«Nos preguntamos con desconcierto cómo es posible que el mundo pueda seguir viendo aberraciones tan inhumanas», dice en 2001 San Juan Pablo II en el memorial de Tsitsernakaberd, en Ereván. Se refería al Metz Yehérn, o Gran Crimen, como denominan los armenios a esa tragedia.
La ocasión tenía especial relevancia, no todos los días se puede celebrar un 1.700º aniversario. Y en este caso lo era: nada menos que de la cristianización de Armenia, primer país del mundo en adoptar oficialmente el cristianismo. «Habían sido comprados por precio» y lo pagaron con sangre durante su historia milenaria.
Como hace notar el profesor de la Universidad de Salamanca, Efrem Yildíz, la política de exterminio se dirige contra los «asirio-caldeos, los armenios, los maronitas, los greco-melquitas, los siro-ortodoxos y muchos otros grupos pertenecientes a la iglesia bizantina». Es, en realidad, un ataque a la cristiandad por parte del radicalismo islámico, un ataque que no ha cesado.
No solo los turcos otomanos, sino los kurdos masacraron a esos pueblos cristianos. Kurdos, a su vez, masacrados por los turcos. La dura frase pronunciada en 1930 por el ministro de Justicia turco Mahmut Esat Bozkurt es bien explícita: «aquellos que no son de origen turco puro tienen solo un derecho en Turquía: el de ser sirvientes o esclavos».
Después de la Primera Guerra Mundial los imperios vencedores se sentaron a repartir la torta que habían cocido en sus pactos secretos. Entre los gigantes derrotados se encontraba el imperio otomano y las grandes potencias se disponían a darle el tiro de gracia.
Desde el comienzo de la contienda, en 1914 hasta su fin, en las postrimerías de 1918, habían sucedido cambios significativos. En 1917, la Revolución rusa terminó con un Imperio cristiano y comenzaba a edificar otro materialista y ateo.
Genocidio
En cuanto a Armenia, había alcanzado una efímera independencia en mayo de 1918.
A todo esto, Grecia, que esperaba su oportunidad desde la caída de Constantinopla en 1453, avanzó sobre la desfalleciente Turquía dando origen a lo que se llamó guerra greco-turca (1919 -1923) y en la que los armenios se alinearon del lado que los llevaba razón y corazón. Los turcos ganaron la guerra con desastrosas consecuencias para griegos y aliados. Los armenios tenían motivos, más que suficientes, para ver a los turcos como enemigos.
El diccionario de la RAE define al genocidio como «exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad». Y es el término correcto para aplicar a la política del Estado turco, claramente entre 1915 y 1923. Exterminio sistemático ejecutado por el gobierno de los Jóvenes Turcos (1915-1918) y prolongado por Mustafá Kemal. En ese lapso, se estima que fueron asesinados un millón y medio de armenios. Esas masacres se resumen, simbólicamente, en la noche del 23 al 24 de abril de 1915, cuando cientos de intelectuales armenios fueron asesinados como anticipo de los cientos de miles que vendrían después. Pero no solo se trata de la muerte de las personas. Como señala el citado doctor Yildíz, lo peor «es que maten no solamente a su gente, sino su recuerdo histórico y cultural». Por eso los armenios dispersos por el mundo recuerdan esa fecha y luchan por un reconocimiento universal que está lejos de lograrse.
Algunos estados tienen razones poderosas para negar recordaciones y juicios.
«Los países cristianos, que se decían amigos nuestros, nos traicionaron, vendieron nuestra patria y nos entregaron a manos de nuestros enemigos», comenta con amargura Soukias Soukoyan, un sobreviviente del genocidio, en sus memorias. Este silencio, más que centenario, parece darle la razón.
Una lucha desigual
El Tratado de Sèvres, firmado el 10 de agosto de 1920, reducía a Turquía a su mínima expresión, adjudicando una importante porción de territorio al estado armenio. Sus fronteras serían fijadas por el arbitraje del presidente norteamericano Woodrow Wilson. Mientras eso sucedía, se suscribían papeles, se sacaban fotos y Wilson laudaba, los turcos peleaban tenazmente y como el resultado de las armas les fue favorable, Sèvres se quebró como una fina porcelana. El Tratado de Lausana echó tierra sobre el asunto. Tierra que perdió Armenia relegada a la porción oriental de su espacio, rápidamente convertida en república soviética.
Los comunistas se encargaron de hacer su tarea: intentar torcer la fe religiosa, destruir las élites, convertir la población en súbditos de Moscú. Los armenios estaban acostumbrados a pelear, y en febrero de 1921 se rebelaron contra el terror rojo.
El levantamiento popular del 18 de febrero de 1921 duró casi dos meses. Un esfuerzo heroico y desesperado contra una fuerza incomparablemente superior. En abril, los soviéticos tomaron Ereván. En marzo, Lenín y Kemal firmaron su Tratado de Amistad. Armenia recobraría su libertad setenta años después. El 21 de setiembre de 1991, un plebiscito ratificado por inmensa mayoría, recreó la República de 1918. La absorción soviética, paradójicamente, terminó asegurando a los armenios su propio ámbito espacial. El resto de la llamada «Armenia wilsoniana», quedó en poder de los turcos.
Uruguay primero
Con ocasión del cincuentenario del genocidio, Uruguay se convirtió en el primer país en reconocerlo. Los entonces diputados colorados Enrique Martínez Moreno, Hugo Batalla, Aquiles Lanza, Alfredo Massa, Zelmar Michelini y Alberto Roselli impulsaron un proyecto de ley que fue aprobado el 6 de abril de 1965. El Senado lo hizo el 20 del mismo mes. El 24 de abril de 1965 se declaró «Día de Recordación de los Mártires Armenios» y feriado para los funcionarios descendientes de armenios. Además, se denominó la escuela n°156 con el nombre de Armenia.
La aprobación de esta ley no significaba más que una condena moral por parte de un pequeño país -ni tampoco pretendía ser otra cosa- pero de algún modo marcó el camino por el cual transitaron una treintena de estados que, a la fecha, han preferido -al menos en este caso- los valores del espíritu sobre los intereses comerciales.
Fue el primero de una serie de homenajes que el Uruguay ha mantenido en línea constante.
Hoy, Armenia asienta sobre sus treinta mil kilómetros cuadrados de superficie, una población cuantitativamente similar a la del Uruguay. Una fe inquebrantable, la conciencia de unidad de destino,su lucha por la verdad histórica, han forjado el espíritu de esta nación a través de los siglos.
«Los que matan el cuerpo» no pudieron matar su alma.
TE PUEDE INTERESAR