No será un Navidad más para las familias uruguayas. La especial circunstancia de la pandemia ha forzado a las autoridades a cancelar las celebraciones religiosas en público. En este contexto de distanciamiento y de dificultades económicas, se vuelve todavía más necesario el mensaje de esperanza y de consuelo espiritual para la población. Para el arzobispo y cardenal Daniel Sturla, el mundo enfrenta un llamado a la humildad a causa del virus. En entrevista con La Mañana, conversó sobre lo que significa sobreponerse a los golpes de la vida, del amor por los pobres y del desafío de plantear una ‘Iglesia en salida’ que forme parte del diálogo social en este tiempo.
¿Cómo fueron sus primeros años de infancia?
Nací en el sanatorio Italiano, vivíamos en Eduardo Acevedo y Charrúa. A los seis años nos mudamos a Pocitos, a Ramón Masini y Libertad. Soy el menor de cinco hermanos, dos varones en las puntas y tres mujeres. Familia de clase media, papá Abogado y mamá ama de casa. Desde el 65 al 78 que entré al seminario se vivía mucho en la calle, en el barrio, jugando al fútbol, era algo totalmente distinto a la actualidad, sin mayores peligros y sin tantos autos. Fui al San Juan Bautista y estábamos mucho en el colegio, era una segunda casa, con un lindo grupo de amigos. Era todavía colegio de varones, pero había mucho vínculo con la barra de las chicas del Misericordia. También era época de veranos largos en La Floresta.
¿Cuál era la característica de ese hogar familiar?
En mi casa había dos cosas muy fuertes que de algún modo mi padre marcaba como impronta: una era la vida de fe y la otra el interés por lo político, por la vida del país.
Usted ha mencionado en alguna entrevista que su madre se convirtió a la fe católica. ¿Cómo fue ese proceso?
Mi madre era hija de un batllista anticlerical, pero mi abuela era católica. Era una mujer muy inteligente y era más bien agnóstica. Se conoció con mi padre en Facultad de Derecho y él sí era un joven católico vinculado a la parroquia de Los Vascos, a la Acción Católica y también algo disidente de cierto catolicismo cívico. Cuando se ennovian mi padre le regala a mi madre un libro llamado Nostalgia de Dios, de un holandés famoso llamado Pieter van der Meer de Walcheren. Allí ella comienza un proceso de conversión y se une a un grupo que lideraba el padre Arturo Mossman, del que yo escribí sobre su vida.
¿De qué manera se vivió el contexto de las agitaciones de la época del 60 y 70, y que también era una época de cambios en la Iglesia?
Me acuerdo la resonancia de los cambios en una familia católica que los veía bien, pero también los sufría, sobre todo en los años 70 y 71, en un Uruguay dividido, con la presencia de la guerrilla, los allanamientos a las casas y la división en la Iglesia, que en mi casa se vivía con mucho dolor. Mi padre era exalumno de Los Vascos y nosotros íbamos todos los meses a misa por mi abuela y en cada cumpleaños de mis hermanos. Allí a la iglesia la deshicieron y mi padre sufría ver cómo tiraron abajo el retablo o rompieron el órgano. En la medida que fui creciendo iba entendiendo más una situación que era muy compleja.
De adolescente atravesó la pérdida primero de su padre y al poco tiempo de su madre. ¿Cómo fue para los cinco hermanos asumir esto y tener que organizarse para continuar?
Éramos los cinco muy seguidos. Cuando muere papá yo era el menor y tenía 13, y el mayor tenía 19. Había un tema económico, vivíamos del trabajo de mi padre. Mis dos hermanos mayores enseguida se ponen a trabajar, el mayor continuó estudiando y la que le sigue dejó los estudios y empezó a trabajar. Nuestra madre quedó muy afligida porque su esposo había muerto de un momento a otro de un infarto en plena calle. Eso fue obviamente una cosa muy dura.
