La existencia de la profesión militar presupone el conflicto de intereses humanos y el uso de la violencia para promover esos intereses. Por consiguiente, la ética militar concibe al conflicto como un patrón universal en toda la naturaleza y ve la violencia enraizada en la naturaleza biológica y psicológica del hombre. Entre el bien y el mal en el hombre, la ética militar se enfoca en el mal. El ser humano es egoísta. Está motivado por impulsos de poder, riqueza y seguridad. Entre la fuerza y la debilidad en el hombre, la ética militar enfatiza la debilidad. El egoísmo del hombre lleva a la confrontación, pero su debilidad hace que el éxito en el conflicto dependa de la organización, la disciplina y el liderazgo. Nadie es más consciente que el soldado profesional de que el hombre común no es un héroe. La profesión militar organiza a los hombres para superar sus inherentes miedos y fracasos.
La incertidumbre y el azar implícitos en la conducción de la guerra, y la dificultad de anticipar las acciones de un adversario, hacen del militar un escéptico acerca de la capacidad de los seres humanos de anticiparse y controlar los acontecimientos. Entre la razón y la irracionalidad en el ser humano, la ética militar alerta sobre los límites de la razón. Los mejores planes confeccionados por los hombres se frustran por las “fricciones” existentes en la realidad. “La guerra es la provincia de la incertidumbre”, dijo Clausewitz.
Samuel P. Huntington, “El soldado y el Estado: teoría y política de las relaciones cívico-militares”
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