El centro educativo ubicado en la ruta 100, a diez kilómetros de Ombúes de Oribe, en el departamento de Durazno, se encuentra inactivo. Un grupo de padres, docentes y estudiantes buscan concretar su reapertura de cara al comienzo del año lectivo.
La escuela granja n°52 no es una escuela primaria convencional, se trata de un FPB (Formación Profesional Básica) de UTU, una modalidad que permite cursar y acreditar el ciclo básico de educación media, junto con una formación profesional de operario práctico en la orientación elegida, de calidad e integral.
En el lugar donde hoy se instala el FPB funcionaba una escuela rural, y hace ya unos cuantos años se quiso rematar el predio, “en un momento en que en el país se cerraban escuelas si tenían muy pocos niños, hace unos quince años. En ese momento, gente de la zona que se educó ahí, y algunos políticos, se movilizaron para que la escuela no se cerrara. Lograron que no se remate y ahí se concretó el convenio con UTU. Primaria puso el edificio, y la Intendencia de Durazno se hacía cargo de los caseros, la partida de alimentación, y un ómnibus desde la ciudad de Durazno”, comenzó relatando a La Mañana Florencia Castells, integrante de la comisión de apoyo y madre de un estudiante.
Una escuela especial
“Acá en Durazno hay una escuela especial, la escuela n°81, donde van, en general, los niños con síndrome de Down, con dificultades motrices, Trastorno del Espectro Autista (TEA). Estos niños no pueden ir a un liceo común ni a la UTU, entonces se vio la oportunidad de crear, junto al FPB, un centro a donde pudieran asistir”, aseguró Florencia.
Así empezó a funcionar, la Intendencia puso un ómnibus, porque muchos niños y jóvenes concurrían desde Durazno, y no solamente desde el ámbito rural. “Cuando la escuela empezó a funcionar como FPB salió espectacular, además atendía a chicos derivados de INAU con problemas de conducta, con contextos familiares complicados, funcionaba muy bien”.
Según contó Florencia, mamá de Tomás, que tiene TEA y concurre a la escuela, “se podía ver a la legua lo bien que funcionaba, lo bien que trataban a los chiquilines. El director, junto con los docentes, había logrado el funcionamiento óptimo, tenían las materias convencionales del ciclo básico, y también tenían actividades para los chicos con otras capacidades. Mi hijo tiene autismo y era alumno de la escuela. Desde un principio fuimos bien recibidos, en la escuela había una verdadera inclusión y, a su vez, habían madres que nos contaban testimonios muy lindos de otros años”.
A mediados del año pasado, en un clima incierto provocado por la pandemia, comenzaron a surgir rumores de que la escuela podría cerrarse. “Cuando empezó el ruido de que la escuela iba a cerrar, hubo madres que se empezaron a mover por la escuela, y ahí empecé a escucharlas y me uní. Nadie que dijera que hubo un problema en la escuela, y eran cuarenta y pico de alumnos”.
Un final abrupto e incierto
En el 2020, luego del cambio de gobierno, hubo un cambio en las autoridades de UTU, que decidieron el cierre de la escuela, pero según contó Florencia, “nunca se nos juntó a los padres ni se nos mandó una comunicación formal para decirnos qué pasó, siempre fue el director del centro que nos comentaba por mensaje qué iba sucediendo, en un grupo que teníamos para pasarnos las actividades de los chicos a raíz de la pandemia”.
“UTU nunca nos dijo las cosas de frente, eso para mí es muy grave. El director de UTU fue de visita a la escuela, nos dijeron que iba a interiorizarse con los centros del interior, porque había asumido ese puesto poco tiempo atrás. No sabemos de dónde salió que la escuela estaba funcionando mal”, relató con preocupación.
Debido a esto, la comisión de apoyo concurrió a la prensa, a la Junta Departamental de Durazno y hasta al Parlamento. “En la reunión que tuvimos con el director de UTU nos aseguraron que no se cerraría la escuela. En esa reunión, a mediados del año pasado, una autoridad de UTU de Durazno deslizó la idea de cerrar la escuela, y finalmente la cerraron, sin previo aviso”.
Alrededor de noviembre se terminaron los contratos de los caseros que cuidaban la escuela, e hicieron que los niños comenzaran a ir a la UTU de Durazno, “es lo que siempre quisieron hacer, nos decían que era lo mejor. El director nos dijo que empezaríamos a viajar a la escuela agraria de Durazno por la falta de caseros. Ya ahí los que estaban en el medio rural se quedaron sin clases por no tener locomoción, y los chicos con autismo tampoco fueron, porque a un chico con autismo no le podes cambiar un hábito de buenas a primeras, lleva un proceso. Esos atropellos nos costaba creerlos. Nos pusimos en campaña y la Intendencia renovó los contratos a los caseros, y nos volvió la esperanza, los chiquilines pudieron cerrar el año escolar. Yo estaba contenta por Tomás, porque nos costó mucho que comenzara a ir y se adaptara al lugar”.
“Este año no sabemos qué hacer, porque mandar a nuestro hijos a un liceo común para ser un número y decir que va a un liceo, medicado, no es una solución, no tenemos un lugar a donde mandarlos. En el caso de Tomás, él iba y trabajaba en la huerta o juntaba huevos en la escuela, y los chicos con problemas de adicciones o de conducta también tenían actividades específicas”, relató la mamá de Tomás.
“A mí me queda bastante lejos la escuela, iba a llevarlo a Tomás y lo esperaba en la portera, y miraba y escuchaba lo que pasaba allí adentro, era espectacular ver a mi hijo rastrillando el patio, era tocar el cielo con las manos, pero las autoridades parece no tener idea de lo que es la discapacidad”, se lamentó Florencia.
“En el sistema educativo sale adelante el que tiene capacidades de asimilar el formato convencional. Se encuentran algunos casos de gente con distintas capacidades que ha salido adelante, pero son los menos, los que tuvieron un apoyo familiar brutal, pero no es la idea que solo el que pueda económicamente salga adelante, no tiene que ser así la educación pública”, concluyó.
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