A los dos años de morir papá mi madre enfermó de cáncer y luego falleció. Tuvimos mucho apoyo, sobre todo de tres tías fantásticas, pero quedamos solos. La primera pregunta que le hice a mi hermana mayor cuando me enteré que mi madre se moría fue ¿con quién vamos a vivir? Y me respondió que, por supuesto, solos. Y nos organizamos, nadie pataleó ni falló a su responsabilidad. Yo viví con mucha fe esa realidad y entiendo que ilumina el dolor y la muerte de un modo especial.
En su caso reforzó la fe, porque también habrá significado un cuestionamiento profundo ante lo difícil de la situación.
Ahí hice un razonamiento en su momento, sobre todo cuando murió mi madre y casi enseguida después también unos tíos muy queridos. Si cuando morían por hambruna los niños de Biafra yo igual seguía creyendo en Dios, ahora que me tocaba a mí no podía dejar de creer, me parecía que era una especie de egoísmo. No digo que ese razonamiento fuera el adecuado, fue el que yo me hice en ese momento.
¿Pensó en algún momento en seguir alguna otra profesión determinada?
Yo me planteaba muy claro que quería vivir mi vida como cristiano y lo que veía como carrera era la abogacía y la historia. Me apasiona la historia desde chico y, de hecho, cuando terminé preparatorios empecé Facultad de Derecho y profesorado de Historia. Hice un año y después ya entré al seminario.
¿Cómo nació su vocación sacerdotal? En algún momento dijo que fue por el impulso de una inquietud, pero ¿a qué se refiere?
Para mí fue muy importante en la época del liceo el descubrimiento del mundo de la pobreza, de la necesidad, a través del movimiento de Castores de Emaús, ligado a los jesuitas, pero que estaba presente en el colegio San Juan Bautista. En segundo de liceo empecé a ir al hospital de niños Pedro Visca, después al Cotolengo Don Orione y luego a una cooperativa de vivienda de obreros, que me enteré hace poco que fue de las primeras que hubo en Uruguay allá en el barrio Colón. Íbamos los domingos a trabajar. Era un país mucho más integrado que el de ahora, pero más allá de eso, una cosa es mirar un asentamiento o cantegril, como se decía en ese momento, y otra cosa es entrar.
Todo eso me marcó mucho, en el sentido también de encontrar a Cristo en el más pobre o en el que necesita y en el sentido de solidaridad con el otro. Esto me llevó a una discusión con mi madre que aún vivía y me pidió por favor que me fuera de Castores porque, por entonces, algunos sacerdotes habían terminado presos, entre ellos Román Lezama. Mi madre asustada no quería que fuera y dejé.
Pero luego, en el Juan XXIII el espíritu salesiano me envolvió, por ese amor a los pobres lleno de alegría, de misas semanales, de reconciliación. Una vivencia espiritual muy distinta, una síntesis preciosa. Allí un sacerdote me invitó a ser cura. Tuve la inquietud como dos años y hubo una palabra clave que fue “el que pone la mano en el arado y mira hacia atrás no es apto para el Reino de Dios”. Esa palabra hizo que me largara y entrara en la congregación Salesiana.
Hay una experiencia que realiza durante años entre la pastoral y la educación, sobre todo en los talleres de oficios. ¿De qué manera se conjugan estas dimensiones?
En la práctica pastoral me mandaron a Talleres Don Bosco. Ahí trabajé, por un lado, con una escuela primaria y, por otro, con los aprendices que estudiaban oficios. Fue muy interesante porque era un mundo también distinto, pasé del intelectual al de los oficios, una experiencia muy linda. Compartíamos la vida, había 180 pupilos, había una disciplina también para esa multitud de muchachos de 15 años y yo tenía 22. Luego, cuando terminé teología me ordené sacerdote y volví a los talleres por tres años, en una experiencia más dura porque tenía a cargo la disciplina y el estudio.
¿Cómo nació el movimiento Tacurú?
