Hace tres días en la columna que mantiene Francisco Faig en El País de los domingos, encabezó su comentario en la misma clave y el mismo titular con que el tradicional órgano de prensa, editorializaba días antes: Coalición republicana.
A nuestro entender es una muy acertada designación para denominar a un equipo, que asumió la responsabilidad del gobierno a partir del primero de marzo, y fue “el instrumento político formidable a partir del cual la mayoría del país logró desplazar del poder al FA triunfante del período 2004-2014”, como subraya con realismo el editorial del 5 de octubre.
Sin desconocer que el calificativo de Multicolor -que se ha venido usando a la par de oficialista o de gobierno- acuñado por los medios desde el inicio del resultado electoral, apareja una sensación de fresca alegría y grafica en el imaginario popular la variedad de los matices del conjunto de fuerzas, esta nueva designación aporta un foco nuevo.
Gobernar en las circunstancias actuales no es sumar el porcentaje de votación ni el número de bancas obtenido. Es una ardua tarea que impone un toque de austera vocación en el manejo de la función pública y una dosis mayor de rigor conceptual.
Fatigados ya, de presenciar la interminable caravana de manidos argumentos, que compiten diariamente a la búsqueda de calificar mejor en el universo de lo “políticamente correcto”, decimos basta. Es hora de definiciones claras.
El republicanismo que aspiramos no es una ideología. Es un perfil, es el compromiso de como plantarse ante el futuro. Es una actitud política que pretende gobernar a una nación como una cosa pública. Es el conjunto de normas que deben regir a la ciudad (estado) en el sentido que Platón le asigna, de ciudad-estado.
Es también retomar el sentido artiguista de la soberanía popular, que viene del fondo de los tiempos. Las “repúblicas indianas” que aunque parezca contradictorio, están encuadradas dentro del Reino de Indias.
“En las capitulaciones de los adelantados, dice J.M. Rosa, la ‘gente’ no era tomada en cuenta como factor de gobierno. Todo ocurría entre el monarca y el adelantado. Pero la vida indiana daría a la ‘gente’ y a su conductor el ‘caudillo’ el puesto preponderante en la colonización…”
Desde la Paz de Aceguá hasta fines de los 60, nuestro país vivió una época de oro en materia de convivencia republicana. Allí las ideas y los ciudadanos que las sustentaban, por antagónicas que pudieran parecer los posicionamientos políticos, se gozaba del mayor de los respetos. ¡Ni en el deporte existían barras bravas!
En la redacción de La Mañana convivían apaciblemente figuras con posturas filosófico-político antagónicas como Carlos Manini Ríos, Mario Benedetti, Héctor Quinteros, Martinez Carril, Eugenio Baroffio y César di Candia. Y día a día la publicación se editaba y llegaba a manos de sus lectores.
Otro tanto ocurría en esos centros de discusión, “los café”, donde se debatía ideas con calor sí, pero con respeto.
Era común en pleno centro de Montevideo encontrarse en el Jauja o en el Tupi Namba a políticos como E. V. Haedo con cuadros de la izquierda -independiente- como Héctor Rodríguez.
¡Y ese es el tiempo perdido que debemos reconquistar!
Dentro de esa coalición republicana, dice Faig, “el Partido Nacional es el de más votos, pero precisa de colorados y cabildantes para constituir una alternativa creíble al FA. Que quede bien claro: los blancos, solos, no ganaban ni en noviembre, ni en muchos de los departamentos en los que triunfó el lema PN en setiembre. Y la alquimia de todos esos triunfos precisó también que junto a los partidos tradicionales apareciera un nuevo actor, distinto y complementario, como es Cabildo Abierto. Todos diferentes, pero sumando en coalición”.
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