El 15 de octubre de 2008 se celebró por primera vez el Día Internacional de las Mujeres Rurales, fecha establecida por las Naciones Unidas en reconocimiento de la función y contribución decisivas de la mujer rural en el desarrollo agrícola y rural.
Al respecto La Mañana dialogó con tres mujeres rurales, para escuchar su voz sobre el tema: la arquitecta Magdalena Vergara cuyo establecimiento se llama El Gavilán y se dedica a la cría de caballos Criollos en el departamento de Treinta y Tres además de poseer un emprendimiento con el cual busca trasladar aspectos del campo a la ciudad; la ingeniera agrónoma Natalia Zabalveytia, que se desempeña en la Unidad de Producción Intensiva de Carne (UPIC) de la Facultad de Agronomía de Paysandú y en el predio La Marqueza ubicado en el paraje Puntas de Caraguatá próximo a Vichadero, departamento de Rivera, dedicado a la producción de vacunos y ovinos; y la también ingeniera agrónoma Luz Graciela Pereira, productora arrocera en la chacra Villaseca en la zona de Noblía, al norte de Cerro Largo.
Además de ser mujeres, las tres tienen en común el amor por lo que hacen, lo que se les nota cuando hablan de sus tareas y responsabilidades.
Arq. Vergara: “generación tras generación la familia recibió el amor por el campo”
Magdalena Vergara dijo que forma parte de la cuarta generación trabajando el campo ubicado en una zona de cerros con áreas en que es difícil ingresar con vehículos y solo se puede hacerlo a caballo. “Criamos vacunos Braford, ovejas Texel y y caballos Criollos que es la actividad principal, en el 2018 sacamos el Gran Campeón Macho del Prado”, recuerda.
“Somos una empresa familiar, mi hermano es ingeniero agrónomo y es quien se ocupa cien por ciento del campo, yo lo ayudo en todo lo que puedo”, realizando trámites de todo tipo pero también “colaboro en trabajos de campo”, expresó Vergara.
A pesar de su título de arquitecta, destacó que “generación tras generación la familia recibió el amor por el campo y eso genera compromiso y la responsabilidad de transmitir esa enseñanza a los que vienen atrás”, aseguró, y destacó que “enamorarse de los caballos es fácil” y ese amor “lo inculcamos a nuestros hijos que aún son niños”, pero a su modo participan de todo lo que tenga que ver con los caballos.
A diferencia de lo que puede creerse, “la mujer rural no tiene por qué estar todo el tiempo en el campo”, observó. “En mi caso particular vivo la mayor parte del tiempo en Montevideo porque mis hijos estudian en Montevideo, pero cuando se nos necesita y hay que ir al campo vamos”.
“Mi profesión es la arquitectura, pero siento que soy una mujer de campo y que mi estilo de vida es el campo, no es un hobby, es mi día a día. Mi familia y la familia de mi marido somos gente de campo”, y a pesar de vivir en la capital “no concibo otra forma de vida, me siento una mujer rural”.
Muchas veces “se la suele ver a la mujer rural como limitada, y no es así, sino que podemos contribuir en traer el campo a la ciudad. En ese sentido y además de realizar tareas rurales cuando se le requiere, Magdalena lanzó el emprendimiento Vergara Wood and Wool (Vergara Madera y Lana), una pequeña empresa con la busca “traer el campo a la ciudad” a través de la confección y venta de elementos de decoración, pelegos, trabajos en madera, cueros de oveja, cueros de vaca. “Es un emprendimiento que me ha dado la posibilidad de conocer a mucha gente y trabajar con productos del campo y llevarlos a otro nivel, porque hay que pensar que en este país somos un todo, que cuanto más unido estén el campo y la ciudad será mucho mejor”, comentó.
Ing. Zabalveytia: el trabajo es de igual a igual y con respeto
Desde el establecimiento La Marqueza y enfrentando las limitaciones tecnológicas que impidió una conversación fluida, la Ing. Agr. Natalia Zabalveytia explicó que además de su tarea en UPIC también ayuda en las tareas de campo y nutrición animal, con vacunos y ovinos.
Consultada sobre su trabajo dijo que “no difiere con el que desempeña un hombre rural, trabajamos a la par y en las mismas condiciones”, destacó. “Cuando estoy en el establecimiento ayudo a todas las tareas rurales como recorrer, en las mangas, en la suplementación, armado de franja, y como ingeniera agrónoma incluyo la parte de asesoramiento, además de que en la casa trabajo mucho con la computadora”.