En el año 1981 cuando yo estaba en la casa de formación. Ahí fuimos los seminaristas que queríamos hacer esta obra y en el 1988 hay un segundo momento cuando lo toma a su cargo una comunidad con el padre Mateo Méndez. Al principio íbamos a los lugares donde se encontraban los chiquilines vendiendo caramelos en los ómnibus, que era muy común. En Paso Molino había un kiosco donde ya los vendían en bolsitas. Allí hicimos amistad con ellos y los invitábamos a campamentos.
Había tres grandes núcleos de muchachos, del Cerro Norte, de Los Palomares de Aparicio Saravia, y poco tiempo después los que venían de Las Piedras en tren, que todavía funcionaba. Tacurú tuvo distintas sedes, pero la que estuvo varios años fue en Sayago, cerca de la estación. Poco a poco fue creciendo. Siempre se trató de llegar al chico que trabajaba, primero eran menores, ahora los convenios son con mayores de edad.
¿Considera que la sociedad puede no conocer o valorar suficientemente el trabajo social de la Iglesia en los barrios?
Creo que en la Iglesia hay una enorme cantidad de trabajo social, pastoral, evangelizador, capilar en todos los barrios de Montevideo y en todo Uruguay. Que no es muy conocido, y también hay una realidad que en este momento está jugando en contra y es que las congregaciones religiosas han disminuido en número en forma alarmante. Esto provoca que mucha actividad que antes se hacía, como las monjitas en los pueblos, hoy no existe. Por ejemplo, las monjas bizantinas, durante muchos años. Ellas iban a la estación de tren a captar a las menores que venían solas para que no las agarraran los proxenetas. También estaban en muchos hospitales públicos, en el Vilardebó, en el Militar hasta hace bastante poco, entre otros, y hoy solo quedan en el Hospital Maciel. Pero muchos laicos están tomando protagonismo con varias de estas obras. Hay muchísimo trabajo que se desconoce.
En 2014 fue designado arzobispo de Montevideo. ¿Cuál fue su visión sobre la tarea que tenía por delante?
Mi visión es la de una Iglesia en salida, que evangeliza por un lado, y por otro que dialoga con todos desde una clara identidad, que en el Uruguay está basada en la presencia histórica de la Iglesia en el país (ver recuadro). Vivimos en una sociedad laica y plural, gracias a Dios. Pero entonces, no nos ninguneen.
¿En estos últimos años de qué manera se ha transitado esa laicidad?
En general, positivamente, desde el retorno de la democracia en adelante. Lo que pasa es que cuando la Iglesia comienza a aparecer un poco más hay algunos que les da urticaria, se brotan y les surge un anticlericalismo, sea de derecha o de izquierda, totalmente fuera de tono. Como, por ejemplo, negar que la Iglesia pueda opinar sobre temas que hacen a la realidad nacional. O la negación de colocar la imagen de la Virgen María en la rambla, algo absolutamente absurdo. Y se llega a eso por resabios de un laicismo trasnochado, que encuentra también eco en algunas posturas de izquierda que siguen aferradas a un materialismo totalmente fuera de tono.
Su llegada al arzobispado se da meses después de un gran acontecimiento, que fue la elección del papa Francisco, primer pontífice latinoamericano. ¿Cómo repercutió en la Iglesia uruguaya?
El papa Francisco va hacia el octavo año y ha pasado mucha agua bajo el puente. Creo que lo más importante sigue siendo la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, que es la gran exhortación a ser Iglesia en salida, preferir una Iglesia accidentada, porque sale, a una enferma porque se queda encerrada. Es una lástima que el papa haya estado como empantanado en temas de la interna de la Iglesia, pero que es parte de su tarea y quizás no le permitieron seguir impulsando otras cosas importantes. Porque la Iglesia existe para evangelizar, para anunciar a Jesucristo. Todo lo demás que hace la Iglesia tiene que ver, pero en forma secundaria.
