Desde que el hombre es hombre, la industria y el progreso intelectual y espiritual del ser humano han ido de la mano. El prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts tiene por lema la expresión latina Mens et Manus, que en castellano significa “mente y manos”. Estas dos palabras sintetizan los objetivos educativos de sus fundadores, que buscaban promover una educación con aplicaciones prácticas que sentara uno de los pilares fundamentales para el desarrollo industrial de los Estados Unidos.
Es un dato de la realidad que prácticamente todos los países que han logrado transformar sus economías de bajos a altos ingresos lo han hecho mediante un proceso de industrialización. Pero algunos economistas pasan por alto este hecho tan relevante, argumentando que en la economía “postindustrial” la vía hacia al desarrollo habría cambiado. No importa que la realidad evidencie que desde la Segunda Guerra Mundial solo unos pocos países excepcionalmente ricos en petróleo o paraísos financieros son los que han logrado niveles de vida elevados sin contar con un sector manufacturero propio. Claro que mientras muchos en Occidente se adormecían con falacias pseudoacadémicas, Deng Xiaoping y sus técnicos ponían a China en el camino hacia el desarrollo con su “Gran salto hacia adelante”. La pujanza del Reino del Medio tiene mucho que ver con creer en su propio futuro y trabajar duramente para alcanzarlo.
En el otro extremo, no debería resultar sorprendente que luego de décadas de ser gobernados por los grandes intereses financieros, los norteamericanos añoren sus “dorados años ´50”. Claramente asocian ese período a una economía en crecimiento, nuevas familias que se formaban y producían niños, fábricas llenas de trabajadores y un poder adquisitivo que les permitió desarrollar una vida digna y darles educación universitaria a sus hijos. Aquí en Uruguay, el fenómeno tuvo su paralelo con el “Uruguay feliz” de Luis Batlle Berres, que recordamos no solo por el gol de Ghiggia, sino por fábricas llenas de trabajadores en diferentes puntos del territorio, desde la calle Veracierto en Montevideo hasta la ciudad de Paysandú. Claro que Luis Batlle se apoyó sobre los “hombros de gigantes” como lo fueron en una primera etapa José Batlle y Ordóñez, Pedro Manini Ríos, Domingo Arena.
Transcurridas ya dos décadas del siglo XXI -y cuatro desde que Deng tomó las riendas de la economía china-, lo único evidente es que la doctrina neoliberal de las escuelas de economía occidentales solo sirvió a los intereses de una reducida elite privilegiada, mientras las clases medias vieron perder sus empleos de buena calidad y degradar su poder adquisitivo, solo compensado parcialmente mediante la asunción de deudas. Resulta paradojal –y hasta algo grotesco- observar cómo autoridades de nuestro país regresan de viajes al gigante asiático maravillados por sus fábricas y ciudades, sin lograr conectar esa realidad con la actual que aqueja a la periferia de Montevideo o las otrora “ciudades industriales” de Pando y Paysandú.
Uruguay necesita concebir un plan moderno que permita poner a trabajar rápidamente a los trabajadores desempleados, identificando áreas donde se pueda agregar valor a las materias primas que exportamos, y que permita desterrar del vocabulario nacional el concepto de “ni-ni”. La lección europea, como siempre, es muy relevante. No solo ofrece estímulos económicos anticíclicos para una rápida recuperación de la economía, sino que aprovecha la oportunidad para potenciar industrias y sectores que considera estratégicos. En lugar de dar rienda suelta a la creación destructiva, los europeos apoyan con subsidios a su sector automotriz para que se reconvierta al auto eléctrico.
Resulta imprescindible entender que en un mundo como el actual los mercados no funcionan adecuadamente. Eso deja al Estado prácticamente como único instrumento, uno que debemos hacer funcionar lo mejor posible en aras de coordinar al sector privado hacia un futuro mejor para todos los uruguayos. No podemos quedarnos solo con el mensaje de achique. Tampoco es posible que los industriales –aquellos que todavía no se convirtieron en importadores – tengan miedo de hacer sentir su voz, a riesgo de ser catalogados como “proteccionistas”, “keynesianos” o “desarrollistas”. Es momento de recordarles que los mismos conceptos fueran utilizados para criticar a Alexander Hamilton, mientras éste estaba ocupado construyendo la economía norteamericana. Seguramente Xi Jinping ha leído más sobre Hamilton que sobre Friedman.
Los uruguayos necesitamos más que nunca tener un sueño compartido, algo que nos una y nos motive a ponernos a trabajar por el futuro. Eso nos permitirá sobrellevar con más estoicismo el presente y ofrecerá al gobierno un instrumento poderosísimo para explicar de mejor manera la necesidad de los ajustes que se realizan en la actualidad.
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