No está de más, ni es inoportuno analizar, de paso, la limpidez, la probidad y el acierto de nuestra postura internacional. Transcurridos los sucesos, resuelta la guerra reciente, vencidas las tinieblas de la incomprensión y desvanecido el hondo apasionamiento que creó extremas divisiones en la opinión de nuestros países sudamericanos, podemos decir, con serenidad, revisando el inmediato pasado, que a la postura internacional adoptada por nuestro partido -evidente y notoriamente inspirada por su jefe el doctor Herrera- puede examinársele y aún encontrársele defectos, pero nadie podrá levantarse, en ninguna parte, para decir que a ella la movió fin subalterno, ni interés oscuro. Si acaso a su vehemencia algo podría reprochársele, a ella la justifica el espíritu de resistencia y de autonomía, el sentimiento casi fanático de la soberanía, y de la independencia que lo determinó.
Y así, sin nada que rectificar, podemos decir hoy, claramente, que fuimos partidarios de la neutralidad; que fuimos más tarde partidarios de la solidaridad entre los países americanos ante la posible agresión de una potencia extra continental; que luchamos contra todas las formas de intervencionismo y que combatimos todos aquellos acuerdos, pactos o convenciones que rebasando el principio de la solidaridad, nos obligaran, automáticamente, a entrar en guerra, sin atender, primero, a la decisión específica de nuestra soberanía, es decir, sin antes consultar la conducta a seguir a la luz de nuestros principios, de nuestra Constitución y de nuestras leyes, analizando por sí y exclusivamente por sí, las circunstancias que determinaran al país a entrar en cualquier conflagración.
Eduardo V. Haedo, en “El Partido Nacional y la Política Interamericana” (1946)
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