Tras una larga jornada de discusión que se extendió hasta la medianoche del lunes, el Senado aprobó en general y, por mayoría de 18 votos en 31, el Presupuesto Nacional, cuyo articulado comenzó a ser discutido a partir de ayer.
Desde la apertura democrática en 1985 este debate sobre estimación financiera de los ingresos y autorización de los gastos por un quinquenio, es un ritual que se ha venido repitiendo -con diferencia de matices- al inicio de cada uno de los siete gobiernos que precedieron al actual, que encabeza el Dr. Luis Lacalle Pou y que está conformado por una coalición republicana.
En algunas ocasiones con mucha vehemencia sí, pero nunca con tanto arbitrario acaloramiento como en el presente período.
Lo que más llama la atención en esta oportunidad, es como los mismos que fueron gobierno en los últimos quince años, al pasar a ser oposición, han logrado perder rápidamente su viejo y pretendido principismo ideológico. Vaya paradoja, el mismo que otrora les permitía posicionarse como paladines de la soberanía y el antimperialismo.
Y sobre todo ¿en qué quedó aquel rechazo visceral a entidades financieras supranacionales como el FMI con el cual adornaron por décadas los muros de Montevideo?
Es evidente que el cerno del debate, en todo presupuesto quinquenal, más que principios e ideas abstractas, tiene que ver con la economía, esa palabra de significado tan sencillo que su etimología que proviene del griego, expresa en forma precisa: casa y norma de distribución.
Suenan de absoluta sensatez los argumentos esgrimidos por los senadores de los diferentes partidos que componen la coalición de gobierno, cuando apuntan a parar la sangría del endeudamiento.
“Claro que nos gustaría votarles un aumento significativo… pero nos faltó el dinero que se malgastó con el despilfarro a que asistimos en las últimas administraciones” manifiesta Manini Ríos.
“Que el estado se ordene y ajuste porque lo bancamos entre todos. No es un papá Noel con la billetera grande”, afirmaba la senadora Carmen Asiaín defendiendo la austeridad del nuevo enfoque político.
Lo que no tiene ningún asidero con la realidad es pretender ideologizar la polémica acusando al gobierno de poner en marcha “un recorte liberal”.
La discusión adquiere un toque de cinismo irresponsable cuando un senador frentista denuncia al proyecto de presupuesto por estar concebido “a contramano de las políticas impulsadas por la mayoría de los países del mundo y recomendadas por los organismos internacionales…”
No es solo reivindicar a los mismos organismos financieros internacionales que ellos mismos satanizaban en los turbulentos períodos de la “historia reciente” para azuzar multitudes de jóvenes idealistas a la protesta callejera, si no también entrar en el juego cuidadosamente urdido de transformar esta pandemia que compartimos con el mundo, en un pandemonio de deuda imposible de controlar por los gobiernos nacionales.
¿O será que la izquierda cambió de contenido? ¿Tanto pesan las remesas de generosos aportes del exterior, que las otroras palabras talismanes de independencia y soberanía, son cosas de pasado?
Compartamos las ácidas reflexiones que Hoenir Sarthou expresa en sus habituales columnas de indisciplina partidaria, “la pandemia nos ha permitido ver en acción, con plenos poderes, a una nueva forma de autoridad mundial. Una autoridad fundada en razones científico-técnicas, no políticas, que imparte sus órdenes mediante protocolos de actuación y no mediante leyes o normas…”
“Esta crisis, que empezó como sanitaria, se convertirá muy pronto –ya se está convirtiendo- en económica y social, y se cerrará con una enorme concentración de la riqueza y del poder mundial en menos manos”.
El imperativo de la hora nos impone actitudes responsables. Se agotó el tiempo de las chicanas que apuestan a la desunión entre compatriotas.
Llegó el momento de buscar soluciones en común con los dirigentes que acepten el desafío de la hora.
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