…formar de todas las literaturas de América [nuestra], una literatura, un patrimonio y una gloria de la patria común…
J. E. Rodó, 1896.
Arturo Ardao fue uno de los iniciadores de la historia de las ideas en América Latina. Nació en Lavalleja, República Oriental del Uruguay, en 1912, y falleció en Montevideo en 2003. Realizó sus investigaciones motivándose en el trabajo de José Gaos, Francisco Romero, Leopoldo Zea, con quienes tuvo una estrecha relación. Doctorado en Derecho por la Universidad de la República, ejerció la docencia en Historia de las Ideas en América en la Facultad de Humanidades y Ciencia entre 1949 y 1974. Fue Decano y Director del Instituto de Filosofía de dicha casa de estudios. Entre sus obras más reconocidas encontramos: “Espiritualismo y positivismo en el Uruguay”, “Racionalismo y liberalismo en Uruguay”, “La inteligencia latinoamericana”, “Génesis de la idea y el nombre de América Latina”, entre otros.
La Historia, como disciplina o como relato no es sólo una acumulación de fechas y de hechos, algunos constatados empíricamente a través de documentos, objetos, testigos, sino que más allá de las peculiaridades propias de cada historiador, la Historia nos devela una inquietud antropológica, filosófica y social, en la que el ser humano se pregunta acerca de sus “orígenes”. Así podemos decir que ha sido constante en la humanidad, la búsqueda de su inherente pasado, no por mero hábito intelectual, sino por la firme creencia de que al conocer nuestro pasado desciframos con mayor eficacia el presente, y por consecuencia el futuro que se avecina constantemente.
Cuando en la actualidad nos preguntamos acerca de nuestra identidad uruguaya o en un sentido más amplio latinoamericana, y acerca de nuestro devenir histórico, es imprescindible establecer no sólo una línea de tiempo, sino más bien una red en la que distintos factores han incidido decisivamente y que han compuesto la trama de todo aquello que somos y añoramos ser. Por esa razón Ardao comienza a descifrar en sus obras y en sus aulas, nuestra inteligencia nacional, nuestro espíritu cultural, para pasar luego desde lo local, a una composición ya continental, de nuestro ser latinoamericano. Sin embargo esto no es pura casuística, o capricho del historiador, sino que tal posición está fundada en una larga tradición literaria que propone una unidad cultural continental en la que podemos decir que Rodó jugó un papel fundamental, aunque tuvo otros antecedentes importantes como Torres Caicedo, quien propuso el nombre América Latina en un poema suyo fechado en 1857, para establecer una distinción con la América anglosajona, y por supuesto un ilustre como Andrés Bello, el cual ya proponía en pleno siglo XIX una gramática para el castellano americano, generando interesantes avances dentro de dicha materia, superando en algunos casos a la mismísima Real Academia Española.
La inteligencia latinoamericana
Ardao consideraba que en América aunque los sistemas filosóficos y el ideario hubiesen sido foráneos, o sea provenientes de Europa mayoritariamente, habían sido adaptados para ser aplicados en nuestras propias circunstancias. Eso determinó que hubiese una cosmovisión común generadora de una propia cultura latinoamericana, que si bien carecía de originalidad, se destacaba por su particular y concreta aplicación.
En La inteligencia latinoamericana Ardao afirma “El proyecto histórico de integración de la América Latina, se ha venido formulando -y de algún modo ensayando y realizando- en torno a tres aspectos considerados fundamentales: el cultural, el económico, el político; susceptibles todos ellos, a su vez, [de] diferenciaciones internas como de inevitables interferencias entre sí”.
Estas palabras están todavía plenamente vigentes, pues hasta el día de hoy ese proceso de integración continúa desarrollándose en mayor o menor medida. Sin embargo ante el fenómeno de la globalización se han ido diluyendo circunstancias culturales locales, que tienen que probablemente que incidir con mayor determinación en el proyecto económico del continente. Por eso mismo Arturo Ardao había comprendido la necesidad de nuestro ser latinoamericano de comprender sus circunstancias presentes y pasadas, no ya desde los hechos, a veces lugares comunes demasiado frecuentados por los historiadores, sino desde la perspectiva de la historia de las ideas, espacio real de coyuntura entre los diversos tres factores.
Para comprender la obra histórica de Arturo Ardao hay que tener en cuenta al menos dos ejes fundamentales, 1) Para Ardao Ideas y política están estrechamente relacionados y 2) En Latinoamérica como en nuestro país desde los tiempos de la colonia se repitieron los mismos procesos políticos con su correlativo ideario filosófico. Estas etapas serían la Escolástica en tiempos de la colonia, el Racionalismo y Romanticismo desde tiempos de la independencia hasta mediados de siglo XIX, el Positivismo, en el que José Pedro Varela fue uno de sus más importantes propulsores en nuestro país, y el Espiritualismo ecléctico que surge en respuesta al triunfo del positivismo y sus principales portavoces fueron Vaz Ferreira y Rodó.
