Existe certeza de que Fructuoso Rivera nació un 27 de octubre, sin embargo no se conoce documentación que permita saber de forma exacta el año y el lugar. El Dr. Huáscar Parallada en su libro póstumo Crónicas de mi querencia, tras profunda investigación, culmina afirmando: “Y si no aportaremos una prueba instrumental concreta, indiscutible, arribamos a la convicción plena, para nosotros definitiva, de que el general Rivera, nació en el pago del Chamizo el 27 de octubre de 1789”.
Con motivo de cumplirse, muy probablemente, los 231 años de su nacimiento, el Museo Casa de Rivera de la Intendencia de Durazno, publicó el valioso texto que el gran escritor Juan José Morosoli le dedicó al General Rivera. El mismo fue leído por su autor en nombre de la delegación del departamento de Lavalleja que se hizo presente en el acto de homenaje ante el Centenario de la muerte del Gral. Rivera, realizado en la ciudad de Durazno el 13 de enero de 1954. Se inauguró ese día el busto en bronce obra de Bernabé Michelena, cuyo basamento es un bloque de granito rosado extraído y donado por las autoridades de Lavalleja y se realizó también con motivo de esa conmemoración, un afiche obra del artista José Lanzaro.
El texto de Morosoli fue publicado por el periódico La Publicidad, de Durazno, en su edición del 30 de enero de 1954. Tiene el valor de la palabra siempre admirable de Morosoli, entonces en la plenitud de su madurez intelectual. Lamentablemente iba a fallecer tres años después. Además, posee un especial sentido simbólico de hermanamiento entre los departamentos de Lavalleja y Durazno, pues se enmarca en una serie de actos y homenajes mutuos que unieron a esas dos comunidades cuando se conmemoraron los 150 años del fallecimiento de Juan Antonio Lavalleja (octubre de 1953) y de Fructuoso Rivera (enero de 1954).
A continuación reproducimos el texto:
“Sres. Miembros de la Comisión de Homenajes al General Don Fructuoso Rivera, Sr. Intendente Municipal, Señoras y Señores:
El Municipio de Lavalleja – que es decir el pueblo de Lavalleja- viene a dejar aquí en esta placa, el testimonio de su adhesión fervorosa y total a los homenajes que la nación tributa a uno de sus más grandes hombres y Durazno a su fundador, el Brigadier General Don Fructuoso Rivera.
En esta circunstancia en que para hablar poco hay que recurrir a los símbolos, queremos decir que este trozo de metal, forma definitiva sin cambio posible, representa nuestro sentimiento de gratitud a Don Frutos, tan singularmente nuestro por su natural manera de sentir la Democracia, de practicarla y de proyectarla a los demás con el ejemplo de su vida que gastó bajo el sol, el viento y las distancias sin término, como si estos tres elementos sin reposo, fueran los puntos con los que se persignó su ansia de libertad, tres marías señeras de su destino que sólo encontró el reposo cuando la muerte le salió al camino, en una senda que llevaba a seguir sirviendo a la patria.
Su imperfección humana alguna vez mentada es, sin embargo, la que lo baja de la absurda altura del mito, donde el hombre ya no es el hombre sino una creación mental de otros hombres.
Él es el hombre de un tiempo heroico, en que pasa todo lo que tiene que pasar a un pueblo para que venga signado de fervor por la libertad. Son perfectos para los esclavos de los dictadores y son perfectos los hombres de los tiempos en que no pasa nada. Él fue del tiempo en que a los orientales les pasó todo lo que tiene que pasar para que se entrañe en la nacionalidad la idea de que todas las conquistas vienen con sangre, heridas y muerte y sueños rotos y sueños renacidos.
Los patricios hacen la fórmula ideal de la patria pero el pueblo sabe que la patria es un alumbramiento que además de la hemorragia inicial tiene otras, vitales y superables. Las revoluciones son el idioma que el pueblo entiende. Por eso Martínez Estrada afirma que lo que llamamos guerra civiles son guerras sociales. En ellas se juegan conceptos válidos patria adentro.
De este periodo parecen salir los defectos de Don Frutos y de Don Juan Antonio. Y de este periodo es que sale la conciencia nacional que luego de terminar con los enemigos de fuera, comienza a querer tener dentro el orden que desea. En épocas así el orden jurídico perfecto nace después del desorden que como todo estado fermental es solo transitorio.
Don Frutos tiene una orientalidad de médula, de teluricidad, vigente hasta su muerte. Su linaje empieza con él. Lo acuna el caballo y lo broncea el sol de los caminos. Es linaje con tierra y cielo de la patria. Don Frutos conoce dos pasiones sublimes y naturales. La patria y la madre. Así en este orden. A una le entrega su vida y su muerte. A las otras sus atardeceres melancólicos mientras de sus manos, en un escape sentimental, van saliendo los cigarros de chala que ella apetece. Es la suya una vida a la jineta. Con periodos de civilidad que atemperan y armonizan sus virtudes rurales con su gran sentido del valor de lo civil.
La patria se ganó en el campo pero se consolidará en la ciudad. Cuando aquél y ésta se fundan en uno solo será la paz. El General y el Presidente son el encuentro feliz de las dos fuerzas. Coexisten en él justamente, pues son tiempos en que gobernar es mandar. Él fue de los dos verbos.
Quede para otro exaltarlo en la totalidad de su grandeza. Yo solo quiero que Durazno reciba el corazón de un pueblo unido a él en este gran acto de justicia histórica.
Hace apenas tres meses cuando Minas hacía vivir en una estremecida evocación que iba desde la niñez a las cenizas del gran minuano, Durazno llegó a nosotros con tres mensajes que nos conmovieron. Uno, lírico y alto, de un hijo suyo- Pedro Montero López- que llegó a la multitud caliente de la sangre en fiesta del poeta, otro, con la presencia de Don Silvestre Landoni, Intendente y vecino, hombre del pueblo de Durazno, que llegó con su cordialidad de mano ancha y tendida hacia delante como una proa. Y el tercero con los 33 muchachos de Mercklen que cruzaron medio país, ritmo vivo de un friso griego. Antorcheros del día y de la noche, vencedores de la distancia, el viento y la lluvia, para dejar su fuego de Durazno ardiendo en la noche minuana. Minas entendió y sintió el mensaje. Una aparcería que había nacido entre sus poetas y los de este solar se vigorizó de golpe y fue ya más que aparcería, fue algo como un compadrazgo elegido, tal como Don Juan Antonio y Don Frutos quedaron compadres por este parentesco de la amistad total, más unidos que el de la sangre que es fatal e irrenunciable.
Queremos que sintáis que traemos con este pedazo de bronce que nos ganó Don Frutos, nuestra seguridad de haberos dado la casa sin puerta para vosotros y la seguridad de que venimos a la vuestra como si un embrujo feliz hubiera puesto aquí nuestra propia casa.
Y digamos al fin con la voz más humilde de un vecino de cualquiera de los dos solares – el de Lavalleja y el de Durazno:
Ah! Don Juan! Ah! Don Frutos! Qué hombres fuisteis! Que buenos compadres fuisteis que a los cien años de haberos ido nos andáis juntando y enseñando a hacer patria!”.
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