En América Latina y el Caribe se pierden 127 millones de toneladas, volumen suficiente para dar de comer a 300 millones de personas, o el 37 % de los hambrientos en el mundo.
Se celebró ayer el Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y Desperdicio de Alimentos, este año con la particularidad de los desafíos impuestos por el COVID-19, que en algunos países ha dificultado los trabajos de producción, distribución y comercialización con la correspondiente afectación del acceso del público consumidor por lo que se hace más urgente el cuidado de alimentos para que el daño por faltante sea el menor posible.
Un informe del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) señala que en el mundo se desperdicia un tercio de toda la comida, lo que equivale a aproximadamente 1.300 millones de toneladas de frutas, verduras, carne, lácteos, mariscos y granos que nunca salen del establecimiento que los produce, se pierden o se echan a perder durante la distribución, o se tiran a la basura en hoteles, supermercados, restaurantes, escuelas o cocinas caseras. Ese total sería suficiente para alimentar a todas las personas desnutridas en el planeta.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) asegura que en América Latina y el Caribe, cada día, se arrojan a la basura hasta 348.000 toneladas de alimentos. Y cada año, cada habitante de la región desperdicia 223 kilos de alimentos, lo que hace un total de 127 millones de toneladas que es un volumen suficiente para dar de comer a 300 millones de personas, o el 37 % de los hambrientos en el mundo.
Impacto medioambiental
Pero la comida desperdiciada, además de ser una injustica humanitaria, también es ambiental porque cada producto arrojado a la basura implicó el uso de agua, energía y nutrientes de la tierra utilizados en la su producción y distribución.
Evitar tirar alimentos es un imperativo moral y solidario que requiere de un cambio en el comportamiento y consumo humano, y para eso hay que entender que todo lo que comemos (o desechamos) proviene de la naturaleza y como tal impacta en el medio ambiente.
Otro dato relevante es que desperdiciar alimentos incrementa 15 % de las emisiones de gases de efecto invernadero vinculadas a la cadena alimentaria. Todo aquello que no se consume y es desechado, sean sobras comestibles, cáscaras o restos no comestibles, desprenden carbono y metano cuando se pudrir en los vertederos, destaca WWF en un artículo publicado en su página web.
La agricultura, “el único sector con potencial” de producir con emisiones “negativas”
“Afortunadamente, nuestros sistemas alimentarios también representan nuestra mayor oportunidad. Podemos volver a imaginar la agricultura como parte de la solución tanto para el clima como para la naturaleza. Los agricultores y ganaderos pueden producir suficientes alimentos para alimentar a todos utilizando métodos climáticamente inteligentes como plantar cultivos de cobertura, elegir riego eficiente y usar pastoreo rotacional para que el ganado ayude a mantener saludables los pastizales y los suelos. Las empresas pueden trabajar con las comunidades locales y los pueblos indígenas para garantizar que los bosques y otros hábitats no sean destruidos mientras fabrican sus productos”, destaca el Fondo.
Asimismo subraya que “el único sector que tiene el potencial” de producir con emisiones “por debajo de cero” o incluso “negativas” es la agricultura.
Eso es posible “porque la rehabilitación de suelos y la replantación de bosques puede extraer carbono de la atmósfera. Los hábitats naturales y los sistemas agrícolas resilientes también nos ayudarán a prepararnos para hacer frente a fenómenos meteorológicos más extremos y otros desafíos globales como la seguridad alimentaria”.
Los datos publicados tienen como fuente el Fondo Mundial para la Naturaleza y la Organización de las Naciones Unidas.