Después de cuatro décadas de privatización y tercerización, Gran Bretaña vacila en cerrar las fronteras a una pandemia letal porque alimentar a unos cuantos miles de viajeros en los hoteles de los aeropuertos está más allá de su capacidad; no puede producir un sistema de seguimiento y rastreo que funcione; cuando comenzó la pandemia, no tenía reservas de EPP y desperdició millones tratando de adquirir suministros esenciales de los especuladores privados. Incluso cuando el Estado británico está al borde de la destrucción, no puede liberarse del parásito ideológico de la tercerización, la desregulación y la privatización que controla todas sus acciones.
Todo porque el Estado británico ha sido vaciado hasta el punto de que apenas puede decirse que existe. Un reciente artículo académico de los politólogos Lee Jones y Shahar Hameiri expone, con detalle forense, cómo la tasa de mortalidad récord de Gran Bretaña a causa de Covid proviene de los fracasos de lo que denominan el ” Estado regulador neoliberal”, por el que tanto los gobiernos conservadores como los laboristas se han retirado del “gobierno” activo en favor de una “gobernanza” no intervencionista y vagamente dirigida. Esto, explican, ha dado como resultado “la reducción deliberada de las expectativas populares de la autoridad pública; la tercerización de la responsabilidad a actores tecnocráticos, privados y casi autónomos, debilitando las líneas de control y responsabilidad; y el vaciamiento de las capacidades y la autoridad del Estado en beneficio de corporaciones a gran escala frecuentemente ineptas”.
La destrucción del Estado británico fue una decisión consciente y voluntaria de los sucesivos gobiernos, que adoptaron una fe ingenua e idealista en que la desregulación y la privatización nos harían más ricos, más felices y, sobre todo, más libres. El Estado, declararon, era inmanejable, burocrático y despilfarrador: trasladar la gobernanza a las fuerzas del mercado sería más rentable, sensible y, sobre todo, eficiente. Como vemos ahora, esto era pura fantasía, una construcción de la ideología radical que se comercializa como “sentido común”. Sin embargo, la mercantilización no ha conducido a la erradicación del despilfarro y de la burocracia ineficiente, sino al enorme crecimiento de ambos, sustraídos al control y la supervisión democráticos. Como observan Jones y Hameiri, y como cualquiera de nosotros puede ver cada día, “el Estado regulador neoliberal se caracteriza en realidad por una mayor burocracia y un gasto gubernamental considerablemente mayor (incluso en bienestar) que su predecesor”. Los costes y la burocracia han aumentado de forma exponencial, incluso cuando la capacidad y la responsabilidad se han dilapidado: “los estados neoliberales pueden ser muy eficaces para el capital a gran escala y con vocación internacional, pero se han vuelto claramente inoperantes para resolver problemas sociales muy básicos”.
La sociedad moderna no se basa, como se prometió, en un mercado autorregulado, que se corrige a sí mismo y logra resultados deseables a través de alguna “mano oculta”, una fe que traiciona sus raíces en el deísmo de la Ilustración. En cambio, se ha convertido en una construcción de empresas privadas puramente parasitarias, las empresas de subcontratación y las consultoras que derrochan enormes sumas de dinero de los contribuyentes en la prestación inepta de servicios que son legítimamente del dominio del Estado.
Aris Roussinos, en columna publicada en “Unherd”
TE PUEDE INTERESAR