Envuelto en múltiples incertidumbres y denuncias que llegaban desde todas partes del mundo, el proceso electoral boliviano logró con éxito concluir un periodo de transición que ordenó las instituciones y volvió al país al carril democrático. El amplio triunfo de Arce obliga a una revisión crítica, en sus aciertos y errores, del largo y complejo proceso de Evo Morales.
Un enorme respaldo popular dio la victoria al candidato del MAS, el economista Luis Arce, en los comicios del pasado domingo en Bolivia. Aun cuando no se ha realizado el escrutinio definitivo, se asegura que la votación de la fórmula Arce-Choquehuanca sobrepasó holgadamente el 50% de los sufragios, superando aproximadamente veinte puntos a su más inmediato competidor, el ex presidente Carlos Mesa.
Fue una jornada electoral pacífica, sin desbordes, pese a que el clima político y social no es el mejor desde la denuncia de fraude, la deposición y exilio del ex presidente Evo Morales, la instalación de un gobierno interino y los estragos que ha provocado la pandemia. La postergación obligada de las elecciones favoreció las especulaciones y las denuncias de políticos de la región que denunciaron un intento de golpe y prácticamente la instalación de una tiranía en aquel país. Sin embargo, el resultado de las elecciones y sobre todo la conducta de los principales dirigentes como Añez, Mesa y Camacho reconociendo la derrota han demostrado el espíritu democrático que predomina hoy en Bolivia.
Se trata de un país que ha sufrido en su historia una interminable sucesión de golpes de Estado, de sublevaciones e incluso terribles magnicidios. La llegada del líder Evo Morales al poder en enero de 2006 abrió un periodo nuevo de estabilidad institucional, en el que fue renovando su poder en el gobierno hasta el 2019. Las críticas a su permanencia nunca tuvieron sustento mientras se mantuvo en ese carril, al igual que una Angela Merkel en Alemania o Benjamin Netanyahu en Israel. Sin embargo, la no aceptación de Morales del resultado del referéndum de 2016 y el pronunciamiento forzado del Tribunal Electoral en 2018, marcaron un punto de inflexión que terminó afectando seriamente el proceso democrático boliviano. En este sentido, la transición del último año ha logrado su cometido y devuelto al país a un camino deseable.
Es cierto que Morales se identificó con el eje bolivariano liderado por Hugo Chávez, sobre todo en el discurso anti imperialista y en el llamado a un socialismo latinoamericano. Pero basta comparar los modelos económicos para advertir grandes diferencias entre ambos países. Mientras en Venezuela se profundizó un proceso de desindustrialización alarmante, en Bolivia por el contrario se avanzó en la industrialización de materias primas y se logró un ascenso social sostenido.
Curiosamente algunas politólogas anti-católicas y anti-militares advierten en Evo Morales el artífice de un proceso de “descolonización” y “despatriarcalización”. Parecen obviar de esta manera que si Morales logró cambios cualitativos en la estructura económica e industrial fue gracias a la alianza con las Fuerzas Armadas de su país, con las que se mantuvo en estrecha relación. Por otro lado, que Morales declaró que el aborto era un “delito” y que forjó una relación muy estrecha con el clero boliviano y el papa Francisco, al que invitó en el año 2015 durante una recordada visita. Además, en las últimas semanas el papa Francisco designó a un ex embajador de Morales, Julio César Caballero, como responsable de la Pontificia Comisión para América Latina.
TE PUEDE INTERESAR