Estoy dedicado a la Dirección Espiritual en la Iglesia. Desde hace mucho tiempo vengo percibiendo el cuestionamiento a todo lo que implique obediencia, como también a aquello que exija la aceptación de límites, leyes morales o normas que se deban respetar y seguir. Todo esto parece ser visto negativamente, pero también lo encontramos en la cultura general actual.
No es de extrañar. Este punto relacionado con la obediencia ha sido fuertemente cuestionado desde hace muchísimo tiempo. Ya en la segunda mitad del s. XVIII, con los iluministas y la Revolución francesa, con la propuesta de “libertad, igualdad y fraternidad”, y todo el s. XIX y el s. XX, en un in crescendo que llega a un máximo en nuestros días, la cultura general de buena parte de occidente se ha establecido en una aversión a lo que pueda entenderse como mandato, imposición, límite, precepto, ley; así, ha caído en total descrédito lo referido a la autoridad y cualquiera sea su representante, a la vez que todo lo que signifique deber de obediencia o sumisión. Esto dicho, en términos muy generales, como signo de una cultura dominante que se fue extendiendo y “globalizando”. Así se ha llegado a caracterizar este fenómeno contemporáneo como lo hace Lipovetsky con el título del libro El crepúsculo del deber. La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos. No voy a entrar en el desarrollo de este autor.
Pero sí me pareció muy movilizador encarar algo de los planteos que Friedrich Nietzsche hizo a fines del s. XIX. Es muy fuerte la crítica que realiza de la moral y los valores vigentes en su tiempo, atribuyendo al cristianismo el origen de todos los males, y la tarea demoledora que emprende contra esta base moral y religiosa, a la que denomina peyorativamente “moral del rebaño”. Él busca desenmascarar y deslegitimar toda la construcción del cristianismo en la moral (al igual que, por otro lado, lo intentan realizar Marx y Freud).
La “conciencia humanista” es como denomina Fromm al fundamento verdadero de las decisiones y del obrar auténtico y responsable, surgido de la voz más profunda del ser
Para Nietzsche Dios es una máscara de la nada. Dice que el cristianismo surgió como respuesta al problema del sufrimiento humano, pero no es más que una creación infantil de ilusiones sustitutorias. Esa creencia en Dios fue usada por unos pocos como instrumento para debilitar y domesticar al ser humano, y así dominar grandes masas; buscaron arrebatar, mediante el concepto de pecado y de culpa, el amor a la vida, a la autoafirmación, la adhesión a este mundo y a la felicidad en esta tierra. Porque la religión cristiana buscó hundir al hombre en el desprecio de sí mismo y convertirlo así en un animal enfermo, constituyendo una intoxicación del hombre. De esta manera, mediante la moral, los valores y actitudes condujo a la rebañización de las masas, la desaparición de las individualidades fuertes, independientes y creativas, y ha llevado al nihilismo y la mediocridad. Para él, la Iglesia no es otra cosa que una institución de poder que conduce a los hombres como un rebaño.
Por eso, Nietzsche anhela la desaparición del sentido cristiano y de la fe, lo cual posibilite darnos a nosotros mismos nuevos valores, metas y fines que proporcionen a nuestra vida un nuevo centro. Así pues, la religión cristiana es opio, consuelo, deseo de muerte, neurosis, martirio, crucifixión y obsesión por el dolor. A esto se opone el deseo de serenidad y afirmación de la vida, simbolizado en el dios Dionisos.
El superhombre
Este autor considera que hubo grandes hombres en la historia, entre ellos Jesús, los profetas, los santos, que considera modelos o paradigmas a imitar. Estos constituyen una élite, y la propuesta es llegar a ser el hombre redentor, el libertador, el hombre de la gran decisión: el hombre vencedor de Dios y de la nada; este es el anticristo, el superhombre.
