En la recordada crisis del año 2002, el presidente Jorge Batlle, siendo el conductor del gobierno uruguayo, tuvo que bailar literalmente con la más fea. De más estaría relatar toda la amargura vivida por nuestra gente en aquellos años, pero sí es buena cosa recordar que se pudo superar, en primer lugar, por reconocer la gravedad de la situación y actuar responsablemente manteniendo firme el timón, sin rendirse ante los gritos de default que clamaban desde otros pareceres. En aquella oportunidad, fue fundamental una asistencia inmediata de U$1.500 millones desde Estados Unidos para superar el proceso de insolvencia financiera que afectó a más de la mitad de la banca comercial.
El fin de esta terrible crisis dio paso a una de las mayores bonanzas económicas de nuestra historia y aunque perduró por más de diez años, como todo lo bueno llegó indefectiblemente a su fin.
Claro que la desaceleración económica en que nos encontramos al día de hoy no es comparable con aquellos años; sin embargo, hay aspectos que causan extrema preocupación en la mayor parte de nuestros compatriotas. Tampoco encuentro necesario ahora enumerarlos, vivimos en el mismo país y, aunque algunos la nieguen, conocemos en carne propia la realidad.
Quiero encontrar una poderosísima razón, una justificación o radical cambio en que nos fuera la vida, para invertir un monto casi tres veces mayor que aquel indudablemente necesario para rescatar a nuestro país, casi ya veinte años atrás. Escucho atentamente a todos los que argumentan a favor y en contra con eximios conocimientos en distintas áreas, pero inevitablemente mi visión de simple ciudadano no permite que me aparte del sentido común y este me marca varias precisiones.
¿Cuántas industrias se podrían reactivar a lo largo y ancho del territorio nacional con la inversión con que nuestro país contribuirá para la instalación y funcionamiento de esta empresa extranjera? Se me dirá que bajo la leonina presión impositiva que requiere el Estado para su disfunción, se podría tratar de simplemente dilatar en el tiempo un final previamente anunciado. Pero… ¿Y si también a esos sectores de la producción que se encuentran sobrepasados en sus posibilidades contributivas les aplicamos las mismas condiciones de exoneración tributaria que a la multinacional finlandesa? ¿Si además exigimos como Estado que prioricen su desarrollo en franca tendencia generadora de empleo genuino, incentivando por medio de una exoneración extra de impuestos u otros beneficios directamente proporcionales a la cantidad de puestos de trabajo que otorguen?
¿Cuánta gente de nuestro interior profundo podría ver mejorada su vida y la de su familia si, en lugar de ceder esa inimaginable suma de dinero, se usara para reactivar el corazón económico del País, el agro y la industria ganadera, de manera pensada e inteligente, proyectada sustentablemente y con visión de futuro? ¿Cómo incentivaría a la población rural a permanecer en su campo y hasta a regresar a quienes tuvieron que abandonarla por ver frustrados sus proyectos de vida, si se revalorizara el trabajo y la producción, pero además acercando hasta su puerta las mismas comodidades y conectividad con que cuentan quienes viven en la ciudad?
Se podría otorgar a modo de inyección financiera para renovar la totalidad de nuestra flota pesquera, vetusta y obsoleta, donde tripulantes y empresarios hacen de tripas corazón y con los escasos recursos de que disponen hacen que cada viaje de pesca exitoso, sea poco menos que un reto casi imposible de realizar.
¿Cuántos planes de vivienda, hospitales universitarios, hogares estatales de ancianos y de niños, cuántas obras, cuántos emprendimientos, cuánta aceleración se le daría al desarrollo nacional, a la salud, la educación? ¿Se ha pensado cuánto empleo se generaría si se invirtiese a consciencia y sabiamente esa cantidad que es en realidad hasta casi obscena? ¿Cuánto se ahorraría el país en seguros de desempleo y en ayuda social? ¿Cuánto ganaríamos como sociedad al recuperar el empleo para miles de hombres y mujeres por todo el país que, a su vez, volverían a ser ejemplo de cultura del trabajo para sus hijos?
Son solo preguntas que me hago, pues tengo el derecho y la curiosidad natural de hacerlas. Admito ingenuidad quizá, pero también tengo la convicción de que en nuestro país tenemos gente con la capacidad, voluntad e inteligencia suficiente como para hacerse la misma pregunta y proponer concreciones reales y tangibles sobre la misma idea.
Son solo ideas que aparecen como muchas otras, pues tengo la libertad además de expresarlas y compartirlas ante el hecho consumado de un contrato que se firma entre algunos hombres en nombre de todo un país y una gran empresa multinacional que también tiene el cometido de tomar todas las ventajas que se le presenten, ya que su razón no ha de ser otra que la de obtener el mayor rédito posible.
Siguiendo en el plano de las ideas y de las preguntas, dejo planteada la siguiente: entre el proceder correcto y la conveniencia, ¿qué camino tomaría el primer oriental ante la trampa de déspotas mercenarios que se aprovechan de la necesidad y desdicha de un pueblo humilde y lejano? ¿Bajaría la cabeza con resignación en busca de un ínfimo margen de renegociación? ¿O se erguiría con honra en defensa de su gente y de su tierra, resguardando celosamente el preciado patrimonio de nuestras futuras generaciones y si es necesario litigar donde pudiera corresponder?