Y Francisco tuvo un gesto con la Iglesia uruguaya que fue nombrarme a mí cardenal. Para mí es clarísimo y me da mucha libertad de espíritu que me hace cardenal a los nueve meses de ser arzobispo, es decir, no lo hace por mí, sino como gesto a la Iglesia uruguaya, a la que pone en un contexto de Iglesia mundial, porque yo participo en varias congregaciones del Vaticano y le da una dinámica de presencia uruguaya que es gracias a Francisco.
¿Qué le diría a los católicos que critican una supuesta politización del papa?
Primero, todos los papas de algún modo se ven implicados en la política más grande o más chica. Pensemos en Juan Pablo II, por ejemplo, el papa polaco, y todo lo que tuvo que ver él con la realidad de su tierra, Polonia. Y pensemos en los papas italianos en el siglo XX y su influencia en la política italiana. O sea, es natural que la figura del papa tenga una influencia. Otra cosa es que al papa lo intenten manipular unos y otros. En el caso de Francisco es claro como en una realidad tan absolutamente complicada como la argentina, lo han querido manipular. Y el papa creo que tiene clara cuál es su misión, pero al mismo tiempo es obvio que toda palabra suya influye en el mundo y de modo especial en su país.
Esta situación de la pandemia, ¿qué nos hace cuestionar como seres humanos y como comunidad?
Antes que nada es un brutal llamado a la humildad que recibimos los seres humanos. Es parecido a lo de las torres de Babel. Nos creíamos unos campeones y por ahí un virus termina poniendo de rodillas al mundo entero, creando una catástrofe de la cual no terminamos de salir, que los científicos se rompen todo y recién al año se está probando una vacuna. Seamos más humildes, no las tenemos todas con nosotros.
Segundo, creo que es un llamado también a la confianza, para los que somos creyentes, que pase lo que pase estamos en las manos de Dios. El gobierno de todas las cosas es de Dios.
Va a ser una Navidad muy especial. ¿Cuál es el mensaje para los uruguayos que pasan una situación difícil por lo familiar, por el distanciamiento o por lo económico?
Me gusta mucho un refrán de origen sefaradí: “nunca es más oscura la noche que cuando está por amanecer”. Creo que esto es bueno tenerlo en el corazón. Si hay un mensaje propio de la Navidad cristiana es que Dios se acordó de nosotros. Envió a su hijo que es el salvador. Y él es no solamente la vacuna esperada, es el remedio de inmortalidad, como dice uno de los padres de la Iglesia.
Más allá de todo, estamos en manos de un Dios que nos salva. Lo otro es la soledad que va a ser el gran problema de esta ocasión. Frente a esto el mensaje de Dios es: estoy contigo. Es lo del salmo del buen pastor: “aunque cruce por oscuras quebradas, ningún mal temeré. Tu vara y tu bastón cerca de mí, ellos son todo mi consuelo”. Entonces, no estás solo.
La Iglesia Católica está en la matriz de la historia del Uruguay
“A veces se habla como si la Iglesia Católica fuera una recién llegada a la historia de Uruguay. Hay una raíz católica del Uruguay que se desconoce o se ignora a propósito. Es una realidad que está en la matriz, en las raíces de lo que somos. Hasta el hecho de tomar mate o que nuestro nombre de país y mucha de la toponimia sea guaraní es gracias a las Misiones Jesuíticas. Cuando hablamos de Montevideo y su fundación hablamos de la presencia jesuítica en Uruguay.
Si hablamos de Artigas tenemos que hablar de los franciscanos. ¿Cómo se puede estudiar a Artigas sin atender a la raíz franciscana de su familia y de su propia formación? ¿Por qué se le va a buscar influencias en Félix de Azara y compañía, desconociendo aquella influencia que fue la más grande que tuvo? Los primeros científicos de Uruguay son dos sacerdotes, Pérez Castellanos y Larrañaga. Lo que significa la estancia y toda la organización primera del mundo rural, es todo debido a las Misiones. Ahora han salido varios libros que recogen esto. Cuando se habla de Uruguay como si hubiera nacido en 1900, ¿y lo anterior qué?”.
TE PUEDE INTERESAR