El pasado domingo, Álvaro Vázquez, uno de los hijos del expresidente, en nombre de la familia informaba con serena sobriedad, la hora precisa en que dejó de existir su padre. “Con profundo dolor comunicamos el fallecimiento de nuestro querido padre Dr. Tabaré Vázquez, a la hora 03:00, por causas naturales de su enfermedad oncológica…”
A partir de ese momento Vázquez ingresa a la historia nacional por la puerta grande.
Su figura tuvo una honda gravitación en la escena política de los últimos treinta años. Además, revistó entre los jefes de estado que ejercieron la Presidencia de la República en dos oportunidades.
Si bien el sistema institucional uruguayo desde sus orígenes en 1830 no admitía la reelección inmediata del presidente, si se establecía un límite temporal al ejercicio del poder. En ese sentido a comienzos del siglo XX tenemos a un caudillo del porte de Batlle y Ordóñez y ya llegando al final del siglo a Julio María Sanguinetti. Y también debemos agregar -aunque en forma cuestionada por cierta hitoriografía estrecha- a Gabriel Terra, cuyo segundo mandato fue homologado por la ciudadadnía.
Nuestra vida independiente se inició con turbulentos capítulos, donde también hubo mandatos prolongados, al margen de los principios constitucionales, propios de una época inserta en coordenadas de tiempo y lugar muy particulares.
Por primera vez tuve conocimiento de la existencia del Dr. Vázquez fué en el año 1987 a través de un amigo abogado que se desempeñaba como periodista en La Mañana y El Diario, Mario Abadie, perteneciente a una de las familias fundadoras de la empresa SEUSA.
Yo a partir del año 1975 me había alejado de Montevideo y también de las ruedas de café y de sus comentarios políticos, de los que siempre había sido adicto.
Recuerdo que allá por el año 1987 nos reunimos en el recientemente estrenado Che Montevideo, en Trouville. Con voz firme me confió que desde hacía algún tiempo se estaba tratando un tumor maligno y, lo peor me dijo, también le habían detectado otro a Susana su esposa. En esa época al igual que ahora, ese tipo de dolencia, que vulgarmente denominamos “cáncer” genera honda preocupación, aunque se tratara de un matrimonio sin hijos. “Menos mal que nos atiende un médico excepcional que nos inspira mucha tranquilidad” me dice. Le pregunté el nombre y me habló durante un largo rato de las bondades del doctor Vázquez. Nunca me olvidaré como se le encendía el rostro a ese amigo en desgracia, cuando nos hablaba hasta pocos días antes de su desenlace final (cuatro años después), del oncólogo que lo trataba.
Para los que permanecíamos lejos de la política fue una sorpresa enterarnos a fines del 89, que Tabaré Vázquez irrumpiera como candidato a la Intendencia de Montevideo. Y mucho más que desplazara al Partido Colorado de uno de sus principales reductos electorales, con una diferencia de más de 100.000 votos. Recuerdo que asumió el gobierno departamental en la plaza Lafone, eje central de la Teja, el barrio donde nació y desarrolló parte de su vida. ¡Qué ironía, en 1971 fue uno los mayores fiascos del recién fundado FA y uno de los mayores aportadores de votos a la reelección de Pacheco…!
Algunos politólogos de café, opinaban que Vázquez era un académico que creció a la sombra del “Proceso” y no exhibía una foja de militancia lo suficiente zurda para acaudillar a las izquierdas. Parecían ignorar que, con el derrumbe del muro de Berlín, el socialismo real y su “hombre nuevo” habían fracasado.
Y no se daban cuenta que precisamente ese detalle sumado a una imagen de empresario impecablemente vestido, con aspecto de decisión y voz de mando, ¡era lo que capitalizaba a los potenciales votantes de los partidos tradicionales sin los cuales no se crecía y no se llegaba!
En el 2001, cuando ya Tabaré Vázquez se encontraba en el cenit del liderazgo de la coalición de izquierda, recibí una insólita llamada.
Yo en ese momento me desempeñaba como presidente de los productores de arroz (ACA). Estaba en una de las habituales reuniones gremiales de los lunes analizando la deplorable situación del país (creo 10 de julio de 2001), cuando me anuncian que el Dr. Vázquez me llamaba por teléfono. Fue el primer contacto que tuve con él. Con una voz clara y carismática me saluda y me dice: “Estoy organizando para el próximo 18 de julio, un encuentro con todas las gremiales empresariales en el Salón Rojo de la Intendencia a las 10 de la mañana. Esta crisis nos tiene a mal traer a todos. Vamos a tratar de que no sigan como hormigas locas. Los quiero reunir para buscar soluciones en común. Lo invito muy especialmente a usted y demás dirigentes…”
La verdad que todos nos sentíamos preocupados, como si se percibiera el zumbido de la tormenta que se acercaba.
