Aprovechando la temporada estival continuamos recorriendo los naufragios en nuestras cosas, siendo uno de los atractivos de los barcos hundidos el rastrear en su historia que muchas veces se mezcla con la leyenda.
Sigamos con nuestra historia de bellos paisajes y restos de naufragios a lo largo de la costa. Todavía en el departamento de Maldonado, casi frente a la laguna de José Ignacio, el lector que camine por la playa podrá sorprenderse con “los palitos”, trozos de hierro retorcido que asoman de la arena, recordando el naufragio del Devonnier, un carguero belga con la bodega repleta de maderas, frutas y yerba mate en ruta desde Paranaguá a Montevideo cuando fue tomado por el temporal más grande que registra la historia de estas latitudes, la del 10 de julio de 1923, famoso por haber provocado cinco siniestros ese mismo día.
El barco quedó trepado sobre la arena, prácticamente intacto, para curiosidad de los lugareños y delicia de los “playeadores” que solían recorrer la costa en busca de despojos que arrojaba el mar. De nada servía que las autoridades pusieran vigilancia que siempre se las ingeniaban para hacerse de algunos objetos de valor. Todavía hoy quedan algunos restos de hierro que renacen después de las tormentas y algunos curiosos aprovechan para tomar fotografías de trágica elocuencia.
Dato interesante, el escultor Raúl Sampayo cortó a marronazos un trozo de hierro carcomido pero con pátina de salitre, de cuyas manos resultan hermosas esculturas en homenaje al mar y sus misterios.
Pocos kilómetros más adelante llegamos a José Ignacio, aldea de pescadores devenida en balneario de lujo con ayuda de la farándula porteña, tan tranquilo “que solo corre el viento”. En el entorno existen varios barcos hundidos que son periódicamente visitados por buzos que tienen allí su sede deportiva. Al día de hoy solo queda visible la caldera del Renner, un carguero brasileño que encalló para besar los pies del faro, casi como trepándose a las rocas que lo sostienen. Por representar un filoso peligro los restos metálicos fueron extraídos por la Armada, pero todavía queda parte de la caldera asomando sobre las olas.
Rocha: “tierra de aventuras”
Ya en el departamento de Rocha, la que llamo “tierra de aventuras” en uno de mis libros, apenas cruzar el puente del arroyo José Ignacio encontramos los restos del San Salvador, un carguero hundido también por el temporal de 1923, cuya caldera asoma cerca de la playa, apenas a poca distancia del flamante puente circular, que bien vale la pena conocer.
Siguiendo la ruta de la playa, casi frente al balneario Las Garzas, cerca de la laguna de Rocha en un lugar tan desierto hoy en día como en el año 1907 en que ocurrió el naufragio, todavía resuena la tragedia del Poitou, vapor francés con inmigrantes españoles e italianos a bordo, una de las peores tragedias de nuestra historia marítima, de cuyo episodio contamos con la pluma de Florencio Sánchez, por entonces corresponsal de un diario de Buenos Aires. Más adelante, desde la playa Anaconda de La Paloma, a unos 60 metros de la costa, se divisan los restos del Corumbá, un buque con carga de desesperados inmigrantes. Existen varias historias confusas sobre su naufragio, para algunos se trataba de una nave maldita que llevaba pasajeros afectados por una epidemia por lo que ningún puerto autorizaba su desembarco, deambulando la nave de puerto en puerto hasta que lo hundió una tormenta cerca del faro del cabo Santa María, recién inaugurado.
Otro resto de naufragio de interés en La Pedrera, que se encuentra en la retina de muchos residentes y turistas que peinen canas lo fue el Cathay 8, un pesquero taiwanés encallado en 1977. Inicialmente casi intacto (hubiera sido factible su rescate), después fue desguazado y el oleaje y el salitre lo han dejado reducido a su mínima expresión. Afortunadamente un artista de nombre Gonzalo Ramírez realizó una obra simbólica para recordarlo, que ubicó sobre la arena frente al lugar del naufragio.
