insistente manipuleo del llamado Plan Cóndor.
Para comenzar a dilucidar el grave error de valoración del clima de violencia antidemocrática instalada en la región, vamos a seguir enfocando lo acaecido en la otra margen del Río de La Plata. José Ignacio Rucci fue un combativo sindicalista que comenzó su carrera junto al dirigente Augusto Timoteo Vandor dentro de la UOM (Unión Obrera Metalúrgica). Cuando se comprueba que no es posible perforar la organización social-católica de la CGT peronista, ni por la fuerza de los gobiernos militares, ni por la infiltración, cambian la estrategia y se decide eliminar a los dirigentes por el crimen político. Cuando son asesinados primero Vandor y luego José Alonso, Rucci toma la posta y no para hasta ser elegido Secretario General de la CGT.
Frente a la ola de violencia armada que invade estas latitudes (plan OLAS?) algunos jefes del ejército argentino como el Gral. Lanusse, trazan un estrategia inversa a sus colegas de la región y resuelven restaurar la democracia plena, sin proscripciones. Eso significa ni más ni menos el abrumador triunfo electoral -62% de los votos- del 23 de setiembre de 1973 de Juan Perón.
Cuando el viejo caudillo anunció que no iba a tolerar la guerrilla, la respuesta no se hizo esperar. Antes de las 48 horas acribillan a balazos a Rucci, su brazo derecho, el único que era capaz en colaborar en llevar adelante una revolución en paz y en democracia.
¿ Cómo se podría denominar a este plan de imponer el terror y el espanto?
¿ O sería un plan Cóndor ambivalente que contaba con dos caras?
Es hora de investigar.
En los últimos días ha quedado en evidencia toda una maniobra de despilfarro de dineros públicos, en aras de investigar una supuesta ruta del dinero que giraba en torno a este siniestro plan. Que de ser real no solo significa un deshonroso reconocimiento de transgresión a la soberanía de ciertos estados periféricos, constatando la extraterritorialidad en la violación de derechos humanos. Y como si fuera poco, se fabrica una oportunidad adicional de inexplicable lucro. A pesar de lo cual el presidente de Jutep Ricardo Gil Iribarne aseguró que en el juicio en Roma “nunca se habló de la ruta del dinero” del Plan Cóndor.
Pero yendo al meollo del problema ¿existió una conspiración aislada en clave de cruel plan operativo, digitada desde el extranjero, con el objetivo de reprimir con excesiva dureza a mansos opositores?
No se podría entender lo acaecido sin comenzar por la punta del cabo que nos lleva por el escabroso camino – causas y efectos- a aquella escalada de terrorismo y contraterrorismo. Esta literatura de violencia está inserta en los profundos cambios culturales a que fue sometida nuestra humanidad, en la década de 1960.
El devenir histórico no está marcado por la fría cronología del almanaque. Hay acontecimientos que signan largos períodos. En ese sentido la segunda mitad del siglo XX estuvo pautada por “los años sesenta”, que coinciden todos, tanto periodistas, como historiadores y académicos. El período anterior, de 1945 a esta fecha, la sociedad en términos universales había sido demasiado lacerada – en todos los frentes- para preocuparse de otra cosa que no fuera en una responsable reconstrucción de los daños acarreados por esta segunda conflagración mundial, que fue el corolario de la primera, con apenas una tregua de 20 años.
Es en este período comienza a asomarse al mundo llamado occidental, una contracultura que trastoca todas las normas sociales, desde la vestimenta hasta la educación. Esta década fue catalogada como “Swinging Sixties” debido al comienzo de la caída de los tabúes sociales, pasando por lo valores. Y todavía hoy a veinte años de comenzado el nuevo siglo, nos sigue agregando sorpresas.
El inicio de esta década es representativo de un período caracterizado por las confrontaciones internacionales, donde se usó como telón de fondo – y justificativo- el conflicto entre los bloques constituídos a partir de Yalta y Postdam por Estados Unidos y la Unión Soviética.
A pesar de esta supuesta confrontación (Guerra Fría), hubo un respetuoso reparto del mundo en zonas de influencia. Los húngaros, los polacos y los checos, entre otros, sufrieron en carne propia el costo de sus rebeldías ignoradas por Occidente.
En medio de este afianzado mundo bipolar, a partir de junio de 1963, los grandes problemas confrontativos son manejados por el “teléfono rojo” que hace de enlace de comunicación directa entre Washington y Moscú, dejando atrás la angustia que generó la Crisis de los Misiles en Cuba. Así las ojivas nucleares fueron ocupando un valor disuasivo, más que una amenaza real de guerra.
