Ayer hizo un año de la primera ronda de las elecciones nacionales, que dio mayoría parlamentaria a la actual coalición de gobierno. Es más sencillo evocar las consecuencias de estas elecciones, que proponernos hacer un balance -por más laudatorio que corresponda- de un gobierno que apenas lleva ocho meses de iniciado y al cual el destino le impuso un reto imposible de prever.
La primera reflexión que se impone, es constatar la conmoción que la voluntad soberana del electorado, produjo entre los militantes frenteamplistas cuando se enteraron que no habían alcanzado ni el cuarenta por ciento de las voluntades.
En algún momento hasta llegó a parecer que sus cuadros dirigentes se habían convencido realmente de la teoría de que aún con una heladera ganaban las elecciones.
El esfuerzo por desbancar al Frente Amplio del poder, fue titánico. Nunca antes un cuadro de dirigentes se había mantenido durante tanto tiempo en el gobierno. Ni siquiera el Partido Colorado gozó en su mejor momento de la estabilidad que disfrutó el FA y le permitió colonizar prácticamente todo el Estado, con la consecuente acumulación de poder que ello significó.
Los cuadros directivos de la misma coalición de izquierda, que encontró en el Gral. Seregni un factor aglutinante, se fueron gradual y consistentemente sumiendo en el hedonismo y el agradable calorcito del estado. Con el tiempo, muchos dirigentes se fueron volviendo irreconocibles, aún para sus propios militantes de la primera hora.
Para ese momento, el poder ya se había convertido en una adicción, y no podían concebir que ese sueño dulce pudiera terminar con tamaño sobresalto.
Para los opositores, así como para un grupo creciente de sus propios militantes, lo que más irritaba era el doble discurso. Por un lado llegaron al gobierno en 2004 con las banderas del país productivo. Pero cada vez quedaba más en evidencia que la meta de sus dirigentes en el gobierno era priorizar los intereses de los buscadores de renta extranjeros por encima de los de la ciudadanía que los había votado.
Devenidos modernos agentes de la Compañía de Indias, estos obsecuentes gestores de intereses foráneos, lograron convertir al Estado en una eficaz máquina generadora de rentas para intereses particulares.
En el último tramo de este proceso que duró 15 años, vimos agonizar a los sectores más dinámicos y representativos de la clase media agroindustrial, compuesta de tamberos, granjeros, arroceros, citricultores y muchos otros productores. La caída fue alevosa. En cualquiera de esos sectores la disminución en el número de productores excedió el treinta por ciento, forzando a muchos integrantes y sus familias a engrosar los cinturones de indigencia que se fueron formando en la periferia de Montevideo o de ciudades del interior.
Otra marca registrada de la gestión económica frenteamplista.
La enumeración del ominoso listado que separaba las propuestas con los resultados puede ser interminable. Y muy irritante.
Pero, en medio de la incertidumbre que nos depara este mundo golpeado por la pandemia, ¿será prudente seguir confrontando entre uruguayos?
En su medido y moderado discurso inaugural, el presidente Luis Lacalle Pou tendió la mano a los sectores de la oposición, dando señales de un camino diferente y alentador. Hoy probablemente haya llegado el momento de buscar mecanismos de diálogo que permitan coordinar acciones para enfrentar lo que se nos viene.
El Dr. Oscar Bottinelli, con ánimo componedor, manifestó el pasado fin de semana que “este nuevo tiempo histórico marca la intolerancia hacia los sujetos políticos y las personas, sin que sea clara la discusión conceptual, el debate de ideas. Todo se reduce a cuánto cada quien hizo bien o hizo mal los deberes. O qué mancha de tinta se encuentra en el cuaderno del otro”.
Hacemos nuestra esta reflexión.
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