Una de las historias más famosas y celebradas de la Biblia, es la del pequeño e inocente David, contra el enorme y malvado Goliat. Aquella en la que el gigante despreció al muchacho por su tamaño, y este lo venció asestándole un hondazo en medio de la frente. Esta historia del débil bueno contra el poderoso perverso, se ha repetido una y mil veces a lo largo de la historia, y de la leyenda… Pero ya se trate de historias verdaderas o legendarias, siempre es bueno volver a ellas, por las notables enseñanzas que dejan.
La Reconquista española, marcó un hito sin igual en estas luchas de los enanos contra los gigantes, porque se inició –según cuenta la leyenda- en una batalla en la que unos 300 cristianos, vencieron a unos 10.000 musulmanes. Hay quienes discuten las cifras y el desarrollo de la batalla. Pero sea cual sea la historia verdadera de Don Pelayo y sus “burros salvajes” atrincherados en la cueva de Covadonga, lo cierto es que la península, otrora en manos de los visigodos, ahora estaba en manos de los moros. Y que, a partir de esa batalla librada en el año 722, los astures, los gallegos, los vascos, los castellanos, los catalanes, los aragoneses y los portugueses, se propusieron recuperar la península que el enemigo les había arrebatado. Y lo lograron. Tardaron 770 años, pero lo lograron. La existencia de uno que se atrevió a resistir cuando parecía que todo estaba perdido, y la perseverancia de quienes le siguieron, son las principales lecciones de esta historia.
Otra historia magnífica, es la de Blas de Lezo, un militar vasco apodado “el medio hombre”, por haber perdido en distintas batallas un ojo, un brazo y una pierna. En 1741, este héroe de leyenda, era Comandante General de Cartagena de Indias, cuando una flota inglesa de 186 buques, más de 2.000 cañones y más de 30.000 marinos al mando del Almirante Edward Vernon, sitió la ciudad. Dicen los historiadores que esa flota de guerra, fue la más numerosa que se hizo a mar en toda la historia previa al desembarco de los aliados en Normandía. Si se tendrían fe los ingleses, que antes de partir, Vernon mandó acuñar monedas que decían: «Los héroes británicos tomaron Cartagena el 1 de abril de 1741» y «El orgullo español humillado por Vernon». A Cartagena, Lezo la defendió Lezo con 3.000 mil hombres, más los marineros de sólo seis barcos de guerra. Y le dio tal paliza a Vernon, que la humillación sufrida por Inglaterra -50 barcos inutilizados, más 16.000 muertos y heridos-, salió por siglos de los libros de historia. Las lecciones que este enfrentamiento nos deja, es la de que ninguna batalla está ganada de antemano, ni perdida de antemano. Por tanto, las batallas hay que darlas siempre: si hay algo que se debe evitar más que la muerte, es entregarse sin pelear.
Los orientales, por nuestra parte, podemos contar historias de enfrentamientos con gigantes, de los que a veces salimos victoriosos, y de los que a veces perdimos en el campo de batalla, pero que ganamos en el campo del honor, de la gloria y de la verdad histórica. Entre las primeras, podemos contar las Invasiones Inglesas o los enfrentamientos de Artigas con los imperios de la época. Y entre las segundas, podemos contar la defensa de Paysandú, o las patriadas de Aparicio Saravia, el vecino alzado que llegó a poner en jaque a cinco generales de las fuerzas gubernistas. Las lecciones que estas historias nos dejan, es que a veces se gana en un terreno, y se pierde en otro. Y viceversa.
Hoy vemos que las potencias que alguna vez rechazamos militarmente, más tarde o más temprano penetraron culturalmente en nuestras costumbres, al punto de robarnos la identidad. Y sin identidad, o con la identidad cercenada… ¿es posible hablar de nación? En tiempos de guerra ideológica y cultural, a veces sutil, y a veces vehemente como patada en la canilla, es necesario permanecer alerta, sobre todo porque en muchas ocasiones, no es posible ver con claridad donde está el enemigo. Lo único que se sabe es que el enemigo está, y que está haciendo daño. Tanto, que a veces parece que todo está perdido.
Es aquí cuando conviene recordar las lecciones de la historia: alguien debe atreverse cuando todos retroceden asustados; y si quienes lo siguen perseveran, triunfarán, porque ninguna batalla está perdida de antemano, y porque las guerras, a largo plazo, no solo se ganan en el campo de batalla, sino también en el campo del honor y de la verdad. Algún día, la historia juzgará…
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