Con la pandemia avanzada en todo el mundo la falta de trabajadores en el medio rural sigue siendo un problema en muchos países. La fruticultura neozelandesa no encuentra trabajadores y algunos miran la robotización.
En ediciones anteriores La Mañana dedicó algunos artículos a la falta de mano de obra rural en varios países europeos, un fenómeno que se dio a consecuencia de la pandemia por COVID-19 ya que al estar las fronteras cerradas no se permitió el ingreso de trabajadores extranjeros y los locales no eran capaces de desarrollar esa tarea por falta de conocimientos básicos o no aceptar la naturaleza de la labor que se les encomendaba. En ese contexto salió a luz la dependencia que países de avanzada tienen respecto a la mano de obra extranjera. En Uruguay todos recordamos el caso de los esquiladores que viajaron España y fueron noticia en la prensa de uno y otro país por la cantidad diaria de ovejas esquilas como por la calidad y el profesionalismo de una labor que hasta entonces no era debidamente valorada.
Con la pandemia avanzada en todo el mundo la falta de trabajadores en el medio rural sigue siendo un problema en muchos países, aunque no en los de la región ya que en eso los latinoamericanos parece que fuimos más inteligentes que los países más desarrollados, incluso que aquellos que suelen ser modelo y referencia como Nueva Zelanda.
Un reciente artículo del sitio noticioso neozelandés NewsRoom señala que todo los años ese país enfrenta la falta de mano de obra para la cosecha de frutas, pero esta vez “la situación es más grave” debido al COVID-19. No solo no llegan inmigrantes sino que los propios neozelandeses desempleados no aceptan esos trabajos por las condiciones en que se debe realizar. El resultado es que la industria frutícola “necesita desesperadamente más trabajadores que nunca”, afirma.
En ese país la horticultura es una industria de 10.000 millones de dólares y se espera que siga creciendo a pesar de la pandemia, pero la falta de trabajadores parece ser uno de sus problemas principales, que sufre desde hace años. No es culpa de la pandemia, pero lo agravó.
Según algunos artículos de prensa, la recolección frutícola no se realiza en las mejores condiciones laborales y eso se ha convertido en un problema.
Richard Palmer, director ejecutivo interino de Summerfruit NZ, empresa que trabaja con casi 300 productores de frutas, dijo que hay “preocupación” por situaciones de explotación de los trabajadores, una situación que definió de “inaceptable”.
Agregó que hay unas 11.000 personas con visas a punto de expirar, las que podrían quedarse en el país para trabajar en la industria hortícola mientras dure la zafra, lo que sería muy positivo aunque se sabe que no todos aceptarán la oferta y es difícil hacerse una idea de cuántos sí.
Sólo el centro de Otago, en la región sureste de la isla sur de Nueva Zelanda, se necesita unos 5.000 trabajadores en el pico de la cosecha para recoger frutas de verano.
La robótica
A todo esto el uso de la robótica es una posibilidad que manejan las empresas con solvencia económica. El profesor de robótica de la Universidad de Auckland, Bruce MacDonald, destacó la importancia de la tecnología en los trabajos de cosecha frutal, más ahora en que “todas las noticias de robótica a nivel internacional están hablando de que el COVID-19 está acelerando la automatización”.
Las empresas saben que la aglomeración de personas en las fábricas como en las chacras o granjas es algo que se debe evitar y los robots pueden ser una solución.
Hace varios años que la agropecuaria neozelandesa investiga e invierte en la incorporación de la robótica. Este año un artículo del diario El Español se refirió a los perros robots que pastorean ovejas en Nueva Zelandia.
La firma Boston Dynamics (empresa especializada en ingeniería y robótica, con sede en Massachusetts, Estados Unidos) y la empresa neozelandesa Rocos anunciaron un acuerdo para que un robot con forma de perros pudiera cuidar ovejas y plantaciones, y así suplir la falta de mano de obra.