Voy pa’ la tablada de los gauchos zonzos
a venderles miles de esperanzas gordas…
José Alonso y Trelles
Ningún compatriota que quiera asomarse a las raíces del territorio que ocupamos puede ignorar que el devenir de nuestra historia fue forjado por esa figura que llamamos gaucho, cuya épica estampa supo interpretar en magistral bronce el escultor José Luis Zorrilla de San Martín, y se exhibe desde 1927, triunfante, en el corazón de esta ciudad puerto, que muchas veces no supo comprenderlo.
Pero más allá de la literatura seudofilosófica a favor o en contra, ¿qué encarna la figura del gaucho?
Este sufrido personaje, genuino representante de nuestra tierra por encima de todo, es un pastor. Y ese constante lidiar con chúcaros animales semisalvajes lo mantiene entrenado para la milicia en esa acechanza de guerra que se le ofrece a diario. Sean los piratas que desde el océano asolan las costas, sean los cuatreros comunes o al servicio de los Mamelucos de Sao Paulo.
Justamente el primer gobernante criollo del Río de la Plata que supo acaudillar a ese contingente de pastores-guerreros, el infatigable Hernandarias, recorriendo nuestros ondulados campos y constatando la notable abundancia de abrevaderos, decide con visión de estadista introducir la ganadería, hace algo más de cuatrocientos años.
Y a partir de ahí se produjo una imparable multiplicación de vacunos que dio lugar a que se nos conociera como “vaquería del mar”.
Desde aquellos tiempos en que la carne era solo un subproducto, que la mayor parte no se aprovechaba y sólo generaba valor el sebo y los cueros, los productos eran muy requeridos por los hombres del mar. Hasta que aparecieron los primeros saladeros y luego (1865) se instala la primera planta industrial como fábrica de extracto de carnes en Fray Bentos, conocida como la Liebig’s. Y partir de ahí, al comenzar el siglo XX, lentamente los frigoríficos se comenzaron a consolidar generando una importante mano de obra. Ha pasado mucha agua bajo los puentes, hasta concretar esta realidad que vivimos hoy de producción bovina de avanzada y modernas plantas frigoríficas.
Esta riqueza genuina muchas veces pasó desapercibida y otras veces hubo que rescatarla del estado calamitoso en que había caído después de más de los 20 años de Guerra Grande, como sucedió con Domingo Ordoñana. ¡Otras veces, con un trabajo como El Ejemplo de Nueva Zelanda de Carlos Frick, se comienza a recuperar la autoestima!
Como nunca se valora lo que se tiene y hay una tendencia desdeñosa al menosprecio, conviene someramente recordar que hoy en nuestro país tenemos 38.000 establecimientos ganaderos que ocupan casi 13 millones de hectáreas de pastoreo. Sobre este total apenas 6 mil ocupan más 500 has. de superficie, lo que habla a las claras que nuestra producción ganadera tiene un perfil familiar. Y como contracara, una industria eficiente y de última generación. Aunque, sobre todo en los últimos 15 años, se ha ido consolidando una tendencia a la concentración -en todo- y también en las plantas.
El economista Ignacio Munyo, en un original y serio estudio, trata de romper con lugares comunes de académicos superficiales y vuelca su mirada hacia nuestra riqueza más tradicional y más tangible: la ganadería. Estima que si Uruguay lograra duplicar la producción de carne, tendría un impacto muy positivo en la economía del orden del 10% del PBI.
Destacó además que el efecto multiplicador del sector es muy superior al de otros sectores de la actividad económica. Y afirma, además, que el efecto derrame del sector cárnico supera al de la lechería y al de la celulosa.
Sería lamentable que prevaleciéndose de una circunstancia adversa como el clima, la cadena de esta prometedora riqueza nacional se resintiera y comprometiera uno de los caminos más tangibles de recuperación.
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