FMI: Retirar el estímulo fiscal demasiado pronto puede afectar el crecimiento
La COVID-19 ha golpeado a América Latina y el Caribe con más dureza que a otras partes del mundo, tanto en términos humanos como económicos. El alto costo humano relativo es evidente: con apenas el 8,2% de la población mundial, a noviembre la región ha registrado el 28% de los casos y el 34% de las muertes. Se prevé que la recuperación sea lenta en general. Según nuestro pronóstico, el crecimiento será de 3,6% en 2021. En la mayoría de los países, el PIB no retornará a los niveles prepandémicos hasta 2023, y el ingreso real per cápita solo lo hará en 2025, es decir, más tarde que en cualquier otra región.
Las perspectivas dependerán de la incidencia que la pandemia tenga en la demanda externa e interna, y de cómo las secuelas de la crisis afecten la capacidad productiva de la región en el mediano plazo. La economía mundial está ante un largo e incierto camino cuesta arriba, en el que las perspectivas para las exportaciones no son prometedoras. Por el lado de la demanda interna, el consumo de bienes y servicios de contacto intensivo probablemente continuará deprimido hasta que la pandemia esté bajo control, y es posible que los niveles de ingreso sigan siendo bajos incluso después de que esto ocurra. La débil demanda y la incertidumbre reprimirán la inversión a mediano plazo. Algunas pérdidas de empleos probablemente se tornarán permanentes, y eso hará mella en el crecimiento potencial, sobre todo en los casos en que el apoyo fiscal haya sido escaso. Las políticas deben seguir centrándose en contener la pandemia y cimentar la recuperación, evitando retirar el apoyo fiscal demasiado pronto.
Samuel Pienknagura, Jorge Roldós, y Alejandro Werner, en Blog del FMI
Entre la creación destructiva y el multiplicador keynesiano
La pandemia ha llevado a muchas empresas rentables de EE.UU. a perder dinero, y solo se pueden mantener a flote gracias a la abundancia de crédito, en parte debido a los préstamos de emergencia de la Reserva Federal y el Tesoro. Algunos economistas están preocupados que estas empresas “zombis” agoten los recursos de aquellas partes sanas de la economía estadounidense, frenando la recuperación e inhibiendo el crecimiento de la productividad. Pero estos temores son mayormente infundados. Las empresas zombis son consecuencia de la debilidad de la economía, no su causa. Las acciones políticas para liquidar a estas empresas, forzándolas a cerrar permanentemente, despedir empleados y pagar a los acreedores, corren el riesgo de profundizar la recesión actual, convirtiéndola en una depresión.
Los estudios en los años 90 sobre el caso japonés muestran que la presencia de empresas zombies en una industria dificulta el crecimiento de las empresas más sanas. El argumento se basa en que las imperfecciones en los procedimientos de quiebra y en la supervisión financiera hacen que los bancos y otros acreedores dilaten la ejecución de los préstamos improductivos a este tipo de empresas, lo que les permite seguir operando mientras puedan seguir pagando a sus empleados. Esto implicaría que una mejor regulación aceleraría la desaparición de las empresas zombis, permitiendo que los competidores más eficientes tomen la posta, impulsando así el crecimiento económico general.
El problema de esta fórmula es que supone que la economía siempre opera cerca de su potencial y que las políticas macroeconómicas pueden actuar para mantenerla cerca de esos niveles. Sin embargo, la lección de estos últimos 20 años -especialmente en Japón-, es que este supuesto es profundamente equivocado. Cuando la economía opera por debajo de su potencial, y las fuerzas que la devuelven hacia el potencial están ausentes o son débiles, los costos de matar a las empresas zombies son enormes. Liquidar estas empresas significa eliminar inmediatamente los ingresos que sus trabajadores tienen para gastar en bienes y servicios en toda la economía. La consecuencia es que la contracción en el gasto arrastra el PIB hacia abajo potencialmente por más del 100% de lo que la empresa solía producir, a través de un efecto multiplicador keynesiano.
Economista Joseph E. Gagnon, investigador senior del Peterson Institute for International Economics
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