“Claramente hoy la opción es entre ajuste o reactivación”, escribió el senador Guido Manini Ríos esta semana refiriéndose al dilema con el que se enfrenta el país. Si se tiene en cuenta la delicada situación fiscal heredada de la administración frenteamplista, las recetas ortodoxas apuntarían hacia un ajuste.
Pero la pandemia cambió todo esto. Los países desarrollados comparan el shock económico resultante con la Crisis del ´29 y advierten que la contracción actual constituye un fenómeno distinto al ciclo económico al cual estamos habituados. El resultado es que existe gran incertidumbre sobre el alcance y la duración de la actual recesión, lo que lleva a los tomadores de decisiones a desplegar todas las herramientas a su disposición, desde políticas fiscales y monetarias inusualmente expansivas, a modificaciones temporarias a los regímenes de quiebras, pasando por políticas industriales y rescates de empresas.
Si dejáramos la situación actual librada enteramente a las fuerzas del mercado, el resultado sería un deterioro aún mayor del tejido empresarial, resultando en menos pymes y dejando a la economía cada vez con más dependencia de las grandes inversiones. Es evidente que esta crisis afecta asimétricamente a pymes intensivas en la generación de empleo, muchas de las cuales no estarán vivas para cuando llegue la recuperación -que si no se cambian las políticas vigentes-, vendrá de la mano de incentivos que beneficiarán principalmente a grandes empresas.
En el largo plazo, el resultado de estas políticas será cada vez menos empleo de calidad, más claudicación fiscal por parte del Estado, mayor concentración de empresas y menor competencia en los mercados de productos. Una combinación letal para trabajadores y sus familias, que en el extremo terminarán comprando mayormente en mercados oligopólicos, mientras ven degradar sus salarios en términos reales. Este es el camino perfecto a la servidumbre en que nos posicionó la política astorista, cuyo legado es una economía fuerte solo en apariencia, pero que ya al primer trimestre de recesión exhibía su precariedad.
¿Tiene sentido guardarse medidas en el contexto actual? ¿No será más conveniente en la medida de lo posible evitar cierres de empresas y un mayor desempleo? ¿En el largo plazo no nos haría fiscalmente más sólidos en lugar de más débiles?
“Tenemos que impulsar medidas que le den oxígeno a sectores que generan empleo. Estamos planteando y vamos a hacer propuestas concretas para estimular a las pequeñas y medianas empresas, para estimular a los productores chicos que han ido quedando al costado del camino porque se ha ido levantando la masa crítica necesaria para que sea rentable la empresa, y al no llegar a ese mínimo necesario, van quedando por el camino muchos productores, sobre todo productores familiares”, dijo ayer de mañana Manini Ríos, entrevistado por el programa “Estado de situación” de Radio Oriental.
En términos similares se expresó también el economista Eduardo Ache el fin de semana en El Observador. “Hay que tomar las nuevas medidas a tiempo para minimizar el impacto de la pandemia pensando en el mañana. Cuando termine esta pandemia, hay temas estructurales que también debemos resolver. En el contrato que firmó Uruguay con UPM, el país se comprometió por sobre todo a eliminarle los costos y las trabas para que pudieran funcionar. El espíritu de ese documento es el mejor resumen de las reformas estructurales que el país debe hacer para sacarle la mochila a todo su aparato productivo”, dijo Ache.
Manini Ríos dice que “tenemos que impulsar medidas que den oxígeno a sectores que generen más empleo”, abogando por un Estado más activo. En la misma dirección se expresaba hace unas semanas Ricardo Hausmann, execonomista jefe del BID. “Si alguien no está haciendo algo que valoramos como sociedad, podría ser porque no puede y no porque no quiere. Esta debilidad en la economía tiene implicancias de amplio alcance respeto de cómo entendemos el crecimiento y el desarrollo económico”, dice Hausmann, explicando cómo los economistas han tendido a sobrevalorar el rol de los incentivos, en detrimento del desarrollo de capacidades, que muchas veces “existen dentro de organizaciones que no pertenecen al mercado”. El economista venezolano va más allá, identificando entre los instrumentos que el Estado podría utilizar a las protecciones comerciales a industrias incipientes, garantías de demanda y corporaciones nacionales de desarrollo.
Todo lo anterior sirve para ilustrar lo difícil y costoso que es para una economía desarrollar un tejido productivo sólido. Más razón para hacer hoy todo lo posible para evitar este camino de inexorable “destrucción creativa”. Menos cierres de empresas debería redundar en cuentas fiscales más fuertes en el largo plazo. Después de todo, con menos empresas y empleos, ¿qué ocurriría con la recaudación? Ya sabemos que las grandes empresas, con su exorbitante poder de negociación, logran grandes exenciones por lo que desde el punto de vista fiscal cuanto más empresas existan, mejor. ¿Por qué no darles entonces a las pymes los mismos incentivos fiscales que benefician a gigantes como UPM?
Lamentablemente, al igual que ocurre con la vacuna, no contamos con mucho tiempo. Y las circunstancias de este año nos indican que no podemos quedarnos esperando a que llegue el último ciclista.
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