Por ejemplo, si quisiéramos comprender mejor la separación entre la iglesia y el estado en Uruguay es necesario justamente ahondar en el debate de ideas que sostuvieron los actores políticos e intelectuales de nuestro país desde mediados del siglo XIX hasta principios de siglo XX. Más allá de la vieja dicotomía entre “liberales” vs “conservadores”, se puede vislumbrar en los casos particulares de Rodó y Vaz Ferreira, dos intelectuales cuya originalidad es determinante, ya que aunque eran considerados liberales y libre pensadores, ninguno de los dos estaba afín con el anticlericalismo dominante en su época, y hasta se encargaban en sus columnas periodísticas de criticarlo, por considerarlo panfletario.
Identidad nacional y latinoamericana
Así es posible ver en la historia de las ideas ciertas tendencias que han tenido asidero en la acción política, que han definido y definen nuestra identidad nacional y latinoamericana, como también nuestro quehacer como sujetos históricos. La crisis de la fe y la secularización del Estado en Uruguay nos sirve de ejemplo a lo afirmado anteriormente, y actualmente podemos decir, sucede lo mismo, con algunas agendas “de derechos”, en la que se ha ido imponiendo una nueva visión de la historia, de la familia, no sólo desde lo puramente ideológico sino también desde lo legal y metodológico. El efecto que causan las ideas en la praxis política es a simple vista perceptible.
Sin embargo la simple adopción de filosofemas y tendencias importadas desde otras coordenadas ultramarinas puede convertirse en disfunción en la aplicación concreta de nuestro pensamiento. “El problema de la emancipación mental, para nuestra actual filosofía, se vuelve entonces, a la par más complejo, más grave que antes. Más grave porque no es cuestión de vérselas ya con la tutela sufrida por la inteligencia latinoamericana […]en su mocedad, sino con la reválida de su enajenación cuando ella ha llegado, o se ha acercado a su madurez; […] Para nuestra comunidad histórica lo que en cierto momento se llamó su “normalidad filosófica” como ejercicio de una función técnicamente emancipada, se transforma o deforma en disfunción” (Arturo Ardao, La inteligencia latinoamericana)
Para encausar o entender la “funcionalidad” de nuestra filosofía, me parecen justas dos cuestiones que plantea Ardao: “Por un lado, [tenemos] la pregunta de cuál “es” la función actual de la filosofía en Latinoamérica; por otro lado, la de cuál “debe ser”. Y para el ámbito estrictamente académico, podemos agregar otra pregunta: ¿Por qué razón ciertos proyectos de investigación obtienen financiación fácilmente si están orientados por ejemplo a la llamados “estudios culturales”, de raíz anglosajona, espacio desde el que se ha mantenido una visión maniquea de la realidad, y desde el que se han promovido los temas de género, y de percepción de las minorías, y no de otros proyectos que por ejemplo apliquen otro discurso u otra metodología de trabajo?
Ardao no nos dejó respuestas específicas a estas cuestiones, sino más bien nos legó el desafío al reconocerlas. Es nuestro el trabajo de aprender, de conocer nuestros antecedentes intelectuales y políticos, y en mayor o menor medida continuar su labor. Entonces desde nuestras propias coordenadas será posible desarrollar los instrumentos de nuestro propio quehacer, y como decía el profesor: “…es autoclarificándose de ese modo [que Latinoamérica], desde sus vitales circunstancias a sus intransferibles situaciones […] se reconoce protagonista de la universalidad humana a igual título que cualquier otra región del planeta, vocada por lo mismo a encarar con independencia […] los más universales, por humanos, objetos filosóficos.”
El americanismo de Rodó
Sólo han sido grandes, en América, aquellos que han desenvuelto, por la palabra o por la acción, un sentimiento americano. José Enrique Rodó (en Montalvo).
En el libro Rodó de la “Colección los nuestros” editado por la Biblioteca de Marcha, Ardao escribe “Como queda expresado aquí, es éste un libro dedicado a Rodó, pero en Rodó sólo a su americanismo; o lo que también podría llamarse, como se ha llamado, su milicia americanista. Esta milicia movilizó su pluma desde que empezara a manejarla hasta el final de su existencia. Lo comprometió, además, hasta el punto que ella aportó a su personalidad de escritor uno de sus rasgos más salientes…”
En su obra consigna con gran maestría el americanismo de Rodó en el plano literario, cultural, político, el americanismo heroico y finalmente su testamento americanista.
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