Unos diez kilómetros antes de llegar a Cabo Polonio quedan restos del barco argentino Río Chubut, encallado en 1964. Hasta la década de 1990 asomaba una suerte de casilla, que hoy también ha caído y solo pueden verse en el hueco de la ola algunos barrotes de hierro.
Del Polonio existen innumerables historias del mar y sus tragedias, para las que remitimos al lector a nuestro libro “De naufragios y leyendas en las costas de Rocha”.
En la playa de la Calavera, entre el cabo Polonio y el cerro de la Buena Vista apenas queda algún rastro visible del Don Guillermo. Los restos del casco, visibles hasta el año 2000, representan una de las insospechadas historias de los tantos barcos con pasado a cuestas, en este caso el de haber nacido como una barcaza de transporte de tanques durante la Segunda Guerra Mundial. Al final del conflicto fue vendida a una empresa argentina, que la rebautizó Don Guillermo y la destinó a viajes de cabotaje.
En uno de sus viajes encalló en la playa de la Calavera, hacia 1952. Hubo intentos para reflotarlo, pero resultaron inútiles. Fue entonces que alguien encomendó a un lugareño, el Bonito Caligaris, que cuidara los restos. Pese a que nunca se le pagó por la tarea se la tomó en serio, al punto que pasó a vivir dentro del casco de hierro. Y cuando el salitre y el tiempo comenzaron a derruírlo se construyó un ranchito frente al barco. Y allí estuvo hasta poco antes de su muerte, en Castillos. Recuerdo haberlo entrevistado dentro del rancho, una historia alucinante.
Frente a Valizas, la plaza principal lleva el nombre de Leopoldina Rosa, en homenaje al naufragio más famoso del lugar, una fragata procedente de España y Francia con inmigrantes vascos, con apellidos que todavía resuenan en la historia local y en muchos episodios de la vida nacional.
Leyendas de tesoros escondidos
Y antes de llegar a Aguas Dulces podemos ver todavía la característica rueda del Arinos, un transporte de guerra brasileño que concurría rumbo a la guerra del Paraguay. En su bodega transportaba un botín, en realidad monedas de oro para pagar el sueldo de los miles de soldados en el campo de batalla, el que fue enterrado entre la arena dando lugar a varias leyendas locales.
A unos seis kilómetros al este de Aguas Dulces aparecen los restos del Gainford, una nave británica de pasajeros que encalló en 1884. Algunos de los tripulantes quedaron a vivir en la zona. También puede verse, casi frente al balneario La Esmeralda, los últimos vestigios del Cocal, un carguero brasileño siniestrado en 1969. Y ya casi frente al parador de La Coronilla asoma gigante y ferruginosa la vieja caldera del Porteña, un vapor de bandera nacional que cubría la carrera entre Montevideo y Buenos Aires. Fue abordado por un grupo revolucionario de Entre Ríos que venían huyendo de las autoridades uruguayas y terminó encallado a propósito en el año 1873. Encierra su propia leyenda, porque se habló de un tesoro escondido para la compra de armas, operación que no llegó a concretarse.
Y, para terminar, nuestro recorrido una leyenda radioactiva: el naufragio del Tacuarí, un carguero brasileño que naufragó frente al islote del Cabo Polonio en el año 1971. Y pocos meses empezaron a aparecer mareas rojas en nuestra costa y en la brasileña. Modernos investigadores en Brasil y en el Chuy han empezado a rastrear en la prensa del momento llegando a la conclusión de que se trataba de un transporte de carga radioactiva.
Como bien dijimos uno de los atractivos de los barcos hundidos es el de rastrear en su historia, la que muchas veces se mezcla con la leyenda… Hoy existe una película y una investigación en trámite para rastrear en su pasado y encontrar la verdad.
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