Según la publicación “Habitar Montevideo: 21 miradas sobre la ciudad” (2019), la cantidad de barrios privados ha crecido durante las últimas décadas en el área metropolitana. La publicación indica que este incremento en Uruguay acompaña al del resto de la región, lo que “evidencia otra fisura en el mito de la sociedad integrada”, según el documento.
Desde hace 25 años el registro de planos de barrios privados ha venido en ascenso. El doctor en sociología y docente investigador uruguayo, Luis Eduardo Morás, realizó, en diálogo con La Mañana, un breve análisis de lo que podría desglosarse de este comportamiento tomando en cuenta el estado socio-económico del primer período nombrado.
Podría suponerse que el papel que cumple el Estado frente a estas construcciones implicaría una tensión en cuanto a funciones sociales, debido a que, por un lado se reglan en la capital, y por otro, se le da vía libre en el interior del país. Respecto a eso, el sociólogo explicó que “las posibilidades del Estado son limitadas dentro de un mercado regido por la libre competencia”.
En Montevideo existen normas restrictivas, por lo que la demanda se canaliza principalmente en el anillo metropolitano “generando una tensión entre la necesidad de captar inversiones que creen fuentes de trabajo y los costos asociados a la extensión de servicios a nuevas urbanizaciones y la reducida capacidad de regulación de construcciones que generan un impacto negativo en el tejido social y territorial”, remarcó.
Juan Diego Vecino, director de JDVA Arquitectos, empresa constructora de varios proyectos de este tipo de condominios, dijo a La Mañana que “hay que ver el lado positivo; se han construido en Montevideo muy buenos proyectos de urbanizaciones que han logrado responder a las necesidades del mercado actual de la residencia familiar, a pesar que el marco normativo no permite el “barrio-privado-cerrado”.
Afirmó que los desarrollistas tienen buen campo de trabajo para emprender urbanizaciones. “El crecimiento de la ciudad y la generación de nuevas urbanizaciones debe ser ordenada y sustentable a largo plazo. Los Gobiernos Municipales deben planificar el crecimiento urbano, apoyar a los desarrollistas en sus proyectos y controlar para que éstos sean buenos lugares para habitar y sustentables en el tiempo”.
Un nuevo consumidor de clase media
En contraparte, el sociólogo explicó que la mejoría económica desplazó otros problemas como salario, desempleo, salud, entre otros, y colocó como principal prioridad a la inseguridad. En tanto, “el diferencial de los barrios privados es, fundamentalmente, atender esta demanda, que además implica una creciente en el mercado para los mismos”.
Aseguró que es posible pensar, también, que el ciclo favorable de la economía ambienta un nuevo consumidor de clase media que puede acceder a los “supuestos beneficios” del barrio privado y que se inclina por “salidas individualistas a los malestares que genera la vida en comunidad”. Morás dijo que las lógicas barriales, el contacto interpersonal, las relaciones vecinales y, en general el espacio “público”, empiezan a verse como un problema y no una oportunidad para cumplir las expectativas de crecimiento personal.
Esto va en discrepancia con el modelo de desarrollo de la ciudad que estuvo presente durante gran parte del siglo XX y apuntó a la creciente integración entre sectores sociales heterogéneos. Es decir que en el discurso que predominaba, estaba presente la idea de construir una ciudad que permitiera el pleno desarrollo de todos los individuos sin barreras materiales en el espacio urbano.
Esta dinámica era acompañada por un tejido barrial solidario y una escuela pública que era el punto de encuentro de todas las clases sociales. Sin embargo, para Vecino, con la modalidad de barrios cerrados se vuelve a esa modalidad del siglo pasado. “La gran ventaja social es vivir al aire libre, sin seguros, volver a la vida en comunidad, volver a tener ‘amigos del barrio’”, sostuvo.
El escape del “entorno amenazante”
Para Morás, las lecturas posibles sobre la tendencia a la privatización urbana son múltiples y abarcan diversos aspectos, planteando así un conjunto de importantes costos económicos, culturales, sociales y políticos.
Sin embargo, aseguró que uno de los efectos más inquietantes es que su desarrollo expone una recepción favorable, al tiempo que alimenta un mensaje donde, para alcanzar niveles óptimos de seguridad, bienestar y felicidad, resulta necesario constituir colectivos de residencia homogéneos, aislados del contacto cotidiano con extraños percibidos como fuente de potenciales riesgos y amenazas.
Respecto a esto, el arquitecto reafirmó la idea que la ventaja y motivo de vivir en barrios cerrados o con conformación controlada, es la seguridad. “Las familias quieren volver a vivir como antes de los años 90 donde los niños podían jugar en la calle, andar en bicicleta, ir de casa en casa sin que eso signifique un riesgo, tanto por la agresividad de la delincuencia como por el tránsito”, detalló.
Indicó además que la propia organización de estos barrios, ya trae consigo otras ventajas en el orden general como son el cuidado de las áreas verdes y comunes, la iluminación pública y la garantía en la recolección de residuos.
En contraparte, Morás dijo que el concepto de ‘felicidad’ “se estrecha a los muros reales o simbólicos que marcan los límites del condominio, desapareciendo la ciudad y el barrio como espacios deseables para la interacción colectiva”, Asimismo, las relaciones de vecindario, el sentido de lo comunitario y el interés público “empiezan a ser remplazados por una mera relación de interés entre socios que habitan un territorio protegido de un entorno amenazante”.
Autosegregación vs segregación forzada
En Uruguay hay mayor superficie ocupada por barrios privados que por asentamientos, sin embargo, la población que reside en los segundos es extensamente mayor. Morás basa la mayoría de estas fracturas sociales en el problema territorial de acceso a la tierra y las lógicas del mercado inmobiliario. Manifestó que, el acceso a la vivienda es de los indicadores más crudos de las profundas desigualdades existentes y uno de los factores que consolidan la permanencia de las mismas a lo largo de las décadas.
Si bien en los casos de los asentamientos y los barrios privados se produce un fenómeno de aislamiento y ajenidad respecto a la vida colectiva “no son asimilables”, según el sociólogo, ya que la opción del asentamiento “no es una elección voluntaria que realizan las familias, sino producto de otras situaciones que se presentan”.
Por otra parte, en el caso del barrio privado, “existe un explícito interés en adoptar un modelo de convivencia y estilo de vida con la posibilidad de financiar esa expectativa. Es una actitud proactiva que nada indica que esté presente entre quienes habitan asentamientos irregulares”, apuntó. Añadió que el resultado de estas dos tendencias es agudizar la fractura urbana y reproducir un conjunto de negativas consecuencias.
Vecino por su parte, comentó que el término “barrio privado”, en Montevideo y otros departamentos, se ha venido usando también para barrios que son abiertos pero que tienen una organización que les permite controlar la seguridad y demás servicios barriales. “Quizás el término adecuado para estos sería “barrios jardín” o “barrios autogestionados”.
El arquitecto aseguró que este tipo de proyectos privados o chacras rurales, se han construido en los últimos 25 años y se seguirán desarrollando en los próximos tiempos. “Ellos se irán adaptando a las necesidades y temáticas del público objetivo”, dijo.