“Soy joven, tengo 25 años, desde que me recibí he trabajado con productores, técnicos, y encargado rurales hombres, trabajo con contratistas, con sembradores, y nunca sentí un trato diferente de ellos, siempre fue de igual para igual, con respeto, nunca he sentido ningún tipo de desigualdad”, destacó, aunque también observó “que aún hay una brecha” en determinados trabajos con menos presencia de la mujer en el sector comercial o el negocio rural.
Uno de los mayores desafíos de la mujer rural es la de tener familia. “Veo que en el futuro voy a estar trabajando en el predio, ayudando, tratando de hacerme cargo”, pero “como mujer también veo la limitante de tener una familia y vivir con los hijos en el campo, en una zona como ésta, que no sería igual si estuviera más al sur”.
Otro de los desafíos es el tiempo y la dedicación que implica la producción. “El trabajo rural no tiene horario ni fin de semana, y si tenés que estar todo el día en el campo vas a estar. Eso también te exige una demanda bastante grande y más que demanda es amor por el trabajo porque lo haces con ganas. Necesitas la vocación porque es muy demandante a diferencia de lo que es el trabajo en la ciudad que te permite organizar tu vida. Por eso, la clave es la vocación”, concluyó.
Ing. Pereira: “hay una gran brecha entre la ciudad y el campo”
“Trabajar en una chacra de arroz puede no ser tan complicado como otras áreas de producción”, dijo la Ing. Agr. Pereira. “Un tambo o una huerta, implica tener que estar física y mentalmente, pero el arroz te exige más la parte gerencial, y cuando hablamos de gerenciar me refiero a manejar las cosas de tal forma que se pueda sobrevivir cuando llegan los momentos de crisis en los que no se puede mejorar”.
Pareira trabaja en el establecimiento Villaseca, una chacra de arroz en predio arrendado próximo a Noblía. “En este establecimiento soy la única mujer que trabaja, pero en otras zonas y chacras hay más, las he visto en las asambleas que están activamente”, comentó.
“Mi función acá es la administración, pero en épocas bravas como ahora que se está sembrando una hace lo que haya que hacer, y en lo que puedo ayudar ayudo. Acá no hay diferencia en ser hombre o mujer, las cosas se hacen”, enfatizó, “aunque lleven todo el día, desde temprano a la mañana hasta tarde en la noche”.
Explicó que su tarea de “gerenciar la empresa no implica un esfuerzo físico, pero las decisiones que se tomen tienen implicancias y consecuencias a mediano y largo plazo”.
Dos de sus tres hijos son mujeres, de 15 y 21 años, pero al parecer ninguna de las dos seguirá los pasos de su madre. “Yo trabajo toda la vida con el arroz, desde que era niña me recuerdo, pero hace un tiempo que vengo pensando que cuando los gurises estén medios creciditos será hora de desatar el barco”. Eso “si no nos fundimos antes” acota, y se ríe de su comentario.
Sobre su hija mayor dice que “se acobardó”. “Cuando era chica andaba todo el día en la chacra, ahora me dice que no se disgusta pero que ve que todo el tiempo estamos padeciendo, con un año que salen las cosas y después varios años solo respirando y sobreviviendo. Lo que pasa es que a veces los números te dan un año, pero pasan cuatro o cinco que no, y hay que recortar, y ellos terminan viviendo demasiado esas preocupaciones”, explicó.
A eso se agrega que “ven que hay más facilidad en la ciudad, entonces es difícil que la gurisada vea interesante venirse al campo. Hay una gran brecha entre la ciudad y el campo”, subrayó. Una situación que “más o menos he escuchado en general” y así “se va perdiendo el relevo generacional como las capacitaciones en las labores específicas de una chacra de arroz, escasea la gente para hacer algunas actividades como la nivelación, por ejemplo. No hay interés y eso se nota y hace que nuestro trabajo cueste más aún”.
Por eso la Ing. Pereira ha evaluado dejar la producción arrocera y dedicarse a otra cosa. “Dedicarme a otra producción que no tenga tanta exigencia. Una opción sería la ganadería, que también tiene sus complicaciones, no es que sea fácil, pero en algunos aspectos es más estable” que el arroz.
Trabajar el campo es una elección
Las tres entrevistadas coincidieron que el trabajo rural se aprende desde niñas, pero fundamentalmente “es una elección”, porque el campo se lleva en el corazón.
Elegir trabajar el campo no es igual a elegir vacacionar o pasar un fin de semana, es una forma de vida y de sentir. Tiene sus encantos, pero también muchas adversidades: cuando hay una seca, una inundación, una peste, cuando estás en el medio del campo y llega la tormenta fuerte. Hay muchas adversidades, pero las buenas cosas son las que prevalecen.
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