Contrariando a este equilibrado statu quo, se producen episodios inexplicables. Uno de ellos es la obstinada intervención armada de EE.UU. en la guerra de Vietnam. Si bien este conflicto se prolongó por 20 años (1955-1975), el epicentro de esta guerra fue uno de los principales detonadores de la explosión cultural de los 60. Ahí se consolida por un lado el movimiento Hippie dentro de Estados Unidos y por otro la rebelión de los estudiantes de Mayo francés, cuyo verdadero objetivo era menoscabar el liderazgo europeo del General De Gaulle.
Del punto de vista militar fue el primer fracaso de la nación que se consagró como gran victoriosa en las dos guerras mundiales. Y a juzgar por los resultados, resulta tan ininteligible esta retirada de EE.UU., abandonando a su aliado de Saigón, como el Premio Nobel de la Paz otorgado a Kissinger después de haber expandido el sangriento conflicto bélico, a los estados limítrofes de Camboya y Laos. Enigmas que el periodismo de los grandes medios, en su afán de alentar y dar coherencia a todos los movimientos que generen turbulencia social, no le ha interesado dilucidar.
Es esta complicada dialéctica perversa la antesala del Plan Cóndor. ¿O hay quien pueda testimoniar que la exacerbada represión de la década posterior se hizo en frío, con el único ánimo de acallar voces de opositores que actuaban como vestales de la pureza democrática?
Para redactar ese novelón sin matices que denominaron “historia reciente” hubo que omitir todos los antecedentes, evitar toda connotación con la acción desatada en aras de la liberación, y sobre todo no mencionar el contexto de violencia prefabricada.
Si queremos graficar con un ejemplo todo el drama de la violencia que significó el desborde de la guerrilla y su posterior represión desmedida, al margen de ningún principio democrático, vayamos a los sucesos que se vivieron en Argentina en aquel entonces.
El 23 de septiembre de 1973 la fórmula Juan Perón – Isabel Perón, patrocinada por el FREJULI, obtuvo el 62% de los sufragios, seguida por Ricardo Balbín con el 24%.
Nadie puede negar que se había restaurado la plenitud democrática, por lo menos del punto de vista de la participación de la gente – el demos- en el manejo de la cosa pública.
Las Fuerzas Armadas habían interrumpido el largo ostracismo político del veterano General porque se sentían impotentes para controlar la situación de violencia armada que se había instaurado en la Argentina.
Esta era la tercera vez que Perón era electo presidente y asumía esa responsabilidad, consciente de la gravedad de la situación que le esperaba. El mismo día de su arribo, el aeropuerto de Ezeiza fue escenario de una batalla campal donde las armas de fuego provocaron cientos de muertos.
Una vez conocidos los resultados electorales, Juan Domingo Perón, declaró en exclusiva a Luis Romersa enviado a Buenos Aires del vespertino de Roma Il Giornale D’Italia: “Un hombre que haya pasado lo que yo pasé nunca se abandonara a los entusiasmos y a los desalientos ante los golpes de la suerte. Acepto todo esto como un deber…” Y luego el periodista le pregunta “¿En cuánto tiempo cree que va a extirpar la guerrilla?” A lo que el experiente conductor responde: “La guerrilla me preocupa menos de lo que creen los argentinos. Conozco sus orígenes, sus objetivos y sus métodos. Conozco los propósitos de los marxistas quienes, sabiendo no poder medrar en el marco de las leyes, intentan conseguir el poder con la violencia…”
Más que un dejo de ingenuidad en esta respuesta, seguramente pretendía neutralizar la preocupación y el desánimo de sus seguidores más fieles. Uno a uno iban a ser asesinados los principales dirigentes sindicales (su columna vertebral) los que las sucesivas dictaduras militares no habían podido doblegar. No habían pasado 48 horas de estas declaraciones que caía abatido de 23 balazos el máximo dirigente sindical José Ignacio Rucci.
La estrategia de imponerse por el terror en la CGT o anularla y echarla a un lado, había comenzado con el asesinato del dirigente de la Unión Obrera Metalúrgica Augusto Timoteo Vandor (El Lobo) y al dirigente José Alonso, 4 años antes. Crímenes que se adjudicó el ENR (Ejército Nal. Revolucionario).
El ya veterano caudillo logró exitosamente el retorno a su patria y a la actividad política. Desde su derrocamiento en 1955 hasta unos pocos días ante de estas elecciones, permaneció en el exilio. Su enfoque político estaba lejano de “comerse el rábano por las hojas” como le gustaba decir. No creía en el mundo bipolar pero sí sabía que “en política no hay más verdad que la realidad”. También era consciente que las fuerzas armadas que le permitieron volver, se sentían impotentes de hacer frente al clima de violencia guerrillera que se había instalado en Argentina.
¿Dónde comienza el Plan Cóndor? ¿Con el asesinato de Rucci?
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