Es de no creer.
Ver a ciertos dirigentes políticos tratar de antirepublicanos a la gente que los votó, me abruma.
Lo leí y lo escuché tempranito. No me lo contaron.
No pude dar crédito.
Escucharlos honrar los cien años del Partido Comunista de Uruguay —ese, que para denominarse como tal debe registrarse, aceptar y convalidar todo lo actuado por la organización comunista internacional— es mínimamente sufrir un terremoto emocional.
O sea, que el partido homenajeado por los nobles legisladores demócratas es el mismo que para denominarse igual, en versión criolla, debió afiliarse y aceptar los postulados de los mayores asesinos de la historia universal.
De poco sirven las posteriores declaraciones de que “estamos en las antípodas del pensamiento”, o el muy “volteriano” “no estoy de acuerdo con lo que dice, pero defenderé con mi vida tu derecho”.
En lo personal no comparto, no comulgo y no participo si algo va en contra de los lineamientos democráticos.
Pero claro, ese pensamiento mío tan “antirepublicano” -al decir de Johnny Ball-, ¿qué le va a importar a los honorables, republicanos y democráticos dirigentes?
De muy joven conocí a varios de ellos, gracias a mis andanzas guitarreras. Llenos de sueños e idealismo, compartimos muchas canciones y algunos vinos.
Mientras yo sigo con canciones -siempre poco exitosas-, muchos de ellos son exitosos dirigentes que aparentemente continúan con el placer de degustar en abundancia el elixir del dios Baco. Porque solo así, mareado, se puede defender semejante dislate.
Decía Wilson Ferreira Aldunate: “Con totalitarios, nada, nada, nada”.
Hoy ese discurso quedó en la nada, porque parece que sus dirigentes actuales sustituyeron aquellos “nada” por algo que se adecúa más a los principios de este nuevo modernismo político: “Con totalitarios un poquito, otro poquito más y vamo’ arriba”.
Y allí se los ve. Andan por los pasillos del palacio de las leyes intercambiando besos, sonrisas, abrazos, acuerdos, cumpliendo compromisos pactados aparentemente antes del resultado de los comicios, con gran donaire. Todo gracias al lugar que le dieron aquellos que Johnny Ball denomina como antirepublicanos, o sea, los que los votaron, los mismos que ahora ellos ignoran.
Esto me trajo el recuerdo de unas elecciones en el club del pueblo.
El que ganó la presidencia y la mayor cantidad de cargos en la directiva había hecho miles de promesas, entre ellas, que el club sería saneado económicamente y que deportivamente daría que hablar.
Al asumir los cargos los dirigentes de la mayoría, procedieron a vender a los mejores jugadores del club. Los otros -quizás menos hábiles pero que daban el alma por el cuadro- fueron dejados libres. El cuadro terminó en la división B.
El detalle fue que los grandes jugadores fueron vendidos al tradicional rival y además el equipo quedó sin referentes que pusieran el alma. Ya no estaban los que jugaban por la camiseta. Ya no se vio ni rebeldía, ni quien defendiera la historia de la gloriosa institución.
En definitiva, un pelotazo en contra.
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