Rechazamos seguidores de rebaño, pues queremos educar en la crítica al autoritarismo y a toda forma de relación simbiótica
Más allá de todas las exageraciones y deformaciones de sus planteos (son apuntes míos sobre este pensador, no citas textuales), lo que más me impactó fue la energía demoledora de su pensamiento, lo cual, como dice Henri de Lubac en El drama del humanismo ateo, tiene la característica apasionada de una fuerza religiosa. Evidentemente, la numinosidad contenida en una religión no puede ser combatida por una simple formulación intelectual, sino con alguna otra forma de carácter numinoso, porque detrás late aquella potencia que está en el fondo del alma humana, que Carl Gustav Jung denominó arquetipo. Por eso, Nietzsche se hace portavoz de la “muerte de Dios” y va a proclamar que Dios ha muerto, pero solo es posible sustituyéndolo con otro dios: el superhombre.
Pienso que, de alguna forma, este es el intento del ser humano de nuestro tiempo, cuando ha perdido todo tipo de contacto realmente “religioso”, es decir, cuando carece de un vínculo arquetípico verdadero. Intenta hacerse dios, pero no llega a otra cosa que una caricatura de divinidad, con un ego sobredimensionado, el cual, contrariamente a lo buscado, sigue débil y dominado por sus distintas pasiones: fascinaciones, enojos, miedos, depresiones, ilusiones… O queda sumergido en la masa, carente de individualidad, llevado por las corrientes del momento, o por las opiniones de las mayorías, los medios de comunicación…
A pesar de sus exageraciones, la crítica de Nietzsche al pensamiento y moral cristianos tiene cierto valor para quien se dedique a la Dirección Espiritual, en cuanto está de base y debe ser tenido como válido, considerando el planteo que hace el psicólogo Erich Fromm acerca de lo que denomina “la conciencia autoritaria”, en su obra Ética y psicoanálisis, o sus afirmaciones sobre la libertad como conquista permanente, en El corazón del hombre. Creo que Fromm, aunque no hace referencia a Nietzsche, ha tenido una fuerte influencia directa o indirecta de este pensador, y en alguna de sus obras sobre temas religiosos tiene una postura muy similar, sobre todo hablando contra la Iglesia católica. En este tema en particular, sus planteos son de gran ayuda para tomar conciencia de esa tendencia desviada sobre la autoridad, que por distintos factores marcaron las primeras etapas del desarrollo, puede estar internalizada y se presente como autoritarismo-sometimiento.
Nietzsche va a proclamar que Dios ha muerto, pero solo es posible sustituyéndolo con otro dios: el superhombre
Entiendo que es muy importante tener conciencia de cuánto desastre y daño se ha causado en nombre de la “obediencia debida” a la legítima autoridad en el seno de la Iglesia, más cuando uno es portador de cierta autoridad en el orden espiritual al ejercer la Dirección Espiritual. Una asociación natural, basada en la notoriedad de algunos hechos perversos, lleva a pensar en la jerarquía eclesiástica y a criticar los abusos de poder que pudieron existir de parte de esta. No podemos dejar de ver esto y estar atentos y, al mismo tiempo, necesitamos seguir concientizando los peligros surgidos en el planteo de obediencia, que debe hacerse desde una “conciencia humanista” (así denomina Fromm al fundamento verdadero de las decisiones y del obrar auténtico y responsable, surgido de la voz más profunda del ser). Esta sería la base necesaria de una relación verdadera con Dios y con los hombres. Se trata de una auténtica Dirección Espiritual, basada en la obediencia al espíritu, en un vínculo que se sustenta en la entrega y renuncia, tras niveles espirituales. Esta última constituye la verdadera obediencia,que surge de escuchar la voz de la conciencia -donde Dios habla- mientras las otras formas corresponden a formas de obediencia meramente externa. Rechazamos seguidores de rebaño, pues queremos educar en la crítica al autoritarismo y a toda forma de relación simbiótica. Pero también buscamos la docilidad y obediencia en una relación dialéctica, que solo puede darse en un vínculo de fe y, por tanto, esencialmente espiritual.
No cierro aquí la reflexión, pues continúo dando vueltas a este tema tan delicado. Pienso que hasta una formulación provisoria podrá ser útil para crecer en conciencia y dar gloria a Dios en ello.
*Sacerdote y psicólogo, Institución Dalmanutá
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