Allí con una nutrida concurrencia, se dieron cita prácticamente todas las entidades gremiales del país. También la prensa hizo una cobertura insólita. Yo mantuve una participación de perfil bajo. Quien acaparó los principales medios fue el presidente de la Cámara de Comercio en esa oportunidad, Dr. Jorge Peirano Basso.
Finalizada la reunión se despidió de mí con un efusivo abrazo, que lo mantuvo intacto de ahí en más todas las veces que nos volvimos a encontrar. Y me manifestó el deseo de seguir conversando. Y tuvimos un par de reuniones más.
Se hizo presente en la histórica movida del Obelisco del 16 de abril de 2002 y nos propuso apoyar un segundo Obelisco para el 25 de agosto. ¡Siempre en aras del país productivo!
Otro recuerdo que conservo indeleble fue el llamado de Belela Herrera el 31 de octubre de 2004 para decirme que le había sugerido que me arrimara al Hotel Presidente, donde estaban llegando numerosas delegaciones. Recuerdo a Felipe Solá gobernador de la Provincia de Buenos Aires, recuerdo al mexicano Celso Humberto Delgado al frente de una representativa delegación de México, personalidades que yo ya conocía de mis recorridas por Latinoamérica.
Aquella jornada enmarcada por el entusiasmo hacía pensar que en nuestro país se abría una nueva instancia…
Pero el recuerdo que más me impactó fue en su segundo mandato cuando me recibió a mí y al Dr. Romeo Pérez en la residencia oficial de Suarez y Reyes adonde acudimos a invitarlo a la inauguración del Primer Congreso Internacional sobre el pensamiento de José Enrique Rodó con motivo de los 100 años de su desaparición física. Allí se sinceró en un momento, y nos manifestó “Que necesidad urgente tenemos los uruguayos de retomar la filosofía de Rodó. Se han perdido los valores. Pensar que mi padre que era obrero en el Frigorífico del Cerro, un día llegó 5 minutos tarde al trabajo y lo recordó toda su vida como uno de los peores momentos de su existencia. Hoy se ha perdido el amor al trabajo…”
Y aunque nos dijo que no iba a hablar en el Congreso, fuera de agenda, en el salón de actos de la Torre Ejecutiva, hizo un emotivo y preciso discurso de reivindicación rodoniana…
En estos días de duelo, que se han agotado enfoques sobre el dos veces presidente Vázquez, pocos se han preocupado de iluminar los frondosos pliegos de su compleja alma, reacia a acatar partituras impuestas o reverenciar consignas que hieran la ética más elemental.
Con enorme valentía defendió sus convicciones profundas sin medir costos políticos.
Una de esas pruebas fue el veto al aborto.
Lo hizo a través de un decreto firmado el 14 de noviembre de 2008 luego de que la ley fuera aprobada por ambas Cámaras haciendo uso de la mayoría parlamentaria de que gozaba el Frente Amplio.
El proyecto de ley -que obedecía a presiones mundiales- estaba caratulado en forma almibarada como de “Salud Sexual y Reproductiva” para así presentarlo a la opinión pública como una conquista “progresista” en consonancia con el medio ambiente.
En aquel entonces, su experiencia y visión como médico terminó imperando. Vale la pena recordar algunos pasajes del decreto:
“Hay consenso en que el aborto es un mal social que hay que evitar. Sin embargo, en los países en que se ha liberalizado el aborto, éstos han aumentado”, expresó Vázquez.
“La legislación no puede desconocer la realidad de la existencia de vida humana en su etapa de gestación, tal como de manera evidente lo revela la ciencia”, señaló.
“El verdadero grado de civilización de una nación se mide por cómo se protege a los más necesitados. Por eso se debe proteger más a los más débiles”, continúa.
“Hay que rodear a la mujer desamparada de la indispensable protección solidaria, en vez de facilitarle el aborto”, concluye a través de un decreto en el que hace énfasis en la necesidad de “salvar las dos vidas”.
La despenalización del aborto en Uruguay fue aprobada recién cuatro años después.
Sin embargo, aquel veto –por los argumentos manejados- fue elogiado en su momento por algunos miembros de la oposición blanca y colorada y organizaciones no gubernamentales, entre ellos la propia Iglesia del Uruguay. El Obsservatore Romano, máximo medio de expresión escrito de la Curia Vaticana reprodujo la opinión integra del presidente uruguayo, como un valioso punto de vista de un científico.
Hugo Manini
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