La triscaidecafobia es el miedo irracional al número trece. La fama del pobre número, seguramente inocente de lo que se le acusa, tiene larga data. Se le asocia con la mala suerte. Pero a veces la mala suerte para unos es la buena suerte de otros. Un día como hoy, 13 de enero pero de 1964, a sus cuarenta y cuatro años, Karol Józef Wojtyla era nombrado arzobispo de Cracovia. Un día de mala suerte para el comunismo, pero de muy buena para los millones de seres humanos sometidos al yugo soviético, y no solo para ellos.
Alguien dirá que no debe confundirse la suerte con la Providencia y que solo hay que recordar las palabras que la Virgen trasmitió a los pastorcillos otro 13 pero del mayo de 1917 en Fátima: «Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará». Pero eso ya implica una creencia religiosa y hay quienes prefieren creer en la suerte, porque otra vez aparece el trece.
Lo cierto es que el arzobispo de Cracovia tenía muy clara la horrible «imagen de la vida humana en los regímenes totalitarios, en los cuales se despoja al hombre de su esencial razón de ser como hombre: la libertad de su propio juicio y de sus propias acciones» (Signo de Contradicción, BAC, 1979). Y sabía muy bien de lo que hablaba. No se lo habían contado sino que lo vivió en una Polonia que había pasado de la ocupación nazi a la comunista.
La Polonia de posguerra
Como saldo de la Segunda Guerra, Polonia perdió setenta y seis mil kilometros cuadrados de su territorio. Pero lo más importante es que pasó de ser multiétnica y multireligiosa a albergar una población de origen polaco y casi exclusivamente católica. Las negociaciones de Teherán, Yalta y Potsdam, dejaron a Polonia en manos del comunismo soviético. Esto fue vivido como una traición por los polacos que habían sido los primeros en enfrentar a los nazis y lo siguieron haciendo desde la clandestinidad durante toda la guerra.
La martirizada nación debería ahora soportar el terror rojo. Con total impunidad y con un Occidente que miraba para el costado -o cerraba los ojos como ante la masacre en Katyn- las tropas soviéticas aplicaron las recetas de Stalin. Entre las primeras víctimas estaba la Iglesia. El Kremlin golpeaba así el cerno del alma polaca. Los primeros años fueron particularmente duros. Cuando Stalin fue llamado a rendir cuentas, Nikita Krushev emergió con un nuevo discurso, una forma de gatopardismo, un lavado de cara del régimen para seguir imponiendo la voluntad de Moscú. Mientras en Polonia se sucedían los tiranos comunistas, los polacos eran liderados por el cardenal Wyszinski que capeaba el temporal y sostenía la fe del pueblo.
Juan Pablo II
Inesperada y providencialmente, en 1978, el arzobispo de Cracovia fue elevado al trono papal. El 22 de octubre de ese año pronuncia en la Plaza de San Pedro su «¡No tengáis miedo!». Al pronunciar esas palabras «no era plenamente consciente de lo lejos que me llevarían a mí y a la Iglesia entera», dirá en una entrevista al periodista y escritor Vittorio Messori. Al año siguiente viajará a Polonia. A los que asistimos a su misa campal en Tres Cruces nos dejó una profunda huella en el espíritu. Un día totalmente nublado que dejó pasar un rayito de sol para acompañarlo en su ascenso hasta el elevado sitial dondepronunció su homilía. Imaginamos lo que habrá sido para su propio pueblo esa presencia en circunstancias mucho más difíciles.
El 13 de mayo de 1981 sufrirá el atentado de Ali Agca. Era el aniversario de las apariciones de Fátima. Un día de mala suerte para la KGB que no logró su objetivo.
Mientras tanto en Polonia el gobierno comunista declaraba, ese 13 de diciembre de 1981, el estado de guerra. Una disposición represiva ante la agitación general que ya estaba siendo muy difícil de controlar por parte de la tiranía. El sindicato de Walesa, con fuerte apoyo popular, preocupaba seriamente a Moscú. Al mismo tiempo, esa misma URSS segadora serial de los derechos humanos, le otorgaba el Premio Lenin de la Paz al uruguayo Líber Seregni.
El 13 de mayo de 1982, primer aniversario del atentado, Juan Pablo II va a Fátima a agradecer. Lleva una bala de las que casi acaban con su vida para ofrendarla a la Virgen. Un individuo intenta apuñalarlo pero es detenido por las fuerzas de seguridad.
El estado de sitio en Polonia se extenderá hasta julio del ‘83. Pero un mes antes del cese de las medidas represivas se producirá una segunda visita papal. La tercera durante el régimen comunista será en 1987. Luego de la caída en 1989, habrá seis viajes más.
Digitus Dei
En el citado reportaje de Messori, el periodista le recuerda al papa que ha señalado que en esa caída del marxismo ateo, se podía ver el digitus Dei. Elsanto le contesta que sería muy sencillo decir que ha sido la Divina Providencia la que ha hecho caer al comunismo, pero «en cierto sentido el comunismo se ha caído solo [por] sus propios errores y abusos […] por su propia debilidad interna».
Y agrega, que la civilización moderna, «especialmente la europea, ha dado origen al comunismo. Una civilización que «junto a sus indudables logros […] ha cometido errores y abusos [que] se reviste de estructuras de fuerza […] sea política sea cultural (especialmente con los medios de comunicación social) para imponer a la humanidad esos errores y abusos».
En la base de esta posición está «la lucha contra Dios». En suma, «el colectivismo marxista no es más que una versión empeorada de este programa».
En el área del otrora imperio soviético se han eliminado denominaciones y destruido muchos monumentos del régimen, o han pasado a formar parte del paisaje turístico. Sin embargo, en Uruguay se erigen. Como la hoz y el martillo en Treinta y Tres, votado en 2012 por la casi unanimidad de la Junta Departamental. No es el camino.
Por eso es más que justo y necesario recordar las palabras del papa en su memorable alocución de Tres Cruces: «El Uruguay de hoy encontrará los caminos de la verdadera reconciliación y del desarrollo integral que tanto ansía, si no aparta los ojos de Cristo, Príncipe de la Paz y Rey del universo».
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