El lunes pasado el BCU publicó los índices de tipo de cambio real efectivo a octubre de 2020, los cuales evidencian el serio deterioro de competitividad que sufre nuestro país con respecto a Argentina y Brasil. Si bien en lo que va del año el tipo de cambio real global se apreció un moderado 2%, este promedio esconde un importante deterioro de competitividad con respecto a la región de alrededor de 12%. Con respecto a Brasil, la apreciación alcanza 23%, llevando el índice a los máximos históricos de una seria que arranca dos décadas atrás.
Brasil no es nuestro principal mercado, pero este destino tiene una gran importancia para la exportación de bienes manufacturados, aquellos que por naturaleza tienen mayor incorporación de mano de obra. Brasil también es nuestro principal competidor en los mercados de destino para una parte importante de nuestras exportaciones, como lo es la carne, la soja y en algunas ocasiones el arroz.
Históricamente estos desfasajes cambiarios con el vecino del norte no se sostienen por mucho tiempo sin que estos desequilibrios no se trasmuten en otros efectos no deseados para nuestra economía. El cierre de fronteras ocasionado por la pandemia ha permitido que esta vez el fenómeno pase más desapercibido, permitiendo que el mecanismo de ajuste de precios relativos se procese de forma más lenta.
Mientras tanto, la situación mantiene a la producción uruguaya en seria desventaja con respecto a los competidores, quienes han logrado licuar sus costos medidos en dólares, revirtiendo parcialmente un proceso de atraso cambiario que también los venía perjudicando.
Este atraso cambiario es la “opera magna” de Danilo Astori, sus seguidores y quien se perfila como el sucesor de la dinastía, el hoy senador Mario Bergara. La acumulación de abultados y crecientes niveles de déficit fiscal dejaron al país en un estado de anquilosamiento productivo muy difícil de imaginar solo unos pocos años antes. Y este déficit es la raíz del atraso cambiario.
Es verdad que el astorismo hizo un cambio “estructural” en la economía uruguaya. El principal y más notorio es que tan recientemente como en el 2009, las exportaciones de Uruguay representaban el 108% del gasto público primario. Diez años después, a meses de entregar el gobierno, las exportaciones pasaron a representar solo el 71% del gasto, una pérdida de un tercio en términos relativos. Quizás no se pueda imaginar un indicador más llamativo de la postración en la que el equipo económico frenteamplista dejó al sector productivo.
Frente a esto, no le queda otra alternativa al gobierno que presentar un presupuesto moderado y austero en el gasto, algo que claramente no constituye la mejor receta frente a las fuerzas contractivas provocadas por la pandemia. En este contexto llama poderosamente la atención el aparente cinismo con que algunos de los responsables del desbarajuste pasado -hoy desde la oposición- reclaman por un aumento del gasto.
Habría que preguntarles a estos artistas de la ilusión si conocen otra alternativa para salir de la disyuntiva en la que nos han dejado. ¿Qué hubieran hecho si la ciudadanía no los hubiera mandado a la casa? ¿Hubieran seguido inflando la burbuja del gasto hasta hacer quebrar al país? ¿Cuándo pensaban parar el aumento del gasto público?
Bergara habla de un presupuesto con “poco apego a la transparencia”. Habría que preguntarle si su particular concepto de transparencia incluye episodios como el del montaje del remate de los aviones de Pluna y otras tantas maravillas que vamos descubriendo todos los días. A raíz de las discusiones presupuestales, aprendimos en estas últimas semanas que la “prodigiosa” reforma al sistema de salud del exministro Olesker –un astorito renegado– en realidad dejó al sistema mutual en una comprometida situación económica y financiera a la cual están haciendo frente las autoridades actuales de MSP, al mismo tiempo que deben combatir la pandemia.
Quizás lo único perdurable que quedó para el sector productivo de los quince años de astorismo es el cultivo de la colza, una alternativa eficaz al trigo para el invierno. Resulta algo paradójico que esto sea obra de Ancap y Alur, dirigido por Raúl Sendic, a quien todo el astorismo se empeñó todavía en señalar como el culpable de todos los males. Pero los memoriosos recordarán que fue Sendic de los primeros en alertarnos –cuando se iniciaba el gobierno de Mujica– sobre Pluna y otros manejos que se venían cocinando en la madriguera de Colonia y Paraguay, y cuyas consecuencias se hacían cada vez más evidentes; o transparentes, en el decir del nuevo tenor del coro astorista.
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