Un viejo profesor de filosofía uruguayo, decía que él podía comprender que hubiera gente que no creía en Dios. Pero lo que le resultaba imposible de entender, era que hubiese gente que no creyese en el diablo. Claro, como el diablo no tiene un pelo de tonto, hace lo posible y lo imposible para pasar desapercibido. En Cartas del diablo a su sobrino, Escrutopo –el diablo que escribe las cartas- le dice a su sobrino lo siguiente: “Mi querido Orugario: Me asombra que me preguntes si es esencial mantener al paciente ignorante de tu propia existencia. Esa pregunta, al menos durante la fase actual del combate, ha sido contestada para nosotros por el Alto Mando. Nuestra política, por el momento, es la de ocultarnos.”
El que divide
¿Existe el diablo? La palabra diablo proviene del griego diábolos que significa “calumniador”, y está compuesta del prefijo dia que significa “a través de”, y ballein que representa “arrojar” o “tirar” mentiras, prejuicios y otros males. Y si no existe…, le pega en el palo: porque si hay algo que reina en el mundo, es la división.
Piénsese en las múltiples y sucesivas ideologías que a partir de la corriente secularista iniciada en el siglo XVI, han procurado absolutizar uno tras otro, aspectos relativos de la realidad: la razón, los sentimientos, la ciencia, la economía, la raza, la utilidad, la materia, el sexo, etc. Como consecuencia, el hombre ha desviado su atención del único Absoluto. Un Absoluto que cuando lo invocan, une; y que a la vista de los resultados, es mucho más real y permanente que cualquier ideología.
Está en la naturaleza del hombre ser gregario, unirse con otros hombres para llevar adelante proyectos comunes
Un ejemplo claro, es la América hispana. Tras la conquista, y gracias al ímprobo trabajo de miles y miles de misioneros que vinieron a estas tierras a entregar sus vidas al servicio de los nativos, el Imperio Español terminó con las divisiones entre las distintas etnias. Durante décadas se vivió en paz y armonía, mientras la cultura pasó del paleolítico al barroco, en apenas 120 años. Las artes y las ciencias alcanzaron en América, un desarrollo mayor que el de la propia Europa. La biblioteca de la Universidad del Perú, llegó a tener en su momento, 40.000 volúmenes. Y era tal el respeto que tenía Felipe II por los nativos, que ordenó traducir la Biblia a todos los dialectos conocidos por sus súbditos americanos. Así, la Corona española procuraba unir a todos los pueblos alrededor de un único soberano, pero sobre todo, de un único Absoluto.
Hasta que un mal día, metió la cola “el que divide”. El Imperio se retiró y América quedó partida en pedazos. En su intento por construir múltiples naciones libres y soberanas, los héroes de la Independencia –con la mejor de las intenciones- terminaron construyendo una torre de Babel. El engaño de la división entre pueblos que estaban llamados a vivir unidos, dura hasta hoy.
Ni que hablar de las divisiones provocadas en el mundo por el comunismo soviético y el nazismo alemán. Ambas ideologías, arrasaron a su paso con las vidas de millones de seres humanos, demostrando con toda claridad el poder de “el que divide”, cuando logra adueñarse de las conciencias de los que mandan.
En los últimos años del siglo XX y los que llevamos del XXI, “el que divide” parece haber dirigido todas sus baterías contra la familia. Ha llevado la lucha de clases dentro del hogar, procurando –ideología de género mediante- poner al hombre contra la mujer y a la mujer contra el hombre. Por eso, cada vez que el Senador Guido Manini Ríos es interrogado sobre las razones que lo llevan a oponerse a esta ideología, invariablemente responde: “porque divide”.
El que une
Gracias a Dios, además de “el que divide”, hay uno que une y construye. Porque es evidente también, que el hombre, cuando no es influenciado por “el que divide”, tiende a la unidad, al bien, a la verdad y la belleza. Está en la naturaleza del hombre ser gregario, unirse con otros hombres para llevar adelante proyectos comunes. Está en la naturaleza del hombre juntarse con sus compatriotas para cantar el himno nacional, para venerar a sus héroes, para recordar sus tradiciones, para venerar a su Dios.
Por eso, cuando parece que “el que divide” se va acercando más y más a su objetivo, es más y más necesario que los hombres nos unamos entre nosotros, y nos unamos a “el que une”. Empezando por casa, claro: ver una familia numerosa, unida, feliz y rezadora en pleno siglo XXI, que es lo que más rabia le da…
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