Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944) y Gabriele D’Annunzio (1863-1938) tuvieron varias cosas en común. Los dos fueron escritores y aeronautas. Suele afirmarse que en el caso del italiano fue primero escritor y luego aviador. En apoyo de esta afirmación se cita su novela Forse che sí, forse che no, publicada en 1910. Se trata de una trágica historia donde la pasión amorosa se tiñe con el incesto, los celos y el suicidio. Pero el personaje principal -sugestivamente llamado Paulo Tarsis- es un aviador, así como su amigo Giulio Cambiaso que tiene una muerte icaria. No obstante, la experiencia propia, habría sido de adquisición posterior.
Presentando en 1931 el libro del conde de Exupéry que había ganado el premio Fémina -la contracara del Goncourt- dice el poeta, ensayista, traductor, crítico literario y diplomático español Enrique Díez-Canedo (1879-1944) en el diario madrileño El Sol: «La mano que trazó las páginas de este Vuelo nocturno ha sabido tener el mando de la máquina aérea». Lo compara luego con la novela de D’Annunzio donde «la gesta del aire toma prestigio literario de la mitología». Veamos coincidencias entre estos dos caballeros.
Dando crédito a la Web del Ministero delle infrastrutture e dei trasporti italiano, D’Annunzio fue un pionero de la aviación. Tuvo su bautismo de aire en Brescia en la localidad de Montichiari en setiembre de 1909. En esa reunión participaron trece pilotos de los que cuatro eran italianos. A partir de ahí el poeta organizó una serie de conferencias que tituló El dominio del cielo. En una de esas exposiciones en la Scala di Milano afirmó: «Estamos en vísperas de una profunda mutación social […] la frontera invade las nubes».
No estaba equivocado y la guerra inminente se encargaría de demostrarlo. Mientras el poeta se dedicaba a estos menesteres, Saint-Exupéry cumplía diez años.
Héroe de guerra
La actividad de D’Annunzio como aeronauta de guerra fue memorable. En 1915 voló sobre Trieste y sobre Trento, ciudades ocupadas por los austríacos. En una de esas incursiones -por un amaraje forzoso- perdió la visión del ojo derecho. «El ojo está perdido. No importa. Basta con uno. El cíclope es valeroso en cualquier fragua», escribe en su Nocturno.
Son famosas también sus incursiones sobre Pola (hoy Pula, Croacia) en 1917. Esta vez marina, fue la llamada «beffa di Buccari», el torpedeo de naves austríacas en la Bahía de Buccari (hoy Bakar, Croacia) donde el poeta que iba como marinero voluntario echa al agua botellas con mensajes «de los marineros de Italia, que se ríen de toda clase de redes y barreras dispuestos siempre a osar lo inosable». Hay que ver en un mapa el recorrido de las tres pequeñas naves italianas en aguas enemigas para apreciar este hecho. En total eran treinta tripulantes («treinta y uno con la muerte»).
Pero sin duda su mayor hazaña fue el vuelo sobre Viena, el «folle volo». Era tan demencial la propuesta que las autoridades demoraron tres años en aprobarlo en agosto de 1918. Al mando de una escuadrilla que él bautizó con el nombre de La Serenissima, voló sobre Viena dejando caer en vez de bombas, miles de volantes con «un saludo tricolor, con los tres colores de la libertad».
El entonces teniente Antonio Locatelli -uno de los protagonistas y futuro escritor- declara a la bonaerense Caras y caretas en 1919 que se emplearon: «los aeroplanos SVA-Ansaldo, que desarrollan una velocidad de 200 a 215 km por hora. Hicimos el raid en seis horas y cuarenta minutos. ¿La distancia recorrida? Mil cien km [ochocientos sobre territorio enemigo]. Eran ocho aparatos. Todos de un asiento, menos uno que tenía dos asientos».
¡D’Annunzio no tenía licencia para volar! Hubo que modificar a toda prisa uno de los aviones, que eran de fabricación italiana. Se agregó un asiento sobre el tanque de combustible, sobre él iba D’Annunzio.
Aristócratas
Otro elemento común entre D’Annunzio y Saint-Exupéry eran sus títulos nobiliarios. El francés lo heredó de su padre el conde Jean-Marie de Saint-Exupéry. El italiano lo ganó por méritos de guerra. El rey lo nombró en 1924 Príncipe de Montenevoso. Honor al que, como a los obispados in partibus, no correspondía una jurisdicción terrena.
Saint-Exupéry era el tercero de cinco hijos, pero el primero varón. En 1904 falleció su padre. A los veintiún años le tocó hacer el servicio militar y allí descubrió su destino de aire. A fines de 1922 ya es alférez. Sale del servicio al año siguiente con el cráneo roto en un accidente aéreo pero la vocación intacta. Publica El aviador en 1926 y obtiene su título de piloto de transporte. Vuela entre Francia y África. Pocos años después partirá para Argentina.
Consuelo
Mientras tanto, un nuevo punto de contacto -si es que a una persona puede denominarse así- entre las historias de D’Annunzio y Exupéry estaba a punto de consumar su segundo matrimonio. Consuelo Suncin había nacido en El Salvador un año después que Exupéry y treinta y ocho que
D’Annunzio, en el seno de una acomodada familia cafetalera. Según su biógrafo, el periodista y escritor Paul Webster, a los diecinueve estudiaba en los EE.UU., a los veintidós era viuda, y amante del político y escritor José Vasconcelos, en ese momento Secretario de Instrucción Pública de México. Caído en desgracia Vasconcelos, Consuelo lo acompaña al exilio parisino y allí conoce al guatemalteco Enrique Gómez Carrillo y se casa con él. Carrillo era un bon vivant, prolífico escritor y consumado duelista. El amor dura poco. Antes de un año se extingue con la muerte de Carrillo. Pero la joven viuda recibe una importante herencia. Entre los bienes se encuentra una mansión en la Costa Azul. Allí seduce a D’Annunzio. Según la escritora Marie Hélène Carbonel será el italiano quien «la iniciará en las prácticas del sadomasoquismo».
Pero también Consuelo había heredado bienes en Argentina donde viajará para arreglar algunos asuntos. En Buenos Aires encontrará a Exupéry.
La salvadoreña quedará viuda por tercera vez cuando Exupéry, abatido por un piloto alemán, desaparece en el mar en 1944.
De todos modos ya había escrito El principito. La rosa del texto es Consuelo. «¡Las flores son tan contradictorias! Pero yo era demasiado joven para saber amarla», hará decir el conde al principito.
Ella, a su vez, escribirá en 1946 un manuscrito que se conoció como Mémoires de la rose -descubierto y publicado muchos años después de su fallecimiento en 1979- en donde relata sus años de matrimonio con el francés. Y no todo fueron rosas.
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